Recordado por sus coloridos cuadros, así como pinceladas libres que parecían extenderse fuera del lienzo, Pierre-Auguste Renoir fue un pintor reconocido, tanto en el impresionismo, como fuera de él.
El sexto hijo de la pareja formada por el sastre Léonard Renoir y la costurera Marguerite Merlet, nació el 25 de febrero de 1841 en Cagnes-sur-Mer, Francia.
Vivió sus primeros años en barrios pobres y durante su infancia trabajó como decorador en una fábrica de porcelanas.
A temprana edad (17 años) demostró sus habilidades con el pincel, copiando pinturas en abanicos, pantallas de lámparas o cortinas, según información del portal “www.buscabiografias.com”.
Fue admitido en la Academia de Bellas Artes y en 1862 se matriculó de la escuela del pintor suizo Charles Gabriel Gleyre, donde se hizo amigo de Fridéric Bazille, Claude Monet y Alfred Sisley.
Sus primeros intereses en la pintura se inclinaron en la escuela de Barbizon, y consecuentemente por la pintura al aire libre, por lo cual, a inicios de la década de 1870, pintó a las orillas del río Sena, en compañía de su amigo Claude Monet.
Uno de los elementos más importantes de la pintura de Renoir era el difuminado perfecto que tenía en sus colores, delicado pero apreciable en cada una de sus obras.
En 1873 terminó su obra “Jinetes en el bosque de Bolonia”, la cual presentó en la Academia de Bellas Artes y fue rechazada para ser exhibida en el Salón de París, en el “Salón de los Rechazados”.
Un año después formó parte de la primera exposición impresionista, por lo que los artistas Paul Durand-Ruel, y Émile Zola, se interesaron en su obra y la defendieron ante las agudas críticas de la época.
En 1876 Renoir volvió a participar en la segunda exposición del grupo impresionista con su obra “El moulin de la Galette”, que retrata la escena de un grupo en una terraza parisina, teniendo un baile al aire libre.
A mediados de la década de 1880, Renoir comenzó a sufrir de artritis en las manos, lo cual le impidió progresivamente continuar con su pintura, aunque no se derrotó fácilmente, pues amarrándose el pincel a la muñeca, continuó pintando hasta el final de sus días.
La enfermedad le cambió la vida al artista, pues deseó vivir su realidad, y esto se refleja directamente en su obra la cual toma un realismo casi abrupto.
“Yo pongo ante mí el objeto tal y como yo lo quiero. Entonces empiezo y pinto como un niño. Me gustaría que un rojo sonara como el tañido de una campana. Si no lo consigo la primera vez, tomo más rojo y otros colores, hasta que lo tengo”, solía decir.
“No soy más listo. No tengo más reglas ni métodos. Cualquiera puede probar el material que uso o verme mientras pinto: se dará cuenta de que no tengo secretos”. agregó.
En 1888 uno de sus primeros ataques de artritis le provocó una parálisis facial; para evitar que la enfermedad empeorara, se fue de los lugares fríos y se mudó al Mediterráneo, pero la enfermedad no se detuvo.
Se sumaron periódicos ataques de gota que, en conjunto con las dolencias del reuma, comenzaron a deformar sus manos y brazos, en 1907 el pintor tuvo una gran pérdida de peso, y su cuerpo se volvió tan frágil que tuvo que usar protecciones para dormir.
En 1910 Renoir quedó postrado en una silla de ruedas, pero imparable, encontró la manera de seguir pintando y se hizo construir un caballete especial en el que el lienzo se pudiera enrollar como si se tratara de un telar.
Fue nombrado Oficial de la Legión de Honor en 1911 y la prestigiosa revista “Scribner ‘s Magazine” de Nueva York dedicó un artículo a su obra; ese mismo año Maier-Graefe publicó la primera monografía sobre el artista.
De acuerdo con información publicada en “www.artehistoria.com”, el pintor realizó un viaje en 1919 a París para contemplar cómo una de sus obras estaba expuesta junto a “Las bodas de Caná de Veronés”.
Un 3 de diciembre de 1919, Renoir murió a causa de las dificultades de una neumonía, que se sumaron a su mala salud a los 78 años de edad, dejando más de seis mil obras de pintura como parte de su legado y una gran inspiración para pintores como Matisse y Modigliani.