Autor: JUAN CARLOS TALAVERA

Escribir es una maldición, pero una maldición que salva”, afirmaba Clarice Lispector (1920-1977), la narradora brasileña cuya prosa es un laberinto de pasiones que induce a la aventura y al asombro, un hito de las letras brasileñas que jugó con el lenguaje, el misterio y que nadó a contracorriente y se convirtió en una de las más importantes narradoras del siglo XX.

En entrevista con Excélsior escritores, investigadores y traductores como Rodolfo Mata, Regina Crespo y Paula Parisot recuperan algunos trazos sobre su literatura, en el marco del centenario de su nacimiento que hoy se recuerda, y arrojan algunas luces sobre su trabajo literario.

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Además, Crespo y Mata revelan que han traducido las crónicas periodísticas de Lispector para el Fondo de Cultura Económica (FCE) en un volumen que pronto circulará en librerías.

UN CAMINO

Para Regina Crespo y Rodolfo Mata, el mejor camino para acercarse a la obra de Clarice Lispector (que se pronuncia “Clarice” con la “e” final y no “Clarís”, como con frecuencia escuchamos que lo hacen al ubicar su nombre en otra lengua) es leer sus cuentos ya clásicos como La felicidad clandestina, Lazos de familia, El búfalo, La legión extranjera, Amor, Una gallina y varios más que podríamos seguir enumerando.

Después el lector podría seguir con sus novelas, empezando por Cerca del corazón salvaje para continuar con La hora de la estrella y finalmente llegar a La pasión según G.H., que es considerada su obra maestra”, explica Mata.

Y complementa Crespo: “Si el lector se apasiona por esta última, puede continuar con Agua viva, que es una obra en prosa que resulta inclasificable, muy en su estilo de flujo constante entre la sensación, la conciencia del existir y el examen de sentimientos y emociones”.

Pero “antes de entrar en las novelas, podemos recomendar al lector que se acerque a las crónicas, que recientemente hemos traducido para el Fondo de Cultura Económica. En ellas va a encontrar a Clarice como periodista, desenvolviéndose con una gracia sin igual, en este polifacético género, entre la reseña de eventos como exposiciones de pintura, reflexiones sobre la escritura y la traducción, recuerdos de su infancia en Recife, estampas de viaje, entrevistas como la que hace a Antonio Carlos Jobim, padre de la bossa nova; o retratos de amigos como Lúcio Cardoso y Chico Buarque, y anécdotas que oscilan en la frontera del cuento”, abunda.

¿Cómo describirían esas crónicas? “Permite ver a Clarice desde muchos ángulos en el quehacer de la escritura como vocación, como medio de vida, ineludible pasión, herramienta de autoconocimiento, diálogo con el otro. Como dice Clarice, “escribir es una maldición, pero una maldición que salva”. Y no sólo la salva a ella y a quienes conciben la escritura de esa manera, sino a sus lectores. Cuenta Clarice en estas crónicas que el gran João Guimarães Rosa alguna vez le dijo que la leía “no para la literatura, sino para la vida”, explican Crespo y Mata.

¿Qué destacar de su prosa?, se les pregunta a Mata y Crespo. “En principio está el tema de su escritura como una mirada femenina y no forzosamente feminista, lo cual da lugar a un amplio debate. Es una figura glamurosa, una mujer de gran belleza, que estando casada con un diplomático decide dejar todo para regresar a su país a vivir de la escritura.

Con el tiempo, su trayectoria y su figura se volvió un mito, pero un mito con un fondo real, pues quien se adentra en su escritura, atraído inicialmente por esa superficie, acaba comprobando su valor en la sustancia de su escritura que, desde un principio, fue calificada de extraña pero fascinante; y, a diferencia de muchos escritores contemporáneos como Jorge Amado y Graciliano Ramos, Clarice no es una escritora de lo regional sino de lo universal.”

¿Hay una dimensión poética en su escritura? “Clarice muestra constantemente una muy apurada y exigente conciencia del lenguaje. Sus libros eran liberados después de atravesar revisiones tras revisiones que eran llevadas a cabo transcribiendo versiones a máquina”.

Por ejemplo, su novela La ciudad sitiada la pasó en limpio más de 20 veces. El tratamiento del lenguaje que lleva a cabo Clarice revela una lucha, un nado a contracorriente (es de ella la metáfora) para evitar el devaneo. Sus “infracciones” al curso normal del lenguaje tienen una razón de ser muy meditada. En una crónica dirigida al linotipista le pide que respete su puntuación, aunque la sienta rara ya que es la “respiración de su frase”.

ALMA FORMADA

Por último, la escritora y artista brasileña Paula Parisot recuerda que a menudo Lispector afirmaba que sus libros debían ser leídos por personas que ya tenían el alma formada, porque podrían resultarles un tanto perturbadores.

Y define así su universo literario: “Ella creó un universo tan propio y rico que algunas personas la definen como hermética, pero yo no pienso que lo sea, sino que su prosa es algo muy íntimo y propio de ella que podría venir de la historia de su vida. Digamos que ella se creó un universo propio, una habitación para sí misma”.

Clarice es un icono para las letras brasileñas y es nuestra mayor escritora. Además, ella tenía una gran belleza, unos ojos de esfinge y pienso que ella creó un aura de misterio para sí misma, con una gran fascinación en el imaginario del lector brasileño. Ella tenía un gran magnetismo con su figura, su literatura y sus libros. Sé que en México es muy querida también y no hay duda de que no podría hablarse de literatura brasileña sin Clarice Lispector”, concluye.

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