Javier Memba/Zenda
La peripecia de John Walker (1738-1812) con anterioridad a la fundación de The Times, cuyo primer número fue puesto en circulación el primero de enero de 1785, hace hoy justo 240 años, fue curiosa. Tras heredar de su padre un negocio de carbón, lo vio venirse abajo en 1871. Pero, como todos aquellos llamados a las grandes empresas, la adversidad le engrandeció. Lejos de amilanarse ante el hundimiento del legado paterno, decidió probar suerte en otras industrias. Puesto a ello, compró a un tal Henry Johnson una patente para la impresión de logotipos —que no letras, puntualiza la Historia— e hizo algunas mejoras. Ya en el 84 adquirió una antigua imprenta. Sus primeros trabajos con ella fueron libros. Hasta que ese día como hoy puso a la venta el primer número de The Daily Universal Register. Probablemente aún no había quioscos y el nuevo diario, que tres años después pasó a ser The Times, se distribuyó en librerías.
Puede que Walker atisbase que su iniciativa, al cabo de los siglos, daría lugar a una de las mejores crónicas de la sociedad británica a lo largo de todo el tiempo transcurrido desde aquella primera vez. Los 87.600 números, que aproximadamente ha publicado The Times en su dilatadísima historia, dan fe de que el diario es una auténtica memoria de un país y de un tiempo. Ahora bien, Walker no pudo imaginar, ni de lejos, que los personajes de Drácula (1897), la célebre novela de Bram Stoker, a menudo, consultan su periódico para seguir las noticias, los anuncios y resolver los enigmas de sus investigaciones.
Sí señor, en el orden fantástico, mucho más interesante para quienes no somos británicos, The Times ha supuesto una fuente inagotable de referencias a los grandes autores de la lengua de Shakespeare. En su serie de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, la sorprendente habilidad del “detective consultor” —que se autodenomina el de Baker Street—, no sería tan prodigiosa si The Times no estuviese siempre en su gabinete, para informarle, frecuentemente con noticias encriptadas o subterfugios. Tampoco faltan citas al diario en Los papeles póstumos del Club Pickwick (1837), de Charles Dickens; El retrato de Dorian Gray (1891), de Oscar Wilde; o La máquina del tiempo (1895), de H. G. Wells. Paradójicamente, la ciencia ficción es un género más apegado a la realidad que el realismo socialista. Y, siendo Wells uno de sus maestros ingleses, no es de extrañar que use The Times para comentarnos la evolución de la sociedad en los días del viajero en el tiempo.
Sin dejar la ciencia ficción, y su sorprendente reflejo de la realidad, volvemos a encontrarnos con de The Times en 1984, la distopía en la que George Orwell —trotskista— reflejó en 1948 algo tan inquietante como las sociedades estalinistas, que ya de antiguo venían anegando de sangre el siglo XX con sus dictaduras del proletariado, que llamaban los comunistas a las dictaduras de los miserables. En efecto, el empleo de Winston Smith en el Ministerio de la Verdad —siempre bajo la mirada del Gran Hermano, el líder omnipotente— no es otro que enmendar constantemente los artículos de The Times para que la Historia obedezca a los intereses del partido en el poder. Indiscutiblemente, la ciencia ficción toca tan de cerca a la realidad que, a menudo, estremece.
Mejor será dejar de trazar paralelismos que asustan, augurios de tiranías de los miserables, y volver a las amenidades pretéritas. Uno de los hallazgos más felices de The Times, del que se ha beneficiado el mundo entero, es tipográfico. Si señor, un tipo de letra que ya es universal: la Times New Roman, que se presta por igual a los versos más hermosos y a los tratados de comercio. Se adapta bien no sólo al alfabeto latino, también a otros sistemas de escritura exóticos, exuberantes respecto a nuestros textos.
Como su propio nombre sugiere, se utilizó por primera vez en el rotativo londinense en 1931. Fue un diseño de Stanley Morrison —de formación autodidacta, hoy toda una referencia en la historia de la imprenta—. Starling Burgess y Victor Lardent fueron sus colaboradores. En realidad, la Times New Roman fue publicada originalmente por Monotype —compañía decimonónica de diseño de tipografías establecida en Filadelfia—, lo que a la larga nos devuelve a los comienzos de Walker, cuando se hizo con aquella patente para la impresión de logotipos. Hablamos de una tipografía serif, “las que adornan los extremos de las líneas”, explican a grandes rasgos los expertos. Hablando en plata, se trata de un tipo de letra muy bonita, cuya eficacia y competencia ha sido reconocida por una gran mayoría de los periódicos de todo el mundo.
“Según el concepto platónico de la belleza —sostiene Enric Satué, todo un capítulo en la historia del diseño español—, ésta se manifiesta en los objetos que son simplemente útiles. Siendo así, la radical utilidad de la tipografía exalta la suya en una epifanía tan esplendida en su variedad como recatada en su ostentación”.
Siete décadas después de aquella fiesta, cabe decir que el primer número de The Times con su nueva tipografía, en 1932, fue un momento estelar de la humanidad. Pero nunca lo hubiera sido sin otro momento estelar anterior, el de hace 240 años, cuando John Walker puso a la venta el primer número de The Daily Universal Register. Estamos pues ante dos —o más— momentos estelares de la humanidad —epifanías— concatenados. En 2006, The Times cambió su célebre Times New Roman, por la Modern Times, manteniendo su equilibrio entre elegancia y legibilidad. La New Roman —junto con la Arial, la favorita de este menda—, sigue siendo la más utilizada por los programas informáticos y es la oficial de toda la administración estadounidense. Seguro que es con ella, con la que también se escribe la Historia.