DIVULGACIÓN HISTÓRICA
Por Omar Piña
Situemos la entrega en el columpio temporal que va de finales del periodo novohispano a las primeras décadas del México independiente. De tal forma, hacia el final del siglo XVIII, la legislación española (que también se aplicaba en los territorios americanos) contemplaba la figura de un vago como aquella persona que no tenía un lugar fijo en la sociedad, que no trabajaba y, por lo tanto, representaba una amenaza a la moralidad de las familias y los pueblos.
En aquel entonces dominaban los ideales de la Ilustración, que preveían al Estado como una instancia responsable de construir ambientes políticos, económicos y sociales en los que el sujeto tuviese oportunidad de vivir con decoro. Por lo tanto, las autoridades velaban por el bien de los ciudadanos y se promulgaron leyes que controlaban plagas o malestares sociales.
Así, los posibles castigos para el vago eran: destierro, leva y matrimonio forzado. Para las autoridades, los vagos eran más visibles cuando hacía falta engrosar las líneas del ejército o conseguir mano de obra regalada. La ley contemplaba que la leva, como tal: un reclutamiento forzado, podía imponerse con servicios de 4 a 8 años.
Fraguada la independencia, en 1821 surge México. Con el nuevo país vendrá el establecimiento de un sistema político que requeriría de la participación pública: ciudadanos que emitieran sufragio para elegir a sus gobernantes. Para encabezar los procesos de elección surgen dos bien diferenciados grupos de masones que detentan el poder: yorkinos y escoceses o tendencias de “liberales” y “conservadores”. Los yorkinos son radicales, los escoceses pretenden mantener el orden colonial. Y es en el entramado de organizar elecciones donde la presencia de los vagos adquiere peso y significado.
Para los escoceses, los vagos representan un valor ínfimo en la composición social, no tienen oficio y no reportan ningún beneficio. Sobre ellos se debe volcar el peso de la ley que sustenta el Estado, a semejanza de cuando existía el orden novohispano. En cambio, para los yorkinos es evidente que si los procesos políticos incluirían participación de electores, los sectores más desfavorecidos de la población reportarían al menos un beneficio electoral: emitir votos. En la ciudad de México, que es el lugar más documentado del periodo, las elites entablan pactos y alianzas con las clases pobres.
En las elecciones de 1826, cuando se deciden diputados, resultó que en la parroquia de Salto del Agua hubo seis veces más votos que ciudadanos. El hecho provocó la furia de las élites conservadoras y fue leña seca que alimentó la discusión pública sostenida en periódicos. Los vagos eran una plaga y los yorkinos se valían de ella. Uno de los puntos a razonar era crear leyes que permitieran distinguir entre un pobre y un vago. Y promulgaron reglamentos y establecieron tribunales.
Si bien, a la par, las élites contendientes echaron mano del recurso y ningunas le hizo muecas a la participación electoral de pobres y de vagos. “Esta movilización popular fue más que una manipulación de las multitudes por parte de los líderes de las logias. Las luchas electorales se relacionaron con una agitación general de las clases pobres que se manifestó con un sinnúmero de experiencias cotidianas y extraordinarias, desde la cada vez más tumultuosa conmemoración popular de las fiestas patrias hasta una serie de motines y amenazas de éstos” (Warren, 1996:42-43).
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Para mascar a fondo:
Warren, Richard (1996), “Entre la participación política y el control social. La vagancia, las clases pobres de la ciudad de México y la transición desde la Colonia hacia el Estado nacional”, Historia y grafía, núm. 6, Universidad Iberoamericana, pp. 37-54.










