Orlando Guillen

Le Prosa acaba de dar a luz la primera edición de este libro bello y necesario, aldeano y mundial, aquí, en Barcelona, a la vista por años intencionales de la incompetencia política e intelectual, la envidia, el ninguneo y la mala fe de quienes por obligación civil debieron de hacerlo en Acayucan, de donde es oriundo, tanto como su autor y como este actor (ah, los sentidos desusados de las palabras) de largos y muchos ya libros de poesía. Mis ediciones son de 100 ejemplares, por vocación testimonial como sabe mi cercanía poética. Traigo esto a cuento porque, más allá de cuestiones económicas que de haberlas haylas, si no había publicado antes el libro es porque no tenía modo de hacer llegar tanta carga espiritual a su destino natural; apareció de pronto una oportunidad entre mis amigos, procedí a editar y… a mis amigos y a mí nos dejaron plantaos y con la carga encima. Ellos y yo aquí y otros en mi pueblo y en Veracruz estamos en movimiento inmediato reactivo y puntual, y esperamos pronto resolver este asunto y, por lo que fuere o hubiere a más, oímos ofertas y propuestas…  En esta entrega primal doy una muestra contundente de qué libro [de narrativa oral tradicional de los abuelos del terruño] estoy hablando, y en haciéndolo me callo •    

La creación del mundo

En el atardecer, un anciano sentado en un banco frente a su domicilio escudriñaba y desentrañaba al mundo. «El mundo», decía, «es una continua confusión, un desorden, heterogéneo, un lugar común sin nada en común, un ir y venir por todas las direcciones; en fin, es redondo y no cuadrado y plano».

Enseguida de estas agudas observaciones, el viejecito empezó a contarme la historia de la creación del mundo.

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En el principio, cuando El Maestro decidió crear el mundo le dijo a un hombre:

—¿Puedes hacerme el mundo? Hazlo y te pagaré bien.

El hombre, con tal de ganar unos centavos, le contestó:

—¡Claro que puedo! ¡Yo le hago el mundo! No se diga más.

Pero El Maestro, que era Dios, le fijó un plazo.

—Te concedo cinco días para que lo termines. En caso contrario, morirás.

El hombre se entregó manos a la obra. A los tres días acabó de hacer el mundo. Lo modeló bonito, hermoso. El globo lo hizo perfecto, redondito. Lo tomó en la palma de una mano y con la otra le dibujó rayas derechitas y paralelas, todas en la misma dirección, llenando al mundo con éstas. Era una obra de arte. Feliz y ciertamente orgulloso por su trabajo, que finalizó antes de la fecha impuesta, en el cuarto día por la mañana lo fue a presentar a El Maestro. Pero en cuanto El Maestro lo vio, le dijo:

—¡No hombre, esto no sirve! Destrúyelo y haz otro.

Y agregó:

—Te queda este medio día y mañana; en total un día y medio para desempeñar tu palabra, o perecerás.

El hombre se retiró cabizbajo, apesadumbrado, triste.

¿Cómo era el mundo que El Maestro deseaba? ¡No tenía ni idea! ¡Y ya no le quedaba mucho tiempo para manufacturarlo!

Pensativo, acertó a pasar por una calle donde un borracho tomaba. Éste le llamó:

—¡Ey, tú, ven; échate unos tragos conmigo!

—Ahorita no puedo, tengo que hacer el mundo que me encargó El Maestro, y no sé cómo. Cuento sólo con un día y medio para cumplir o en caso de no ser así moriré.

—Hacer el mundo es fácil —le respondió el ebrio. ¡Ven, vamos a emborracharnos! Yo te hago el mundo en un santiamén mañana temprano. Hoy gocemos y embriaguémonos…

Así lo hicieron.

El hombre se dedicó a libar con el beodo y se olvidó por completo de hacer el mundo.

Al día siguiente, efectivamente, el borracho hizo el mundo en un momento por la mañana, cumpliendo.

Le dio forma al esférico rápido, de cualquier modo, con superficie irregular y dicen que hasta le quedó de manera geoide. Y lo rayó para todos lados, haciendo un enredijo donde no se podía encontrar ni el principio ni el fin. Cuando finalizó, le indicó al hombre: «Ve y llévaselo a El Maestro y verás que quedará satisfecho».

El hombre obedeció.

En cuanto El Maestro lo vio llegar exclamó:

«¡Este mundo sí sirve! ¡Así es como debe ser el mundo! El primero que hiciste no iba a funcionar, porque todas las líneas eran simétricas y por lo tanto limitadas. Además ¿cómo iba a ser un mundo con todas las rayas en la misma dirección y al mismo punto? ¡Un mundo así no sirve! ¡Y la redondez y los detalles pecaban de perfectos…! Pero éste que hoy has traído, hecho como al azar, es el mundo que quiero. ¡Te felicito!»…

Esta historia de la creación del mundo es la explicación, y no otra, de que el mundo sea mundo •

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