Por Rogelio Villareal/Letras Libres
Hace muchos años Carlos Monsiváis escribió que “en el país existen tres Secretarías de Educación: la SEP, Televisa y Rius”. Ariel Rosales trajo a la memoria esta frase a la muerte del prolífico historietista, de quien fue editor durante cuarenta años, primero en la editorial Posada y después en Grijalbo. Elena Poniatowska fue aún más pródiga en elogios: “Rius fue nuestro Piaget, nuestro Freinet de la escuela activa, Iván Illich su vecino en Cuernavaca, Skinner el padre del conductismo, Pestalozzi, Montaigne y Federico Fröebel, todos hechos croqueta. Rius fue, sin proponérselo, uno de los grandes educadores de México del siglo XX. […] Todo lo que sé y sabré jamás de marxismo se lo debo al Marx para principiantes.”
Las izquierdas latinoamericanas experimentaban un boom en los años sesenta; la Revolución cubana se alzaba con la victoria y había un sentimiento de repudio generalizado contra Estados Unidos y las dictaduras sudamericanas. Los conceptos elementales del materialismo histórico (1969), de Marta Harnecker, alcanzó casi un millón de ejemplares en las ediciones española y portuguesa –después la chilena saltaría del marxismo al chavismo sin ninguna pena–. Otro best seller, Las venas abiertas de América Latina (1971) de Eduardo Galeano, vendió 750 mil ejemplares hasta 2015. Galeano había presentado el libro al concurso Casa de las Américas, en La Habana, pero no ganó; fue Arnaldo Orfila quien aceptó editarlo. 2 (A 43 años de su edición original Galeano declaró que “no sería capaz de leer el libro de nuevo”.) Marx para principiantes (1972) rebasó los 400 mil ejemplares. Rius vendió una cantidad exorbitante de historietas y libros que fueron leídos por millones de mexicanos que se los pasaban de mano en mano. (Fue también la época de oro de Los Supersabios, La Familia Burrón, Memín Pinguín, Hermelinda Linda y, entre muchas más, Kalimán, historietas mexicanas que competían con los cómics estadounidenses publicados por Novaro, Edar, GyG, Herrerías, La Prensa y otras editoriales.)
En las páginas de Los Supermachos, y después en las de Los Agachados y en muchos de sus libros, aprendimos, bien o mal, nociones de prácticamente todos los temas, de la Revolución cubana a la política mexicana, el vegetarianismo y la homosexualidad –número en el que exhibe sus prejuicios–, pasando por la Coca-Cola, esa “agua negra del imperialismo yanqui”, filosofía, nutrición, la Virgen de Guadalupe, el jazz, economía, los judíos –que a nadie sorprenda su antisemitismo de izquierda: “Palestina: del judío errante al judío errado”–, el fracaso de la educación y una gran variedad de temas variopintos de historia como La trukulenta historia del kapitalismo (1976), La interminable conquista de México (1984), 500 años fregados pero cristianos (1992), Hitler para masoquistas (1983) o ¿Quién diablos fue Quetzalcóatl? (2008). En conjunto, las didácticas historietas eran casi una enciclopedia viva y colorida que reñía con la UTEHA y otras que teníamos en casa. Un adoctrinamiento divertido y efectivo que llegó a tres generaciones, y un arte decisivo para la cultura popular de un dibujante autodidacta y comunista que reconocía entre sus influencias a Saul Steinberg, Alberto Isaac y Abel Quezada.
Muchos años después, a principios de los ochenta, cuando trabajaba como corrector en la editorial Grijalbo –ya había dejado de ser fan de Rius y desmantelaba mi antes imbatible fe comunista–, Rogelio Carvajal, director de esa casa editorial, le pidió a un chofer que llevara al célebre historietista a la terminal de autobuses del sur en Taxqueña –Grijalbo estaba en la calle de Vallarta, en la colonia San Rafael de la Ciudad de México–; desde luego, me ofrecí a acompañarlos.
Grijalbo estaba por publicar el libro Su majestad el PRI (1982), en el trayecto hablamos del autoritario “partidazo” y su prolongada hegemonía. Y también de Cuba. Le comenté que yo había estado en La Habana el año anterior y que había encontrado un país policiaco y empobrecido, una dictadura. Contestó brevemente, solo me dijo que era una situación muy difícil. Después de su entusiasta defensa en Cuba para principiantes (Nuestro Tiempo, 1966), casi treinta años después publicaría su crítica-autocrítica en Lástima de Cuba. El grandioso fracaso de los hermanos Castro (Grijalbo, 1994). El primero, dijo Rius cuando se publicó el segundo, “fue hecho como un libro de propaganda a favor de la Revolución cubana, lleno de optimismo, pero también lleno de omisiones dogmáticas y apreciaciones incorrectas o equivocadas”. Una crítica que José Agustín y Octavio Paz ya habían expresado y que pronto harían también Monsiváis y una parte no muy significativa de la izquierda mexicana.
La Editorial Meridiano publicó Los Supermachos de 1965 a 1968 –cien números–, y de este año a 1975 el editor Octavio Colmenares, que cedió a las presiones del gobierno censor de Díaz Ordaz, publicó una versión apócrifa de unos quinientos números con los mismos personajes y sin créditos –los primeros tres se los encargó a los caricaturistas Francisco Ochoa, creador de la tira cómica Don Concho, y un tal Borja; al periodista José Natividad Rosales, autor en la editorial Posada de ¿Qué hizo el Che en México? Fotos y documentos desconocidos a 5 años de su muerte (1973) y de ¿Quién fue Lucio Cabañas? (1976)–. 3 Ochoa y Rosales eran de izquierda; este último trabajó en la revista Siempre! de José Pagés Llergo y era célebre por haber entrevistado a Hitler, a Fidel Castro y al Che Guevara, entre otros personajes. Murió en 1976. 4 “Aclaro solemnemente que únicamente hice cien números y que todos dicen con claridad Los Supermachos de Rius”, dijo el monero; contó con el trabajo de color de su esposa Rosita W. y “sonido” de su hija Raquel.
En 1968 Rius lanzó un nuevo proyecto, Los Agachados, con el número especial “Los cocolazos de julio, agosto, septiembre (y octubre quién sabe si tambor)”, en referencia al movimiento estudiantil. Escribió Rius: “Los caricaturistas también somos periodistas. Nuestra misión es enterarnos de lo que pasa y comentarlo en tal forma que hasta un locutor lo entienda, se ría y pueda sacar alguna conclusión.” 5 Los 291 números de esta revista los publicó Editorial Posada del 7 de septiembre de 1968 al 17 de enero de 1977, y 59 números de la segunda época del 8 de noviembre de 1978 al 19 de diciembre de 1979. En 1968 Emilio Abdalá Pérez, Helioflores, Naranjo y Rius fundaron la revista La Garrapata, “la primera revista de humor después de la Revolución que no estaba vinculada con ningún partido político y tampoco patrocinada por el gobierno”, dijo Rius.
Los personajes de Los Supermachos pasaban los días y los años en el pueblo ficticio de San Garabato de las Tunas, Cucuchán –trasunto de algún poblado michoacano y en consonancia con poblados de la región, como Tingambato y Pungarabato, este ya en la tierra caliente de Guerrero–. 6 El indio Juan Calzonzin fue uno de los pilares de la pintoresca galería de Los Supermachos, y seguramente Rius pensó al bautizarlo en el cazonci, que era el máximo gobernante del reino tarasco. Prototípicos y verosímiles, como los demás protagonistas, Calzonzin era un tipo reflexivo, culto y enterado de lo que pasaba en el país y en el mundo, cuyo humor e ironías asustaban a doña Eme e irritaban a don Perpetuo del Rosal, cacique y eterno presidente municipal de San Garabato y miembro del rip. (Con su enorme sombrero y sus anteojos negros, don Perpetuo era idéntico al recientemente fallecido empresario carbonero y senador coahuilense Armando Guadiana, que del PRI, como tantos, saltó a Morena.)
Complejos, muy humanos, los habitantes de San Garabato están bien representados por Chon Prieto, fiel amigo de Calzonzin y asiduo bebedor de pulque, “técnico en paisaje”, como él mismo se describía; Lucas Estornino, el boticario, también de amplia cultura; doña Emerenciana, una beata consagrada a la Iglesia y a la Vela Perpetua; don Fiacro, el cantinero español, y los policías Arsenio –con bigotito hitleriano– y su pareja el Lechuzo. La ignorancia, el fanatismo religioso y el caciquismo posrevolucionario son agudamente criticados por Calzonzin y Chon Prieto, “héroes y encarnaciones de la conciencia política y la sabiduría popular […], sátira y parodia de un México que, medio siglo después, sigue cojeando del mismo pie”. 7 En una entrevista Rius declararía que vio a Calzonzin “reencarnar en los comandantes zapatistas en Chiapas; se convirtió en alguien de carne y hueso. Además, nunca se había tratado al indígena con humor, solo se les utilizaba para burlarse de ellos”. 8
Con Los Agachados aparecieron nuevos personajes, ahora habitantes del pueblo de Chayotitlán, y que son la reencarnación de los pintorescos garabatenses. En vez de Calzonzin está el profesor Gumaro, intelectual de izquierda, y don Perpetuo es sustituido por el Lic. Trastupijes; doña Tecla y doña Garatuza son como hermanas de doña Eme y don Céfiro no es otro que el doble de Chon Prieto. Rius se vuelve aún más directo y frontal en su crítica de la política, la corrupción y la represión. “Los caricaturistas”, escribió Carlos Monsiváis, “son avanzadas de la libertad de expresión y esa condición (de algún modo semejante a la del bufón medieval) les permite ampliar semanalmente sus propios límites, derrotar con frecuencia a la censura”. 9
Con Naranjo y otros historietistas Rius se incorpora al movimiento estudiantil y produce volantes y carteles con ilustraciones de sátira política y contra el papel de la prensa alineada completamente al gobierno y a la criminalización de los estudiantes. 10 Un episodio muy significativo del talante represor del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz es el del secuestro e intento de fusilamiento de Rius el 29 de enero de 1969, cuando unos sujetos armados se lo llevaron con los ojos vendados a un campo militar ubicado en el Nevado de Toluca. “Mi familia se percató del secuestro, recurrieron al general Cárdenas. Cárdenas recurrió al presidente Díaz Ordaz y me salvaron la vida”, contó el humorista. 11
Seminarista, burócrata, embotellador, vendedor de jabones, office boy, encuadernador, cajero, profesor sin títulos y empleado de Gayosso antes de dibujar para la pícara revista Ja-Já, en 1954, y ser despedido después de los diarios Ovaciones, Novedades, Diario de México, La Prensa y El Universal, decir que el michoacano Eduardo Humberto del Río García (Zamora, 20 de junio de 1934-Tepoztlán, 8 de agosto de 2017) fue un hombre de su tiempo es un lugar común. Lo fue, como millones de lectores y simpatizantes de sus ideas, pero también lo fueron los tempranos disidentes del totalitarismo soviético y los exiliados cubanos, los homosexuales confinados en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción en la Cuba socialista, así como escritores, intelectuales y artistas de México y del mundo: de Anna Ajmátova a Vasili Grossman, de Octavio Paz a Luis González de Alba, de Heberto Padilla y Reinaldo Arenas a Guillermo Cabrera Infante…
La crítica del socialismo castrista se diluye un poco en el apoyo que le dio a un conservador populista desde 2006 –y que le brindan incondicionalmente los moneros de La Jornada, con la excepción de Magú, lo mismo que al decrépito régimen comunista cubano–. Rius también expresó su homofobia en algunos números de Los Agachados, como el dedicado a John Travolta (22 de noviembre de 1978). Escribe Jorge Flores-Oliver: “El maestro Rius despreciaba aquellas manifestaciones culturales que consideraba colonialistas, imperialistas, etc. Travolta es un muñeco tarado a la altura de una juventud mexicana igualmente tarada.” 12 Rius se burla de la bisexualidad de Travolta, y no solo eso, afirma que “es la última arma de la penetración ideológica del imperio: junto con las drogas, el misticismo oriental, las heroínas de la tele (ángeles y mujeres huecas y biónicas), el rock, las huecas y tremendistas películas de tiburones y terremotos, las revistas de monitos y las sectas protestantes”; el colmo, dice: “El gobierno mexicano ha perdido el control de la cultura de masas”. Lejos de mí está la intención de escatimarle a Rius el talento, el ingenio y la capacidad para transmitir efectivamente ideas e ideologías con gracia y originalidad. Fue un hombre de su tiempo, sin duda, y uno muy influyente, para bien y para mal, aunque por momentos parecía un profesor malhumorado, que recordaba un poco al amargado y misántropo marido de Lee en Hannah y sus hermanas (Allen, 1986). A fin de cuentas, tenía razón cuando dijo que “los más interesados en que no haya una buena educación son los gobernantes, el poder, el sistema; a ellos les interesa que la gente esté sumida en la ignorancia; ellos felices de que los vasallos, los súbditos, estén calladitos y obedeciendo”. ~ 13