Como el héroe al final de una película sobre un hombre solitario, la figura del doctor Diver se pierde en la distancia. Y la novela termina con pasajes sobre la vida mediocre de Dick, médico ahora en una remota pequeña ciudad de Estados Unidos. Está claro que Suave es la noche refleja los problemas personales que fueron hundiendo a su autor a lo largo de los ocho años que tardó en escribirla. Para colmo de desgracias, cuando el libro apareció, tuvo una acogida indiferente; los lectores se habían olvidado del mundo rutilante de los años veinte, o, mejor dicho, se encontraban en una época diametralmente opuesta en el aspecto social, y además creyeron que volvía el escritor de las burbujas y el charlestón cuando éste, lejos de los años felices, lo que había escrito era la desoladora crónica del final de una época. Tal vez Fitzgerald pagó en ese momento -luego su obra se ha vuelto ligeramente inmortal- haber ligado su destino a la caducidad de un tiempo, el de los vaporosos años veinte, que él se había obstinado en recrear a cambio de desperdiciar parte de su talento.

“La misión del artista es examinar las fronteras de la conciencia”, dice el doctor Diver a uno de sus pacientes. Posiblemente quiere indicar con esto que la oscuridad es para todos, excepto para los más fuertes, y que en el fondo es preferible quedarse sin cruzar esas fronteras, pues, después de todo, nuestra noche es suave -de ahí el título de la novela, menos gratuito de lo que se piensa-; después de todo, nuestra noche tiene la tierna ventaja de estar a este lado del paraíso, donde no hay fantasmas y sí bellos y malditos escritores como el gran Fitzgerald, un autor de una trágica y frágil pero bella ironía nostálgica, un autor que en el guión de la película de Frank Borzage Tres camaradas incluyó esta frase con la que sin duda todos sus lectores estarán vivamente de acuerdo: “Cuando oscurece, siempre se necesita a alguien”.

Enrique Vila-Matas

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Anatomía del desastre

Una invitación a la lectura, 2002

Editorial: El País

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O el final de Suave es la noche: el tipo que va de ciudad en ciudad… metrópolis, pequeños centros, aldeas, pueblos y luego se acabó. Se ha perdido su rastro. No está muerto, no; sigue viviendo: sigue pensando, no ha olvidado nada; pero está vacío, ha fallado, ha fracasado, ha naufragado. Así vivirá siete años, la eternidad…

Georges Perec

Carta a Denise Getzler

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¿Qué le queda al pensador abstracto cuando da consejos de sensatez y distinción? ¿Hablar siempre de la herida de Bousquet, del alcoholismo de Fitzgerald y de Lowry, de la locura de Nietzsche y de Artaud, permaneciendo en la orilla? ¿Convertirse en el profesional de estas habladurías? ¿Desear solamente que los que recibieron estos golpes no se hundan demasiado? ¿Hacer investigaciones y números especiales? ¿O bien ir uno mismo para ver un poquito, ser un poco alcohólico, un poco loco, un poco suicida, un poco guerrillero, lo justo para alargar la grieta, pero no demasiado para no profundizarla irremediablemente? Donde quiera que se mire, todo parece triste. En verdad, ¿cómo permanecer en la superficie sin quedarse en la orilla?

Gilles Deleuze

Lógica del sentido

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