Desde que Picasso comenzara a pintar en la adolescencia, con los pinceles guiados por su padre y maestro, se observa una característica fundamental en todas sus obras: los ojos de los personajes apenas se esbozan en el lienzo, alejándose continuamente del realismo tradicional

Y este “detalle sin igual” se acredita pincelada a pincelada tanto en sus inicios en Málaga, A Coruña y Barcelona como en sus cuadros de las épocas azul y rosa (1901-1907), cubista (1908-1917), neoclásica (1917-1927), surrealista (1928-1932), expresionista (1932-1946) y Vallauris (1946-1953).

También, durante sus últimos años de vida, antes de morir en Mougins (Francia) en 1973. Creó obras maestras picassianas al cien por cien partiendo de la interpretación de los clásicos de su pasado, como Rafael, el Greco, Velázquez, Delacroix, Goya o Manet.

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“Nunca abandonó su estilo único y universal”, destaca el Dr. Julián García Sánchez, oftalmólogo, gran aficionado al arte, catedrático emérito de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y Presidente de la Fundación Sociedad Española de Oftalmología.

De muy jovencito, cuando todavía firmaba como “Pablo Ruiz”, dejaba ya zonas inacabadas, sin pintar, en sus personajes, especialmente en los retratos.

“Los ojos, cerrados, ladeados, agachados, ocultos bajo las sombras, incluso desaparecidos, fueron configurando, junto a la asimetría de caras y cuerpos en diferentes planos, una evolución artística que removió las entrañas vanguardistas del siglo XX”, apunta.

“Las señoritas de Avignon”, mal recibidas en el París de 1907, catapultaron el cubismo de Picasso hasta el infinito artístico: sus cuadros se transformaron en espacio y tiempo, donde los ojos “egipcios” interactúan con el pensamiento del espectador.

Los ojos de Picasso desde su “Primera comunión” al “Guernica”

Han pasado cincuenta años desde que Pablo Ruiz Picasso se despidiera del arte a los 91 años diciendo, un día antes de cerrar los ojos definitivamente, aquella frase que musicó Paul McCartney: “Bebed a mi salud, que yo no puedo beber más”.

La genialidad de Picasso legó a nuestra mirada más de 150.000 obras, entre ellas 1.885 pinturas, más de siete mil dibujos, 150 cuadernos de bocetos, 342 tapices, cerca de 30.000 grabados y litografías, además de 1.228 esculturas ó 2.280 obras de arte plasmadas en cerámica.

¡Y quién no conoce alguna de estas obras de arte! o ¡Quién no admira el ‘Guernica’!… Más aún ahora, con el sufrimiento incesante del pueblo ucraniano, invadido, bombardeado y masacrado desde tierra, espacio, mar y aire por el ejército ruso visible e invisible del endiosado Vladímir Putin.

Doctor Julián García Sánchez, antes de centrarnos en ese niño malagueño que nació en 1881, cuyo primer balbuceo de palabras fue ‘piz… piz‘ (lápiz), ¿qué elementos pictóricos debemos tener en cuenta a la hora de contemplar un cuadro para entender perfectamente el mensaje que nos quiere trasladar el artista?

“A través de mis amistades con diferentes pintores he aprendido que existen muchos elementos en un cuadro que debemos tener en cuenta, ya sea el encuadre; las figuras o modelos representados por el autor; o los materiales utilizados, tanto la paleta de pinturas como el fondo del lienzo”, explica.

“Pero, fundamentalmente, nos tenemos que fijar en los clásicos trucos o trampantojos que interpreta cada pintor para dirigir nuestra mirada y nuestros pensamientos: por ejemplo, los niveles de iluminación, las sombras, las siluetas, los reflejos, el contraluz, las distancias o los puntos de fuga”, subraya.

En Picasso, se cuida la composición, la disposición de los personajes y los artificios utilizados para su forma especial y original de hacernos llegar la perspectiva sin utilizar el punto de fuga.

“Con todo, la clave del éxito del cuadro se consigue cuando los espectadores entendemos los múltiples mensajes que nos envía el pintor, siempre teniendo en cuenta que el artista no tiene por qué reproducir el mundo real”, completa el médico gallego.

¿Por qué son tan atrayentes los ojos cuando nos miramos a la cara o nos fijamos en los ojos de un personaje del cuadro?

“El pintor expresa en los ojos del cuadro lo que él cree que ese personaje está pensando; y nosotros, cuando estamos hablando con alguien, realmente lo que estamos intentando es adivinar qué está pensando, qué nos quiere decir su mirada.

El lenguaje corporal, sobre todo en el diálogo que se establece ojo con ojo, centra la mente humana.

El pintor, además, utiliza los ojos para ayudarse a sí mismo a enviarnos el mensaje que quiere trasladarnos desde el cuadro, como se puede observar en el lienzo pintado en París en el año 1901, titulado “El bock (retrato de Sabartés)”.

Opina el Dr. Julián García Sáncheznone

¿Y qué ve un médico oftalmólogo en los ojos que pinta Picasso?

“Mi primera aproximación a la pintura de Picasso fue cuando traté de averiguar qué enfermedades oculares se podían detectar y analizar en los personajes de sus cuadros”, menciona.

“Y sólo encontré algunos protagonistas aparentemente tuertos o ciegos; el impenetrable detalle de sus ojos me impidió discernir el origen de la patología ocular que se mostraba”, resalta.

A la vez, después de haber estudiado más de 900 pinturas del artista, descubrió un rasgo diferenciador en las pinturas del maestro: “Los ojos de sus personajes no cumplen la función como llave de la atracción”.

“En la mayoría de las ocasiones estos ojos permanecen cerrados, mirando hacia el suelo o se pintan ensombrecidos justificados por la luz cenital (proyectada desde la parte superior de la escena); las cuencas oculares y las cejas completan el efecto”, distingue.

¿Esta forma de pintar los ojos siempre fue así, desde sus primeras pinturas?

“Yo creo que sí; y es una característica de Picasso muy evidente cuando se analiza el conjunto de su obra, que se ha dividido en diferentes periodos, según los expertos en arte”, opina.

En la época de A Coruña y Barcelona los ojos no aparecen pintados en sus cuadros porque están cerrados, ladeados o agachados, como se aprecia en las pinturas donde dibuja a su madre, su padre o su hermana.

“En su primer gran cuadro (La primera Comunión), no podemos distinguir los ojos del padrino, el monaguillo o la familiar, ni siquiera los de la niña protagonista del acto religioso”, enmarca.

Estilo que continúa en una serie de pinturas sobre la maternidad, “muy bellas”, en la que las mujeres y los bebés, salvo excepciones, figuran con los ojos cerrados o apenas se trazan en sus caras.

Casi la totalidad de los cuadros de esta época hasta 1900 mantienen la tendencia a no pintar caras, manos y ojos, dejándolos invisibles o inacabados, así como algunas “lagunas” sin pintar en muchos de ellos.

“Picasso se estaba iniciando; pero sin embargo tenía una cosa, que él, desde muy niño, gracias a que su padre era profesor en las escuelas de arte, ya tenía muy claro que para ser pintor debía dominar la técnica”, acredita.

“Y si no se domina la técnica pictórica nunca se puede llegar a ser un pintor revolucionario como Picasso… Y menos aún un genio”, afirma el oftalmólogo.

En su época azul y Rosa, que Picasso no distinguía, aunque el resto del mundo aprecie alguna diferencia, la forma de pintar de Picasso se aproxima más a la de sus antecesores de siglos anteriores.

“Pero el cuadro que pinta se sabe perfectamente que es suyo, ya que, embebido como parece en sus predecesores, el resultado final es una obra cien por cien de Picasso”, dice.

Este formato estilístico lo exagerará en sus etapas neoclásica y surrealista.

“No se limita a imitar a los grandes pintores de aquellos tiempos, sino que transforma la idea del cuadro, expresando sus pensamientos artísticos, como sucederá en su serie sobre ‘Las meninas’ de Velázquez”, aporta.

“Picasso nos ofrece conceptos totalmente nuevos, ni mejores ni peores que los que disfrutamos en la obra maestra del pintor sevillano, la excelencia del Museo del Prado, o de cualquier otro portento de la paleta y el pincel”, compara.

La etapa cubista, representada por ‘sus señoritas de aviñón‘, que algunos llegan a concluir que es un cuadro inconcluso, sucede después de que el autor trabajara en más de ochocientos bocetos de este lienzo incomparable.

“Ninguno de sus cuadros evidencia muestras de improvisación: son sobradamente conocidos los numerosos bocetos que total o parcialmente son incluidos en las versiones finales de la gran mayoría de sus grandes obras”, singulariza el Dr. García Sánchez.

“Esta pintura, expuesta en el MoMA de Nueva York, que marca un antes y un después en la vanguardia pictórica mundial, confirma sin ambages ni paliativos de brocha gorda toda su evolución artística: formación académica, revolucionario, transgresor, innovador, atemporal y genial”, argumenta.

La asimetría facial, exagerada hasta poder observar dos lados faciales distintos, la deformación de los personajes y los objetos, junto a la frontalidad desigual y arbitraria de los ojos, es una conquista de las cuatro dimensiones espacio-temporales que persigue desde su niñez.

Picasso muestra en plena Guerra Civil Española (1936-1939) una de sus obras más simbólicas. Ahondamos en el expresionismo del Guernica.

“Quizá es la pintura más conocida y probablemente la más admirada de Picasso en todo el mundo. Y eso que nos encontramos con un aspecto realmente curioso: se explicita un ataque a la población civil sin la presencia de los enemigos. Sólo se ven las consecuencias del genocidio”, expone.

“Vemos al caballo herido, al hombre fallecido debajo del caballo, a las mujeres que entran despavoridamente en la escena, el incendio de las casas, pintado con absoluta sofisticación, con su morador enloquecido y a la madre rota de dolor que lleva a su hijo muerto en brazos”, describe.

El toro es todo un icono comunicativo. Picasso, a modo de Nostradamus, podría situar el mensaje del cuadro en este año convulso de la política en España 2023.

“Muchos especialistas de todo tipo le han dado vueltas y vueltas al significado del toro del Guernica. Yo me quedo con la que encierra una gran verdad: la capacidad que tienen los españoles para sobreponerse a las mayores desgracias que le caen encima”, asegura.

Y además, los ojos de los protagonistas del Guernica certifican una evolución pictórica que se identifica como el humo a la señal de fuego.

El toro, el caballo, la madre, el niño, las mujeres, el doliente y el muerto rendido nos enseñan sus ojos de frente, aunque sus cabezas estén pintadas de perfil”, desarrolla.

“Aquí vemos una influencia clara del antiguo Egipto. Sus artesanos y pintores dibujaban a las personas de perfil, realizando una actividad, pero sus ojos siempre miraban al observador. En Picasso es leitmotiv”, reafirma.

Doctor Julián García Sánchez, ¿cree usted que si Picasso hubiera pintado ojos realistas hubiera podido transitar hacia el cubismo?

“Probablemente no. Y yo creo que él se dio cuenta desde muy joven. No sabía a dónde iba a llegar, pero es evidente que él huía de pintar ojos realistas, y las pocas veces que los pintaba lo hacía con alguna pequeña deformación, fuera de su sitio o desencajados”, razona.

“Creo que Picasso fue consciente de que en los ojos de sus cuadros estaba gran parte del futuro de su propia transformación artística”, amplía.

Y como las personas nos miramos a los ojos para adivinar el pensamiento de nuestro interlocutor, simulando ser el protagonista de un cuadro, Dr. García Sánchez, ¿qué le dice la mirada de la Dra. María José Vinuesa, su compañera de vida?

“Fundamentalmente, que es una persona que tiene unos ojos que te acompañarán en el futuro y que te ayudarán a salir adelante a pesar de las circunstancias difíciles de cada día”.

Picasso decía, en este sentido, una de sus frases típicas: “Me gustaría que una persona a la que le doliese una muela viera mi cuadro y se le quitara el dolor en la muela”.

Nuestros ojos son testigos de la historia y Pablo Ruiz Picasso utilizó los suyos para plasmar en el lienzo lo mejor y lo peor del ser humano, incluyéndose a sí mismo.

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