Advierte la escritora brasileña Nélida Piñon (Río de Janeiro, 82 años) de que cuando aplica a una mujer los adjetivos peligrosa o difícil, esto tiene un cariz positivo. En ella, sin embargo, no parece haber rastro de peligrosidad, hosquedad o dificultad. Más bien, lo que transmite con su amplia sonrisa, que le achina aún más lo ojos, es calidez y atención hacia todo lo que la rodea. Sentada en un sofá en el hotel Palace de Madrid, inmersa en la promoción de Una furtiva lágrima (Alfaguara), su libro número 22 —cuya edición en portugués se publicó hace un año—, la autora, premio Príncipe de Asturias en 2005, va entrelazando recuerdos e hilvanando historias en las que se cruzan, por ejemplo, el bíblico Abraham con su pasión por las aceitunas rellenas de anchoa, —que asegura mantiene intacta desde la infancia—, o su contacto con los poetas estadounidenses Elizabeth Bishop y Robert Lowell en el Brasil de los cincuenta. “El arte”, dice con su suave deje brasileño en un momento de la charla, “tiene un origen caótico”. Su animada conversación también.

En su más reciente libro, Piñon también reúne textos y temas diversos, reflexiones y recuerdos que van construyendo su autorretrato. En uno de ellos sostiene que narrar es una prueba de amor: “Aunque lo que cuentes sea algo cruel. Narrar una historia, que si no desaparecería, es amor a la lengua y a los protagonistas. Los personajes, al fin, siempre son arquetipos”. Pero en el origen de Una lágrima furtiva, más allá de la innegable pasión por la escritura de esta octogenaria cuyo primer libro de publicó en 1961, se encuentra un momento grave y existencial sobre el que Piñon no impone dramatismo. “Empecé a escribirlo en 2015 cuando recibí oficialmente una sentencia de muerte”, cuenta. Así lo explica también en uno de los textos: le diagnosticaron un cáncer fatal y fulminante, pero el veredicto resultó estar errado . “He escrito toda mi vida a tiempo completo y al escuchar al médico decidí que seguiría haciéndolo, como parte de una batalla contra la enfermedad”, recuerda.

Decidió entonces enfrentarse a la primera persona, “algo muy difícil siempre”, y durante un año que pasó en Lisboa logró acabar los textos y ordenarlos. A Piñon le gusta la definición de viñetas para los apuntes que reúne en el libro “como si fueran prólogos y epílogos, una reflexión que construye un círculo”, y reconoce que algunos podrían funcionar como poemas, aunque ella dice que solo ha sido capaz de escribir cuatro poemas en toda su vida.

Arranca Una furtiva lágrima con un contundente “hablar en primera persona exige audacia” y conviene en esa primera página que en su voz se encuentran también las de aquellos con los que compartió su vida. Desfilan así por Una lágrima furtiva algunos indispensables de Piñon como el escritor Joachim Maria Machado de Assis. “Con los años sí ha cambiado la manera en que le leo. Pero le entronicé muy pronto porque él es un milagro; un mulato del siglo XIX, autodidacta, tartamudo, epiléptico, que nunca salió de Brasil y no viajó más de 180 kilómetros en toda su vida, pero que está a la altura de Flaubert o Stendhal”, dice. Y añade que cada semana acude a visitar su estatua con sus perros, antes de la reunión de la Academia Brasileña de la Letras, institución que fundó Machado, y que ella fue la primera mujer en presidir. A uno de sus perros, Gravetinho, va dedicado el nuevo libro y él es de alguna manera protagonista de esa lágrima del título. “Siempre he sido una fervorosa defensora de los animales”, explica, antes de alzar orgullosa su bastón para aclarar que, lo que ella siente como más valioso no es la empuñadura de plata, sino las muescas que dejaron los mordiscos del difunto perro.

En el nuevo libro también escribe sobre la costumbre de dos de sus buenas amigas, Clarice Lispector y Lygia Bojunga Nunes, de mirarse al espejo. ¿Ha costado que las creadoras sean vistas? “Han estado soterradas, porque ese ha sido el destino histórico de la mujer. Dios no habla con Sara sino con Abraham, María, como Magdalena, fue boicoteada”, afirma. “Las mujeres hemos padecido esa invisibilidad, porque solo nos veían como madres o amantes. Yo tardé mucho en ser reconocida”. Recuerda entonces Piñon que en su carrera desempeñó un papel fundamental su gran amiga la agente Carmen Balcells, pero en este tiempo en el que tanto se habla y se escribe sobre las mujeres escondidas en el boom de literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX, ella niega la mayor. “He luchado por mi carrera con dignidad y esfuerzo. Viví en Barcelona, les conocí, participé en el boom, pero yo no soy del boom”, zanja.

Ante el agitado panorama político en Brasil y la resurrección por parte del actual Gobierno de un discurso que defiende la dictadura contra la que ella peleó, la escritora defiende que hay que estar “muy vigilantes”. “El presidente no quiso firmar el acta del Premio Camões que ganó Chico Buarque en 2019 y al final lo hemos firmado los propios escritores que somos los árbitros y los herederos”, apunta. “Siento una profunda desconfianza hacia la política. El país ha sido muy atacado por la codicia. La corrupción profunda es no solo antidemocrática sino un genocidio que impide que el dinero se invierta en sanidad o educación”. A pesar de todo, a Piñon, como ella misma escribe en su libro, le falta “vocación para ser triste”, y ahonda sobre su irrefrenable querencia por la alegría: “Me gusta la vida. Incluso los momentos difíciles, porque siempre hay colapsos, me parecieron necesarios. La emoción es un regalo máximo”. Antes de terminar la escritora enumera sonriente su lista de viajes en los próximos meses: a Bogotá, a Portugal, y no descarta escaparse a Nueva York para pasar dos semanas entregada a otra de sus grandes pasiones: escuchar a Wagner. “El arte”, sostiene a modo de despedida, “tiene un origen caótico”.

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