El escritor cubano Leonardo Padura eligió la lectura de la historia con la intención de iluminar el presente y así tratar de entenderlo, lo que le ha permitido escribir novelas con contenido histórico, según explicó en la apertura virtual del Salón Literario Carlos Fuentes en la 34 Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
Ahí, el narrador recibió de manera simbólica la medalla nombrada como el autor de Aura. Silvia Lemus informó que el reconocimiento se le entregará en cuanto las condiciones sanitarias sea adecuadas.
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Leonardo, estamos deseosos de oír tus palabras y la FIL te agradece que aceptaras participar este año en la tradicional apertura del Salón Literario que conmemora la obra del escritor Carlos Fuentes. Un gran abrazo te enviamos desde México hasta Cuba, expresó la periodista.
El presidente de la FIL, Raúl Padilla, afirmó que Padura es uno de los autores iberoamericanos más conocidos, merecedor de reconocimientos como el Premio Princesa de Asturias, el Raymond Chandler de novela negra y la Orden de las Artes y las Letras de Francia, por sus excepcionales obras policiacas, mente precisa y crítica a la sociedad en la que vivimos, quien habría querido ser Paul Auster, pero para fortuna es Leonardo Padura.
En su respuesta, el autor de Vientos de cuaresma sostuvo:
Es para mí un inmenso honor que la condecorada FIL de 2020 me congratule con la medalla Carlos Fuentes, creada para conmemorar la obra de uno de los grandes escritores de la lengua y de nuestro tiempo.
En su discurso, el narrador mencionó:
No hay fórmulas para escribir novelas históricas, al menos no las conozco; existen, eso sí, maneras de leer la historia, modos de interpretarla y acercarla a nuestros intereses.
Agregó que con su forma de asumir la historia, “ella nos puede ofrecer sus mejores lecciones. La primera es que los hombres, a través de la larga crónica de la civilización, somos más o menos los mismos (…), porque cometimos los mismos errores y los mismos horrores adecuados, por supuesto, al momento histórico”.
Se dijo objetivo, y explicó que tropezamos siempre una y otra vez con la misma piedra. Eso nos grita la historia una y otra vez. Lo cual demuestra que no aprendemos nada a pesar de los esfuerzos de la historia por mostrarnos los caminos equivocados que hemos transitado, a pesar de que leamos algunos o escribamos novelas pretendidamente históricas.
El revelador quimbombó
Como parte de su reflexión de la historia en su obra, Padura recordó que para escribir su novela sobre José María Heredia una en apariencia nimia inclinación gastronómica me reveló las proporciones de una pertenencia compartida sostenida en el tiempo y fue una clave que me condujo a un entendimiento de aquel hombre. Esta unión era la adicción al quimbombó.
Leía la historia, escudriñaba en ella y sentía que podía mirarme en un espejo y ver sobre mi reflejo el aura imborrable del hombre que soñó con tener una patria y, sin llegar a tenerla, ni legal ni políticamente, tuvo la capacidad de fundarla con sus acciones, sus ideas, sus versos y su predilección por el quimbombó.
Padura explicó que comenzó a escribir la novela sobre Heredia con la comprensión de que
el Heredia histórico era también mi contemporáneo, que su novela era la de muchos cubanos; era también mi novela en un sentido de reflejo. Yo entraba en la historia para entender la naturaleza íntima de un país y las claves de una pertenencia singular. Incluso, iba a la historia para entenderme a mí mismo.
También reflexionó sobre su novela El hombre que amaba a los perros, originada en la información de que el asesino de León Trotsky vivió y murió en Cuba en 1970. “Es contemporánea, porque el drama entre ellos dos y Stalin formaba parte de mi destino personal y la sociedad en que nací, crecí, víví y aún vivo.
“Cuando Ramón Mercader hunde el piolet en el cráneo de su víctima, Trotsky, se estaba produciendo no sólo un asesinato sumamente cruento, sino que se procedía a cancelar la posible concreción de la utopía igualitaria; no sólo se trataba de un crimen físico, sino también de un asesinato simbólico de ingentes proporciones para la historia.
La perversión de la utopía igualitaria con la que ha soñado la humanidad, la que se suponía estaban creando determinados hombres llamados revolucionarios comunistas, era ya un experimento que había entrado en un deterioro irreversible, y ese proceso llegó hasta mi presente personal.
Esa narración es una relación en la que toda la perspectiva del proceso utópico está vista desde Cuba y a través de los ojos de un personaje cubano de mi generación, un personaje real y presente que podría haber sido yo. Mi relación con la historia a cuestas.
La novela no recurría a lo especular, que funcionó en su narración sobre Heredia; ahora me facilitaba revelar las consecuencias de la historia, su peso en el destino de un personaje, de una generación e incluso de todo un país llamado Cuba.