Raquel Jiménez Jiménez/Zenda
Nuria Labari lleva tres lustros dedicándose a la escritura. En la actualidad imparte talleres literarios, juega y hace jugar con las palabras y escribe de manera habitual en prensa. Con su primer libro de cuentos, Los borrachos de mi vida (Lengua de trapo, 2009), ganó el VII Premio de Narrativa de Caja Madrid. No paró ahí. En el año 2016 publicó su primera novela, Cosas que brillan cuando están rotas, y desde ese momento transita con acierto entre la ficción y el ensayo. Suyas son La mejor madre del mundo y El último hombre blanco.
Quince años después de despegar en la literatura, Labari vuelve al género que la puso en el mapa: el relato. Lo hace de la mano de Páginas de Espuma (que ahora celebran sus primeros 25 años) con No se van a ordenar solas las cosas, un puzzle de historias que aletean entre el sentimiento y la denuncia social. Labari enseña a jugar con las palabras y juega sin ningún pudor con ellas. Con este ingrediente maleable traza un conjunto de historias destinadas a perdurar. En este texto que ha llegado hace pocas semanas a las librerías dilata el lenguaje y con él ensancha un mundo en el que no nos cuesta reconocernos.
Hablamos con Nuria de su trabajo como escritora, de la evolución del cuento y del motor que late como pulsión creativa. Veremos si somos capaces de descubrir, en esta conversación, cómo se crea un conjunto de relatos desde la más inhóspita de las tormentas.
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—Han pasado 15 años desde que ganara el Premio de Narrativa de Caja de Madrid con Los borrachos de mi vida. ¿Cómo ha cambiado o evolucionado su escritura desde entonces?
—No lo sé. Supongo que muchísimo, porque desde entonces he escrito cientos de columnas, tres novelas, un libro infantil, algún ensayo… y a la vez hay una parte que no ha cambiado nada: el germen de la escritura es el mismo. Me cuesta hacer un análisis a vuelapluma de mi propia obra.
—¿Le siguen motivando los mismos temas a la hora de escribir?
—Cada tema en la escritura funciona casi como un flechazo. Hay una parte en la que eliges un tema, o te elige, y de pronto vas a estar (es muy neurótico el proceso) con ese tema. Por ejemplo, cuando escribí sobre la maternidad ese tema se convirtió en una parte importantísima del mundo. Para mí lo que no ha cambiado es que la relación con la escritura siempre parte desde una pasión, desde un eros creativo. Esa pasión se ha mantenido y los temas han ido cambiando, son muy diferentes. El primer libro de cuentos es casi una educación sentimental de un adolescente. La primera novela, Cosas que brillan cuando están rotas, parte de los atentados del 11 de marzo. Es una exploración del dolor y de la muerte. La mejor madre del mundo es casi el reverso. Esas dos novelas, de alguna manera, casi hacen un círculo. La última novela trata sobre la explotación en el trabajo, y después llego a estos cuentos. Quizá tienen todos en común que casi siempre abordo temas contemporáneos. Siempre he escrito sobre el dolor de vivir en este momento, en este sitio y en este cuerpo. En concreto, el dolor de vivir en el cuerpo de una mujer blanca europea. Todo esto está en todo lo que he escrito.
—Esta es una antología de cuentos muy diferentes por su temática, por su estilo, por la voz narrativa que ha elegido… pero en todos ellos late una idea sobre el poder del lenguaje, la palabra. ¿Cree usted, como María Celest, que la palabra es poderosa?
—Claro, por supuesto. Si no pensara esto, estaría en un lugar muy preocupante como escritora. Creo que no solo es poderosa, es la materia prima de nuestro pensamiento y es la materia prima de nuestros sentimientos. Creo que el lenguaje es constitutivo de nuestro carácter y de nuestra identidad. Y en ese sentido, creo que las escritoras y los escritores tenemos la suerte (desde mi punto de vista) de trabajar con la mejor materia prima de todas las posibles, con la más importante.
—En uno de sus títulos anteriores, La mejor madre del mundo, decía que las madres son buscadores de oro, que buscan siempre ese instante dorado. ¿Buscaba Nuria Labari ese instante dorado al escribir estos cuentos?
—Me gustan mucho esas imágenes. En los talleres que hago de creación literaria a veces digo que los escritores son buscadores de pepitas de oro. Es una imagen que he leído en algún sitio más. Hablaba de un libro de cuentos como de salir a cazar rayos casi. Tienes que verte habitar una tormenta y que te partan, por lo menos, seis rayos, como en este título. Si en una novela quizá te ha partido un rayo, en un libro de cuentos la manera de estar en la tormenta es otra, y hay que cazar unos cuantos rayos de una misma atmósfera. Esto es lo que compondría, para mí, un libro de cuentos.
—¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que publicar este título? ¿Tenía los cuentos ya escritos? ¿Los fue escribiendo ex profeso?
—Para mí una antología son los cuentos de una vida para un autor. Pero en un libro de cuentos, con un título que los nombra, para mí no es una colección cualquiera. Tengo más cuentos inéditos que no he publicado y que no he incluido en este libro porque no eran de este libro. Sería como decirle a alguien por qué este capítulo está en esta novela y no en otra. Porque este capítulo es de esta novela, y no de otra. Concibo así los libros de cuentos. Por eso me parece difícil concebir un libro de cuentos, porque no es solamente cazar un rayo y ya tienes un cuento, sino que es una tormenta entera. En este caso quería hacer algo bastante ambicioso. Estaba un poco obsesionada con saber cómo sería la música del mundo, esa voz o esa palabra que nos recoge a todos. No me valía una única voz, no me valía una primera persona, no me valía un solo personaje. Ni siquiera me valía un solo lenguaje, que es el que venía utilizando hasta ahora. Aquí hay distintas voces y distintas oralidades y distintas maneras de nombrar: yiddish, español deformado por el árabe, boliviano, el español que yo manejo, el lenguaje de la Generación Z… Quería, con todas esas voces, escuchar una música que nos pudiera reconocer a todas y a todos, o al menos, ese malestar de unas y de otros mirado en espejos ajenos.
—¿Contar historias puede servir para entendernos (entender la sociedad, nuestras contradicciones, nuestra pluralidad)?
—Sí, soy casi militante de esta idea. Creo que la ficción en estos tiempos es no solo la mejor manera de entender la realidad que nos rodea, sino también casi la única forma de soportarla. Quizá son malos tiempos para el mundo, buenos para la ficción. Quizá si todo estuviese en orden, en su lugar, no haría falta la ficción, la literatura. No lo sé.
—¿Qué escritores del cuento son sus referentes?
—Lorrie Moore, Flannery O’Connor, Carver, Onetti… Me estoy dejando alguna fundamental… Grace Paley, A. M. Homer. Pero mi diosa es Lorrie Moore.
—¿Se considera más novelista o más cuentista?
—¡Qué pregunta! ¿O más madre, o más periodista, o más madre que va al trabajo? Es una pregunta complicada. Lo de comparar la escritura con una pasión amorosa viene bien para esta respuesta, porque cuando estoy con una novela no me considero novelista sino sólo escritora de la novela que estoy escribiendo. Es verdad que he echado de menos los cuentos. Para mí los cuentos requieren una relación erótica con la realidad que no es imprescindible en la novela, y que yo he echado de menos. Requieren también salir a esa tormenta gigante y no conformarse con una sola voz o con una sola idea, sino que es una forma más poliamorosa, o más porosa… ¡Es otra manera! Es otro género. Cuando estoy en cada uno no pertenezco al otro.
—Una de las protagonistas de un relato dice que en su boca siempre hay palabras demasiado grandes (arte, amor, cultura…). ¿Qué tipo de palabras hay en la boca y en las manos de Nuria Labari?
—En este caso he procurado, como te decía, que hubiera muchas y de muchos tipos, porque creo que he hecho un trabajo importante para legitimar a través de la palabra las voces de los protagonistas de estos cuentos. En el segundo relato, del adolescente, las palabras que tenía entre manos venían de TikTok, venían de Spotify, de sitios que no transito habitualmente, venían de escuchar a adolescentes a las puertas de sus institutos, de mi sobrino Martín (¡gracias desde aquí!), de los gimnasios, de YouTube… Cada cuento tiene un trabajo lingüístico importante que, si está bien hecho, pasará desapercibido. Ese es el mayor drama. Si lo he hecho bien nadie lo notará. Lleva muchas horas de trabajo detrás.
—¿Cómo cree que ha cambiado el cuento desde su debut literario?
—Diría que han sido tiempos cada vez mejores para el cuento. Esa es mi impresión, aunque todavía nos falta. Existe el Premio Nacional de Poesía pero el Premio Nacional de Relato Breve no. Sigue siendo, al menos en España, un género al que creo le falta reconocimiento. Pero, dicho esto, hemos tenido libros que han sido importantes y vienen del cuento (Nueve casas vacías, de Samantha, los que está escribiendo Marta Jiménez Serrano…), libros de cuentos que se colocan en el place-to-read de una mayoría, que se han convertido en libros generalistas. Tampoco sé si esa es la ambición. Luego el trabajo de Páginas de Espuma en el cuento en castellano, en estos 25 años que llevan peleando, ha cambiado el lugar de la narrativa corta en España y en países de habla hispana. Han hecho un trabajo muy importante. Es una editorial que pelea por y para el cuento todos los días del año durante los últimos 25 años. Me hace mucha ilusión publicar con ellos.
—Se dice a menudo que el cuento es el hermano pequeño de la novela. Como autora que trabaja ambas disciplinas, ¿qué opina?
—Es completa y absolutamente falso. ¡A veces digo que es al revés! Bueno, no sé si al revés, no me gusta nada jerarquizar los géneros, pero sí sé que no se da esta relación. Siempre digo que las obras completas de los novelistas ocupan una estantería y los mejores cuentistas tienen un único volumen de cuentos muy depurado.
—Cuéntenos, si puede, qué proyectos tiene entre manos.
—Estoy escribiendo un ensayito breve del que prefiero no decir nada. Después tengo una novela y un libro de cuentos en la cabeza. Creo que lo siguiente que escribiré será una novela.
—Si pudiera volver atrás y hablarle a la Nuria que empezó a escribir, ¿qué le diría?
—»Esto le va a gustar», le diría. Que no se ha equivocado de pasión. Sería muy optimista, hay cosas que no le diría, para que las descubriera ella sola y no aguarle la fiesta, pero la felicitaría, porque ha encontrado lo más difícil, algo que nadie le puede quitar.