Milady no es un personaje: es un arma.

Dumas crea con ella algo que la literatura no había visto antes: una mujer que no seduce porque es mala, sino que es mala porque entiende el poder de seducir.

Milady manipula, anticipa, destruye.

Cada gesto suyo es estrategia.

Cada palabra, veneno con fragancia a flores blancas.

No es una femme fatale: es la arquitecta del desastre.

Mientras los mosqueteros luchan por lealtad, Milady lucha por supervivencia. Y esa es su grandeza: en un mundo de hombres que deciden, ella vence.

Dumas escribió a Milady para que nadie pudiera olvidarla.

Y lo consiguió.

Milady no es misterio.

Milady es sentencia.

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