Héctor González Aguilar
Inevitablemente el mes de junio nos evoca a Ramón López Velarde, el poeta zacatecano nació en junio, y en este mes celebramos un doble centenario: el de su fallecimiento y el de la publicación de La suave patria, el poema que lo convirtió en mito nacional.
Ramón López Velarde vio la primera luz en Jerez, Zacatecas, el 15 de junio de 1888, justo cuando el Porfiriato estaba en su apogeo y la semilla del modernismo germinaba en la América hispana. Provenía de una familia de la clase media zacatecana, de religión católica y con fuerte apego a las costumbres provincianas.
Cursó estudios en el Seminario Conciliar y Tridentino de Zacatecas y en el Seminario de Santa María de Guadalupe en Aguascalientes. En 1907 se traslada a San Luis Potosí a estudiar la carrera de abogado en el Instituto Científico y Literario de San Luis. Comenzó a escribir poesía desde muy joven, en sus primeras creaciones se le reconocen influencias de Amado Nervo y del español Andrés González Blanco. Posteriormente, tras conocer la obra de Leopoldo Lugones, Herrera y Reissig y de los poetas franceses fue consolidando un estilo propio que lo hizo avanzar fuera de los moldes modernistas; dos temas serán los ejes de su producción poética: la provincia y el amor a la mujer en todas sus facetas.
En 1912 viaja a la ciudad de México, temporalmente se desempeña como secretario en un juzgado que desaloja a inquilinos morosos, el empleo no resulta de su agrado y retorna a Jerez. Para 1914 se establece definitivamente en la capital, se relaciona con gente del medio cultural, entabla amistad con José Juan Tablada y comienza a dar clases en la Escuela Nacional Preparatoria.
Dos años después publica La sangre devota, poemario inspirado en su primer amor imposible: Josefa de los Ríos o Fuensanta. En 1919, con Zozobra, obra surgida de una relación fallida con Margarita Quijano, se aleja de la temática provinciana y alcanza la madurez como poeta. Este poemario, por ser diferente a lo conocido entonces, suscitó la crítica de Enrique González Martínez, el último gran modernista mexicano.
Hacia 1920 las perspectivas de López Velarde no eran precisamente las de un hombre exitoso, sus amores sólo le habían servido para escribir dos poemarios poco conocidos y obtener más críticas que elogios; tiene un empleo, es el secretario particular del secretario de Gobernación de Venustiano Carranza, un presidente al que la clase política le ha dado la espalda.
Pero en el México revolucionario lo impensable sucede, en mayo de 1920 es asesinado el presidente Carranza; el nuevo hombre fuerte, Álvaro Obregón, designa a José Vasconcelos ministro de Educación. Éste convoca a los intelectuales a emprender una tarea de unidad y de reconstrucción nacional. En este momento se inicia la búsqueda de la esencia y la expresión de México.
López Velarde es uno de los que atienden el llamado de Vasconcelos, a principios de 1921 envía dos artículos a la revista El maestro: el ensayo “La novedad de la patria” y el poema La suave patria.
El poema apareció en el ejemplar que se publicó el último día de junio, desafortunadamente su creador había fallecido días antes por causa de una bronconeumonía. El presidente Obregón, que ignoraba la existencia del poeta pero que había disfrutado el poema –dicen que se lo sabía de memoria-, ordenó que se le hicieran homenajes al autor de La suave patria. En estas circunstancias comenzó a forjarse el mito de poeta nacional que se le adjudica a Ramón López Velarde.
La suave patria es un seductor canto a la tierra mexicana que de inmediato ganó popularidad entre la población; al igual que el muralismo, el gobierno lo aprovechó para reforzar el nacionalismo. El poema se divide en cuatro partes: proemio, primer acto, intermedio y segundo acto. El poeta despliega una serie de imágenes sobre México, su territorio y sus costumbres; para expresar su idea íntima de la patria, se dirige a ésta como si fuera una mujer. López Velarde evita toda referencia a los héroes y a las gestas nacionales, la excepción es Cuauhtémoc, que aparece como el único héroe a la altura del arte. Para finalizar, el poeta le pide a la patria que no cambie, que no pierda su esencia.
Posterior a su deceso, gracias a la iniciativa de varios amigos del poeta zacatecano, se publicó El minutero, una selección de su prosa que había aparecido en la prensa de la ciudad de México; en 1932, otro grupo de amigos reúne poemas inéditos en El son del corazón. Don de febrero es su última publicación, una recopilación de prosa dispersa.
Después del mito creado en torno a La suave patria, que redujo la poesía de López Velarde a sus aspectos más visibles, como el provincianismo, el primero que llamó la atención sobre el valor de su obra fue Xavier Villaurrutia, después ha habido otros estudiosos. Como asienta uno de sus primeros biógrafos, Allen W. Phillips, la poesía de López Velarde es una “honda y sentida excursión por los últimos recintos de un alma tensa y estremecida que, por su naturaleza misma, agudizaba cualquier estímulo exterior que recibía”. Es decir, a través de su obra, por encima de todo, podemos descubrir su personalidad, en su poesía y en su prosa encontramos las grandes inquietudes de su alma.
A cien años de su fallecimiento y del poema que lo convirtió en mito, Ramón López Velarde es considerado, junto con José Juan Tablada, el iniciador de la poesía mexicana contemporánea.