El gran Gabriel Vargas.

En 1946 la tinta roja se esparció y creó un ícono para los mexicanos. Era una época en la que en México se estaba por otorgar el voto a las mujeres, los precios se reducían y poco a poco avanzaba la economía. Se temía a los comunistas como al mismo diablo, el país aún estaba en la efervescencia de aquello que se prometió en la Revolución.

Borola Tacuche Burrón nació de la mano de Gabriel Vargas, quien a través de sus trazos semanales reflejó una realidad terrible con cierta gracia, demostró de algún modo que al menos en 61 años la realidad de los desventurados rezagados por la sociedad poco cambió. Borola habló por aquellos que sumidos en la pobreza son omitidos por las promesas del progreso y sólo existen en las campañas presidenciales.

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La Familia Burrón representó en su primer número a la familia típica mexicana de clase baja. El lenguaje burdo y prosaico, la ignorancia, la desnutrición, la angustia del desempleo, la fortaleza ante el infortunio, la muerte, la fe, la familia como el único soporte ante la inexistencia: a la pobreza se le ignora, no se le ataca.

Borola, Regino, Regino hijo, Macuca, Fóforo y Wilson, -perro callejero acorde a su familia- y una decena de personajes más que sostuvieron una publicación semanal que en 2009 vio su último número, apenas un año antes de la muerte de su creador.

Podemos imaginarnos a Gabriel Vargas, quien durante 61 años resistió los embistes del tiempo para traer una historia que al igual era cómica que cruda, en el momento justo en el que con su pincel decidió brindarle aquella espectacular cabellera pelirroja a una mujer ficticia que sería el reflejo de más de 53 millones de mexicanos que viven en el olvido.

En un barrio pobre de México, el Callejón del Cuajo número “chorrocientos chochenta y chocho”, un lugar inventado que al mismo tiempo existe en todas las colonias de nuestra capital, una vecindad destartalada recibió a una familia cuya madre evitaba el caos entre tanta desventura.

Borola, de familia de abolengo, quizá por esa locura tan destacada que número a número reflejaba, renunció a las riquezas y se casó con Don Regino, dueño del “Rizo de Oro” que no era más que una humilde peluquería casi vacía, más de oropel que de oro, en la que pasaba las tardes enteras esperando a que algún cliente se apiadara de aquel negocio en ruinas.

¿De qué trataba La Familia Burrón?

El mexicano, su mítica, la ciudad, los barrios, los rincones, los hoteles viejos, las esquinas con indigentes, la inseguridad, el campo abandonado a la sequía, la posibilidad del viaje al espacio para un país lleno de pobreza y abandono, cada ejemplar hacía una crítica mordaz sobre la realidad de aquellos los que se despiertan temprano y llegan muy noche con apenas unos míseros centavos en la mano.

Cartas del editor que a través de los años se disculpaban con el lector por el aumento del costo de la publicación: Vargas sabía que su público se quitaba el pan de la boca para leerle y cada que se aumentaba el precio de la publicación amenazaba el fantasma de la desesperación. “Disculpe estimado lector, pero la crisis nos obliga a subir el precio de esta publicación o tendrá que desaparecer”, palabras cada vez más constantes hasta que de pronto La Familia Burrón brilló por su ausencia de los anaqueles de los expendios nacionales.

En 1616 números un sinfín de personajes sostuvieron historias de la realidad mexicana con un tino incuestionable, ladrones con la piel quemada, jóvenes perezosos eternamente desempleados, ancianos solitarios, mujeres de la vida galante, una pareja de alcohólicos que habitaban en una colonia de casas de lámina y cartón, inclusive un marciano que esporádicamente llegaba a aquella vecindad en la que platicaba sobre la tierra con su pelirroja amiga; pese a que no en todos los números aparecía la familia que brindaba nombre a la publicación, cada ser que habitaba esa realidad ficticia tenía un papel importante en el reflejo de las múltiples caras que la miseria tiene en México.

Que el entorno de sus protagonistas poco haya evolucionado a lo largo de 61 años no es motivo de crítica ni desconocimiento de su autor respecto a los cambios que la sociedad ha tenido en las últimas décadas. Muy al contrario, conocedor de las tragedias y el estancamiento en que la sociedad menos afortunada del país vive, reflejaba claramente un mundo que parecía sumido en una depresión constante, sin evolución ni avance. De ahí que apenas las costumbres y usos en más de medio siglo hayan cambiado en las páginas de la historieta.

¿Cómo abordas una historia en la que por hambre una sociedad se come a los perros callejeros sin convertirte en un tipo despiadado?

Vargas sabía que la sociedad pobre no experimentaba aquel progreso tan vanagloriado en las campañas políticas, ese presumido en reuniones internacionales que colocan a México en el Olimpo del desarrollo.

Desafortunadamente cuando La Familia Burrón desapareció de los anaqueles no lo hizo porque su temática perdiera vigencia. Vargas resistió cuanto pudo a los cambios sociales, a los gustos internacionalizados de un público cada vez más reducido y a los golpes que la inflación da a los negocios y a la larga los hacen insostenibles.

No se acabó la pobreza, ni la estática realidad que sume a millones de mexicanos diariamente desde su nacimiento en la desventura. La Familia Burrón sostuvo durante muchos años la temática que está en la agenda de los gobiernos sólo cuando les es conveniente. Actualmente se les encuentra en compilaciones realizadas por Editorial Porrúa, cuentan con exposiciones y presencia en diversas estaciones del metro, y constantemente aparecen en exposiciones y remembranzas en las calles.

Al igual que muchos productos de historieta mexicanos se han convertido en un recuerdo, que pese a que probablemente jamás vuelva, seguirá siendo vigente mientras aquellas personas a las que pertenece la clase social de los Burrón sigan viviendo en una época que transita en un pasado eterno.

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