Juan Manuel González/Zenda

La técnica marca el rumbo. Una lección que sirve en el deporte, en la vida… y en el cine. La nueva película dirigida por George Clooney, Remando como un solo hombre (The Boys in the Boat), probablemente no pasará a la historia del cine, pero su valor lo da el contexto: por sus valores éticos y estéticos, su confianza en la historia (y diríamos también en el espectador de plataformas en 2024), la recuperación del cine clásico americano que propone Clooney resulta entrañable y bonita.

Resulta casi sintomático de esa condición el hecho de que Remando como un solo hombre haya aparecido, sin avisos ni promoción alguna, en la plataforma Prime Video. Así, sin más. Clooney ha realizado una película correcta, pero también absolutamente anacrónica, casi incongruente en ese contexto histérico en el que se presenta al espectador español. Se trata de un drama deportivo primorosamente filmado que, pese a no resultar abrumadoramente bueno, apuesta con claridad por un cine que no está en vías de extinción sino directamente muerto.

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Este homenaje al Hollywood de la Edad de Oro es, por ello, un relato de gestas deportivas (la del equipo de remo juvenil de la Universidad de Washington en plena Gran Depresión) sobre la búsqueda última de sentido a través de la dedicación, la profesionalidad y la entrega a los demás. También es un ingenuo pero primorosamente confeccionado drama sobre lo que significa ser americano en un país subyugado por el dinero, por su presencia y por su ausencia, pero capaz todavía de plantarse ante la adversidad que se estaba preparando en el horizonte europeo. Un concepto cursi pero en el que Clooney, en su faceta de director (¿hemos aclarado que no sale en la película?) cree ciegamente, sin ironías, mensajes cruzados ni anacronismos. No hay apenas injerencias actuales en un relato de época que es lo que es y no quiere ser otra cosa.

No es por ello casualidad que el filme termine en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, con los americanos humillando por primera vez al mismísimo Adolf Hitler, quizá el origen de un trauma que el Führer trataría de compensar. Fotografiada en una luz dorada que remite a tiempos pretéritos, con una música de Alexandre Desplat concebida toda ella como un homenaje a John Williams, Clooney ha confeccionado una antigualla que probablemente pondrá un clavo en su carrera de director, un homenaje a Spielberg que logra sobrevivir en el temible subgénero de las películas inspiradoras gracias a un idealismo sincero y una ingenuidad casi suicida. Pero que es, a la vez, testimonio de su oficio e inteligencia.

Existen momentos en los que la película aspira a lo más grande, como ese montaje en el que Clooney consigue llegar a la poesía mostrando el esfuerzo de un grupo de hombres que no deberían estar donde están, pero que juntos consiguen obrar cierta magia. No dura mucho, pero Remando como un solo hombre, con su apuesta por un reparto coral sin rostros particularmente conocidos, se la juega con valentía en un cara a cara en el que solo puede salir perdedora: el de un mundo donde las películas se llaman “contenido”, donde todo tiene una intención oculta, y donde el ritmo no lo marcan los remeros sino la saturación de estrenos sin apenas campaña promocional.

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