La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaqil, 1988) ha defendido este domingo en León que “la imaginación es radicalmente insurgente e impura” y afirma que los seres humanos piensan a través de construir historias.
En su intervención en el Festival de Literatura Insólita Quimeras, ha sostenido que le gustan “las zonas liminales, los lugares donde las líneas del pensamiento se vuelven porosas y borrosas” porque “solo desde ahí acontece lo insólito, lo inesperado”.
La autora ha hablado acerca de lo femenino en la literatura de monstruos, y ha precisado que cuando uno trata de pensar personajes femeninos, es muy difícil que estos siempre se mantengan en la normatividad, lo que deviene en la monstruosidad.
“En cuanto nos desviamos de la norma, nos devenimos monstruos”, ha agregado Ojeda, que en torno a este concepto de la monstruosidad ha reflexionado sobre las fuentes míticas y el modo en el que las tradiciones de un ámbito geográfico concreto pueden llegar a convertirse en materia literaria.
No obstante, ha admitido que llegó antes a figuras como las sirenas o Frankenstein que a ciertos monstruos latinoamericanos que de algún modo le habían sido más ajenos.
Para la escritora, los seres humanos piensan a través de construir historias, por ello cuestiona la separación que se intenta hacer entre mitos y logos -con la consecuente infantilización del mito- y afirma que “no se puede vivir la vida fuera del relato”.
Ha explicado que su literatura destaca por el recurso a lo siniestro como artefacto narrativo, que se concreta en muchas ocasiones mediante el uso del doble, derivado asimismo del pensamiento arquetipal.
No en vano, en su producción es recurrente encontrar hermanas o amigas que actúan como hermanas y en su última novela, ‘Chamanes eléctricos en la fiesta del sol’, también aboga por la manifestación del doble, una temática que enlaza con la problemática de la identidad, la sensación de abandono, la herencia o la dicotomía vivo-muerto.
Otro de los aspectos a los que ha prestado especial atención a lo largo de su intervención ha sido la idea del canto, en definitiva, la potencia para nombrar y conjurar a través de la palabra.
Ojeda asume la voz “como hilo que va tejiendo el cuerpo” y como algo atávico que abre heridas y al mismo tiempo es capaz de subsanarlas.
Ha reconocido que le interesa mucho la vertiente sobrenatural de la música y de la voz, una dimensión oral que se percibe perfectamente en su última publicación.
EFE