Jesús Fernández Úbeda/Zenda
Una diosa hindú colapsa la portada de Bad hombre (Random House, 2024), la última, divertida y, a la vez, pavorosa novela de Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977). Kali es un ser azul que luce una especie de collar compuesto por cabezas de hombres. Dos de sus cuatro brazos sostienen una espada ensangrentada y una testa decapitada. La escritora ha subido a su cuenta de Instagram algunas versiones alternativas de la cubierta: en una, aparece el expresidente argentino, Alberto Fernández; en otra, el exportavoz de Sumar, Íñigo Errejón.
Escribe Oloixarac: “Una mujer con el corazón destrozado es como un dios vengador siempre se había sabido; solo que ahora contaba con un ejército grandioso e inexpugnable para serlo. Detrás de la virtud se esconde el trauma”. Bad hombre es una historia real sobre “perros apartados de la sociedad”, o sea, Homo sapiens de sexo masculino acusados de (Escriba aquí el delito, principalmente sexual, que desee) por Homo sapiens de sexo femenino “que habían hecho de ser víctimas una forma personal de crueldad”. Aprovechando que ronda por Madrid para promocionar y presentar una novela que toma su título de unas palabras de Donald Trump, Zenda entrevista a la también autora de Mona y Las constelaciones oscuras.
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—Pola, ¿el feminismo puede convertirse en una pistola?
—Lo es. Eso, en realidad, es fascinante. En rigor, todas las causas nobles tienen la capacidad de volverse armas. La Revolución Francesa estaba animada por ímpetus fantásticos y vimos toda su faceta de terror. Quizás la prueba de que un movimiento es muy real es su capacidad de daño, de violencia.
—Escribe: “Lo que me interesaba eran estas mujeres que habían hecho de ser víctimas una forma personal de crueldad; yo quería escuchar a Circe, sentir la maldición como quien trepa un volcán”. ¿Qué le ha contado Circe? ¿Consiguió llegar a la cima del volcán?
—Me enteré de que, por ejemplo, en ciertos círculos políticos, como La Cámpora, que es la agrupación juvenil del kirchnerismo, algunas mujeres que habían heredado un lugar de poder a partir de ser víctimas, a partir de una denuncia, luego ese pequeño poder que habían obtenido se desvanecía completamente. Es decir, es muy difícil sostener una posición de poder si vos te constituís en tanto que víctima. Nosotros podríamos pensar que más allá de que hay víctimas y pasan cosas terribles y tú puedes hacer denuncias, y los delitos son algo que hay que combatir, luego está la construcción de la víctima en sí. Lo que es interesante es que esa construcción de víctima, en realidad, es desempoderante.
—Permítame que le birle una pregunta: ¿qué buscaba usted “recolectando estos perros apartados de la sociedad”?
—No sé, me convertí en pastora, un poco vinieron a mí… El primero fue el del último capítulo del libro. Era uno de los pocos amigos que tenía donde yo vivía, en San Francisco. De alguna manera, el feminismo servía para esconder o disimular una situación racista. Claro, eso implicaba un montón de otras preguntas, como: “¿Soy primero feminista o siento primero el llamado de la raza?”. Como argentina, nunca fui entrenada en creerme como parte de Sudamérica (risas), pero había algo en la dinámica que me parecía…, como una especie de danza victoriana que jugaba a ser moral, y ahí está toda su inmoralidad. Y empezaron a aparecer estos perritos.
—¿El hombre porta, per se, la marca de Caín? Un argumento de uso común en algunos ecosistemas políticos y mediáticos es el de “todo hombre es un violador en potencia”. ¿Suscribe?
—Me parece una de las afirmaciones más inmorales y falsas que se puedan hacer. Primero, porque deslegitima al hombre que hace el bien. Segundo, porque normaliza un estado de delito. Me parece que eso tiene que ver con la secularización de un culto, como si ser violador fuera el pecado original que llevan los hombres. Puesto que está este pecado original, tienes también esta casta iluminada que viene a decirte cómo tienen que ser las reglas entre los hombres y las mujeres. Tenías al tío este de gafitas, Íñigo Errejón, de sacerdote iluminado total, diseminando este nuevo evangelio. Había llegado la buena nueva, y la buena nueva implicaba que había conversos y gente que se había quedado en el pasado. Gente a la que, eventualmente, podíamos convertir o no, porque eran causas perdidas. La política se termina por adueñar de estas banderas y le sirven como coartada para llevar adelante sus excesos. O sea, si yo miro al rebranding que está haciendo Irene Montero en torno a la cuestión del feminismo, digo: “Esa misma ley que ahora Íñigo lee por primera vez interesado, porque le afecta…, es una ley que, si bien pone mucho énfasis en estos micromachismos, lo que hace es beneficiar a los violadores auténticos”.
—¡Herejía!
—Ahí hay una tergiversación total de qué es un delito para hacerlo cuajar en la buena nueva del feminismo woke. Me parece una utilización superperversa de una causa noble: la de proteger a las mujeres.
—Bad hombre es una novela que se alimenta de casos reales. Que pidieran suspender su participación en un festival de Berlín, ¿es cierto?
—Todo es real. Esta carta llegó al director del Festival de Berlín, a la cancillería argentina, a mis editores… Fue una especie de cancelación silenciosa, porque no aparecía nada de esto online, y con una especie de lectura también desde un lugar de superioridad. Esta chica tenía un doctorado y quería aparentar cierta importancia para que me retirasen la invitación. Yo iba a presentar mi primer libro traducido en Alemania y, evidentemente, dependía de los directores del festival hacer caso omiso o no. Lo que me impresionó fue que, dentro de todo, era bastante fácil para mí demostrar que yo no era una negacionista en el sentido alemán. Además, esta chica me acusaba de negacionismo en relación a la dictadura argentina, y eso también era una falacia. Yo pensaba: “Evidentemente, el hombre puedo ser yo, y puede ser más difícil demostrar mi inocencia”.
—“El hombre puedo ser yo”… ¿El sexo se puede conseguir o perder por puntos, como el carné de conducir?
—(Risas) Bueno…, sí, es verdad. Y también, si quieres tener beneficios y eres un convicto, basta decirte mujer para poder entrar en las cárceles y poder violar a todas las mujeres que quieras, como está pasando ahora en Argentina: un tipo dejó embarazada a su compañera de celda. Me molesta mucho esta utilización de la figura de la mujer como para profundizar el machismo.
—Antes mencionó a Errejón. Hace unos días, la eurodiputada de Podemos Isa Serra lo metía en el saco de la ultraderecha. Me interesan esas metamorfosis.
—Así como puedes pasar de ser un hombre a una mujer, puedes pasar de ser un sacerdote de Podemos a ser de ultraderecha. En relación a Íñigo, me parece que él, de intelectual, tenía las gafitas nada más. Él siempre fue una estafa. Lo interesante es que nos enteramos de que es una estafa en un momento en el que Irene Montero quiere relanzarse como capitana feminista de la izquierda, con los mismos elementos que ya tenía, que era esa misma ley que ahora está perjudicando a Íñigo. No sé si esta idea de diseminar que los hombres son violadores en potencia es algo fructífero para la sociedad. Hay algo de este feminismo woke radicalizado que tiende a generar eco chambers de mujeres que están asustadas. Porque, claro, del otro lado son todos violadores en potencia, baste que te quedes dormida: te van a violar. Por otro lado, tienes a estos hombres que ellos quieren entrar en el juego del deseo, pero que pueden ser castigados, es un terreno peligroso. Me parece que si empiezas a romper ese diálogo, esto sólo es funcional para la Inteligencia Artificial. Yo todo el tiempo tengo avisos en Instagram diciéndome por qué no tengo un novio AI. En mi caso, Instagram considera que tengo que ir por el lado de la AI (risas). Es fascinante, ¿qué discusiones vas a tener con la AI? Ya te conoce, la educas para que te quiera, para que te responda… Me parece que hay mucho de este feminismo que deshumaniza. Es determinante volver a retomar una mirada humanista.
—¿Dónde quedan las contradicciones, las dudas, el deseo…?
—Y la rabia, y el despecho… ¿Qué hacer con todas estas cosas? Me parece más interesante estudiarnos desde el poder que tenemos que vernos únicamente como víctimas.
—En un momento de la novela, acusan al escritor que usted llama “Diego Ramos Vega” de violador. “Si sabemos que hay un violador suelto”, pregunta la narradora, “¿no es nuestro deber alertar a las autoridades? ¿No es nuestra obligación para con el resto de las mujeres?”. Los inquisidores dicen que nanay. Porque a estos inquisidores no les interesa hacer justicia, sino saborear el placer del ajusticiamiento.
—¡Exacto! Cuando ajusticio, yo me purifico también. Extraigo de mí al manchado. Al manchado que fue deseado, sin embargo. Claro, yo empecé a averiguar que a todas les gustaba este. Me parecía fascinante que las feministas vieran al bad hombre como este hombre latino, moreno, y que también Donald Trump, que no hubiera estado de acuerdo con las feministas y no participa de la misma guerra ideológica, también veía el mismo problema en el mismo ser. Era una especie de impugnación del estatus de la seducción.
—Leyendo su libro me acordaba del caso de Junot Díaz, denunciado por abuso… y absuelto.
—Sigue deprimido, fue una cosa terrible. Una chica, en un festival, dijo que Junot la había besado a la fuerza. Luego, se armó un proceso, pasan años, lo cancelan en el medio, y luego la chica dice que el beso fue en la mejilla. Él quedó fuera de juego a partir de un beso en la mejilla. Imagínate, qué sé yo… él es de República Dominicana, es otro bad hombre. Tenía muchísimo éxito.
—La maravillosa vida breve de Óscar Wao…
—Fue un bestseller. Bueno, pues apareció otra diciendo que Junot le había gritado. Luego apareció la grabación de que eso no había sido así. Además, Junot, que yo lo conozco, es una persona sutilísima, divina… Generó mucha más atención la acusación que el “bueno, no, al final esto fue tan así”. Esa demostración no sirvió para mejorar su reputación o para reestablecerla. Y esa misma chica que lo había acusado de eso dijo: “Hay que bajar a alguien importante como manera de hacer carrera”. Estas cosas me interesan también: si vamos a ser feministas en serio, es porque asumimos la igualdad con los hombres.
—Ergo las mujeres no son seres de luz.
—No somos santas ni seres de luz. ¡Al contrario! Para mí, nada sería más vejatorio que imaginar un mundo donde todas las mujeres son santas. Lo que nos vuelve tan interesantes y tan divertidas es que no es así.
—Para acabar, peguemos un volantazo sin salir de la novela. Cuenta sobre el Perro: “No tenía problema en moverse por fuera de su clan. Era algo que pasaba tan raramente, que se había convertido en un don, una excentricidad. En general, la gente de la cultura (autores, artistas, actores, periodistas) había aceptado sumisamente las divisiones que le proponía el Estado: había tomado como ‘enemigos ideológicos’ propios a los enemigos de los políticos que le gustaban”. ¿Cuán profundas son las trincheras en la Argentina?
—Son enormes. Ahora, que ganó Milei, tenemos una ventaja: Milei no le gusta a nadie (risas). ¡Es tan horrible! Incluso hay gente a la que le gusta lo que hace en la parte económica, pero como él es tan payaso, no convoca ninguna adoración. El problema es que el kirchnerismo tenía elementos más fascistoides en el sentido de que te conminaba a amar a la lideresa, al proyecto y, por tanto, a sentir que los iluminados estaban en ese lado y que los otros ni siquiera eran personas. Por ejemplo: yo no existo dentro de las murallas del universo kirchnerista. Ni siquiera te toman para criticarte o decirte “esto es una basura”: justamente, no existes. En este régimen de atención, con lo que más te dañan es con eso.