Frente a la respuesta que la sociedad está dando a la acogida de inmigrantes, la clase política es la que no lo hace y la que ha convertido esta cuestión «en un arma arrojadiza», asegura a EFE la escritora Julia Navarro, que dedica su última novela al desarraigo.

El niño que perdió la guerra, publicado por Plaza & Janés, es el título de la última novela de Navarro, cuyos libros se han publicado en una treintena de países, y en la que aborda las ideologías totalitarias del siglo XX a través de la historia de Pablo, un niño español enviado a la URSS en los últimos días de la Guerra Civil española en contra de la voluntad de su madre.

Con esta novela habla del desarraigo que sufrieron los llamados «niños de la guerra» y que hoy ve en las miles de personas que llegan a Europa «huyendo de guerras, de situaciones de violencia y de miseria».

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Y destaca el papel de las organizaciones no gubernamentales que están trabajando a pie de calle con los inmigrantes y las muchísimas iniciativas solidarias de la «gente de a pie» mientras que se pregunta: «¿qué están haciendo los diputados en el Congreso?».

En su opinión, la Unión Europea tiene que hacer una revisión de sus políticas: «Hay que plantearse qué relaciones tenemos con esos países de origen, las inversiones que se están haciendo allí y saber si llegan a los ciudadanos, siempre desde el derecho absoluto de los derechos humanos. Y con otra premisa, que es que no hay seres humanos ilegales».

Los personajes de su novela, ambientada en Madrid y en Moscú, viven en dos dictaduras, la soviética y la del franquismo: «las dictaduras da lo mismo de qué color se pinten, de rojo, de azul, al final es lo mismo, es la negación de la libertad».

Describe ese ambiente opresivo a través de la madre del niño enviado a la URSS en contra de su voluntad, Clotilde, que trabaja como caricaturista para diarios republicanos y que acabará tras la guerra en las cárceles franquistas. Y también a través de Anya, que acoge a Pablo en Moscú como a un hijo, una mujer dotada de una gran sensibilidad, amante de la música y de la literatura y que también acaba perseguida por el régimen estalinista.

Dos regímenes que niegan «la libertad de expresión, la libertad de creación, casi la libertad de pensamiento», señala la escritora que agrega: «A veces creemos que aprendemos de lo que es el pasado, pero no es verdad. La historia siempre se repite y lo estamos viendo ahora».

Porque aunque se llamen «neopopulismos», a Julia Navarro le preocupa el auge de partidos extremistas de derechas e izquierdas surgidos tras la crisis económica de 2008. «Me preocupa muchísimo porque es muy fácil deslizarse por ese camino. Vemos también que incluso en el seno de Europa hay regímenes ya autocráticos que es la antesala del totalitarismo», recalca Julia Navarro.

En la novela homenajea también a escritoras y creadoras que se opusieron al totalitarismo como Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva y no siguieron los dictados de organismos como la Unión de Escritores soviética en la que unos autores dictaminaban «cuál era la verdad oficial y lo que se podía o no se podía escribir».

Por eso dice que le pone «los pelos de punta» que se hable de regulaciones de la libertad de expresión que, dice, solo debe limitar con que si alguien difama o dice algo que no es verdad se pueda acudir a los tribunales.

«Pero que haya gente que, además de que sea de nuestra propia profesión, decida qué podemos escribir o qué podemos decir o qué podemos contar me parece realmente que es una de las señas de identidad del totalitarismo».

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