La manipulación de los medios de comunicación para fines políticos o ideológicos se ha convertido en los últimos años en una de las principales preocupaciones mundiales, usada tanto en las campañas por la salida de Reino Unido de la Unión Europea o por la presidencia estadunidense como en los esfuerzos de reclutamiento del grupo terrorista Estado Islámico (EI).

La exposición “State of Deception – The Power of Nazi Propaganda” (Estado de Decepción – El poder de la propaganda nazi) recuerda, sin embargo, que ese artificio es muy anterior a las redes sociales y fue el vector de la ascensión nazi en la Alemania del periodo entre guerras.

La muestra, acogida hasta el 13 de mayo en el Parlamentarium, centro cultural del Parlamento Europeo (PE), en Bruselas, reúne material publicitario original y reproducciones, además de una abundancia de textos explicativos elaborados por el Museo del Holocausto de Washington.

Allí, donde fue lanzada en 2009, “State of Deception” se consolidó como la exposición más visitada en los 25 años del establecimiento, atrayendo a 1.7 millones de visitantes durante los tres años en que estuvo abierta.

Su objetivo es abordar la “relevancia contemporánea” de la estrategia nazi de propaganda y llamar atención para “cómo la tecnología puede ser empleada por grupos extremistas para transmitir su mensaje a millones de personas en todo el globo”.

Hitler se adhirió al Partido Nacional Socialista alemán (Nazi) en 1919, cuando tenía 30 años, y se alzó rápidamente al rango de director de propaganda.

Para Steven Luckert, curador de la muestra, el político fue “el primero en Alemania a entender la fuerza de los símbolos y las marcas y la importancia de crear una imagen de sí mismo para vender al pueblo”.

“Al adoptar la suástica como símbolo del partido nazi, Hitler estaba creando un logotipo, una marca que le diferenciaría de los otros 30 partidos que había en Alemania en aquella época. Los comunistas tenían la hoz y el martillo, pero nadie más tenía un símbolo”, señaló en entrevista con Notimex.

El ejemplo es seguido por varios partidos políticos en la actualidad, pero también por grupos extremistas como el EI, que se creó un logotipo, una bandera, un estilo propio.

Más allá de la imagen, la propaganda permeaba toda la comunicación de Hitler y del partido nazi.

“Hitler se vestía conforme el público al que se dirigía. Para un discurso ante empresarios, lo veías con chaqueta y corbata. Para hablar con amas de casa, usaba algo más casual para dar una imagen suave y crear cercanía”, notó Luckert.

El líder nazi también adaptaba su discurso al público visado, prometiendo trabajo a los operarios o rescatar el honor de la familia alemana a las mujeres.

En la actualidad, ese tipo de publicidad direccionada está en el centro de la tecnología de redes sociales como Facebook, observó Luckert.

“Alemania tenía todo tipo de partidos: el de los trabajadores, el de los empresarios, el de los bávaros. Por primera vez, con el Nacional Socialista (Nazi), había un partido que hablaba a todos los alemanes”, señaló.

El discurso selectivo permitía a cada grupo ignorar o pasar por alto aspectos de la política nazi con los que no estaban de acuerdo y adherir al mensaje central: el joven Partido Nacional Socialista no había causado los problemas económicos del país y era el único que podría corregirlos.

En una Alemania destruida por la Primera Guerra Mundial y humillada por el Pacto de Versalles, que obligó el país a asumir responsabilidad por el conflicto y pagar cuantiosas reparaciones, la estrategia de comunicación nazi encontró un terreno fértil.

En 1932, miles de alemanes abandonaron los partidos tradicionales y convirtieron el partido nazi en el más votado del país, con 37.3 por ciento de la preferencia nacional, aunque Hitler solo llegaría al poder meses más tarde, a través de un acuerdo político que lo condujo a la cancillería.

“El discurso antisemita nazi no atrajo apoyo masivo al partido, pero tampoco amedrentó a muchos votantes. El miedo les venció. Mucha gente que nunca había votado en el partido Nacional Socialista pasó a hacerlo por miedo al desempleo, al comunismo, a la miseria. Esa gente estaba dispuesta a ignorar el antisemitismo y el racismo”, afirmó Luckert.

Una vez en el poder, los nazis implantaron su estrategia de publicidad en el sistema educativo, en los juegos para niños, en los periódicos autorizados por el gobierno, en las películas o los programas de radio, enseñando a los alemanes que no todos los ciudadanos podrían ser parte de la gran nación aria.

La propaganda identificaba claramente a los grupos excluidos y ayudaba a normalizar esa exclusión, justificándola con criterios biológicos o históricos, y confortando los arianos en su indiferencia hacia los parias.

“Fue una especie de veneno lento alisando el terreno para el Holocausto. El gobierno no estaba diciendo a la gente que debería matar a sus vecinos judíos. Decía que los judíos les estaban amenazando, estaban por detrás de la guerra y de la decadencia alemana”, notó el curador estadunidense.

“Primero se crea ese clima, luego se dice que el gobierno va a proteger al pueblo de la amenaza. Los judíos serán reubicados. El mensaje era siempre el del Estado que protege”, explicó.

Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, los aliados en la Alemania ocupada se depararon con un sistema educacional y cultural totalmente contaminado por la ideología nazi.

“Tuvieron que cerrar escuelas y museos, elaborar nuevas cuartillas, cambiar nombres de calles, reeducar el pueblo en el pensamiento democrático”.

Hubo también un esfuerzo por criminalizar la publicidad nazi, lo que incluyó la prohibición de la publicación de la obra maestra de Hitler, Mein Kampf (Mi lucha, del alemán).

La prohibición expiró en 2015 y la decisión del Instituto de Historia Contemporánea de Munich de reeditar el libro, acompañado de notas de pie de página contextualizando la doctrina hitleriana con fines educativos, causó polémica en todo el mundo.

Hasta enero de 2017, se habían vendido 85 mil ejemplares de esa nueva edición.

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