Analizó las críticas y las aspiraciones de la segunda ola, las derivas del postfeminismo y la cuarta ola y sus protestas masivas en pro de los derechos de las mujeres

Las movilizaciones de mujeres durante el último lustro en diversas partes del orbe, en Latinoamérica, en estados de nuestro país y particularmente en la Ciudad de México, las cuales han escandalizado a varios por su nivel de “violencia”, expresan una profunda rabia y dolor derivados de la invisibilidad a una problemática sistemática que entraña incontables feminicidios, violaciones y ultrajes de todo tipo, aduce la antropóloga, escritora y activista Marta Lamas Encabo.

En 2020, la investigadora y docente del Centro de Investigaciones y Estudios de Género, de la UNAM, cumplió 50 años de una trayectoria entrelazada con la historia del feminismo mexicano, como protagonista, estudiosa, transmisora y retransmisora de esta experiencia colectiva. En un esfuerzo de síntesis, participó en el Diplomado Historia del Siglo XX Mexicano, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que el próximo 10 de marzo finaliza el tema Un cuestionario de género, abordando el feminismo a través de las generaciones. Aquí, un recuento de su participación con motivo del Día Internacional de las Mujeres.

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La fundadora de medios para la discusión de estos temas, como la revista Fem, el suplemento Doble Jornada y Debate Feminista, analizó las críticas y las aspiraciones que caracterizaron a la segunda ola, a la que pertenece; las derivas del postfeminismo y, de manera particular, la cuarta ola, planteada desde la segunda década del siglo XXI, como un nuevo momento histórico por los derechos de las mujeres.

De esta última, cuya vitalidad en el espacio público se ha acotado por la contingencia sanitaria, expresó lo siguiente: “Creo que la cuarta ola del feminismo en el país, y en particular en la capital, ha generado la posibilidad de que a las mujeres se les pueda empezar a ver y a escuchar, de manera que puedan poner ciertos temas encima, con un nivel de audacia”,

El problema de hablar de olas, para abordar los auges y los repliegues del movimiento feminista, dijo, es que se soslaya la complejidad de los traslapes y las coincidencias que ocurren a lo largo del tiempo; “por el otro lado, si hablamos solo de olas, los conflictos —a veces muchos— que se dan entre feministas se interpretan como una cuestión generacional”.

La segunda ola del feminismo en México, dijo, estuvo marcada por la aparición de dos textos en 1970: Casandra de huarache, de Rosario Castellanos, publicado en agosto de ese año en Excélsior; y Nuestro sueño está en escarpado lugar, de Marta Acevedo, el cual salió un mes después en el suplemento coordinado por Carlos Monsiváis en la revista Siempre!

“Para esa época, el feminismo va a tener un nivel de complejidad tanto intelectual como político marcados, sobre todo en México y en América Latina, por la crítica al etnocentrismo y al racismo —en Estados Unidos y Europa van a aparecer los feminismos de color, multiculturalista—, y también surge la discusión sobre la diversidad sexual.

“Lo importante de esta ola es que van a criticar un discurso hegemónico, diciendo que es de mujeres blancas, occidentales, heterosexuales y de clase media, que son las que arrancan esa segunda etapa. En México y América Latina van a surgir expresiones locales, de esta aspiración básica de justicia y, a su vez, va a nacer el deseo de construir un proyecto político común entre feministas indígenas, mestizas, afrodescendientes, mezclado con feministas blancas”.

En el diplomado, coordinado por la Dirección de Estudios Históricos y disponible en el canal de INAH TV en YouTube, en sintonía con la campaña “Contigo en la distancia”, de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, Marta Lamas destacó que hay todo un debate en el feminismo, de cómo el enfoque individualista, presente en Europa, Estados Unidos y Canadá, en el que cierta clase social que ha planteado el empoderamiento como el ascenso de las mujeres a puestos de mayor jerarquía, ha terminado siendo un feminismo para el uno por ciento.

En contraparte, Nancy Fraser, Cinzia Arruza y Tithi Bhattacharya lanzaron hace unos años el manifiesto “Feminismo para el 99%”, desmarcándose del feminismo hegemónico neoliberal. La propuesta es un feminismo asociado con las luchas por los derechos de las personas migrantes y de las y los trabajadores, y atraviesa las fronteras en pos de un movimiento trasnacional por la vía de la insurgencia.

En México y su capital, donde la antropóloga tiene su enfoque, comentó que en 2015, durante la marcha a un año de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, comenzó a repartirse un volante con un texto titulado “Yo no soy Ayotzinapa”, de la joven escritora y activista hidrocálida Dahlia de la Cerda que, entre otras cosas, argumentaba: “Yo no soy Ayotzinapa, porque si mañana me secuestran, me violan y me asesinan a la salida del trabajo, no habrá multitudes para exigir justicia (…)”.

Desde entonces, cada 8 de marzo, así como el 24 de abril, Día de Acción Mundial y Solidaridad Feminista, se han sucedido manifestaciones movidas por la rabia y el dolor. En el manifiesto de la Primavera Violeta de 2016, declararon que el propósito común es “manifestar nuestro absoluto hartazgo, nuestra rabia acumulada en contra de la violencia estructural, cultural e institucional, que crecientemente provoca cifras alarmantes de feminicidios, el extremo más grave de estas violencias, el cual convierte las desapariciones forzadas y asesinatos de mujeres en manifestaciones brutales de odio y amarillismo”.

La cofundadora del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), señaló que las académicas que trabajan temas de movimientos sociales, refieren que la cuarta ola del feminismo se caracteriza por el uso de las tecnologías de información y comunicación, el tema de la violencia y el sentido del humor, entre otros aspectos.

La movilización de las mujeres en la calle, destacó, ha permitido logros como la legalización del aborto en Argentina; su interrupción legal en Oaxaca (aparte de la capital mexicana) y su planteamiento en el Congreso del Estado de Puebla.

Marta Lamas concluyó que “hacer política feminista de izquierda supone más que declarar que se tiene otra lógica política, implica abrir espacios de deliberación, instaurar prácticas argumentativas para discutir los significados políticos y construir acuerdos puntuales —aunque no compartamos toda la agenda de la otra—, a fin de avanzar hacia el cambio que queremos”.

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