“Estamos todos perdidos. La pandemia es una cura de humildad para la Humanidad”, dice la escritora Rosa Montero, Premio Nacional de las Letras, cuya última novela, “La buena suerte” llega ahora a las librerías con una historia sobre el bien y el mal y la necesidad de “escapar” de nuestras propias vidas.

La escritora madrileña considera, que en todo el mundo se están dando “palos de ciego” ante el avance del coronavirus porque todos estamos “perdidos” pero cree que un comité de expertos internacionales debería estudiar el caso español porque “estamos muy mal” y es una situación “muy rara”.

Una situación en la que cree que influye el “individualismo brutal” de los españoles ya que, aunque ha evolucionado, “queda un 30 por ciento de individualistas irredentos”, a lo que se ha unido el comportamiento “sobón”, algo bueno pero no para una pandemia, indica.

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Durante el confinamiento fue cuando Montero terminó de repasar esta novela, editada por Alfaguara, cuya idea surgió en un viaje en tren hace más de tres años, una historia en la que, dice, hay una especie de “confinamiento personal” del protagonista, y de “un mundo que se derrumba y que hay que volver a construir”.

“La buena suerte” es la novela que Rosa Montero llevaba buscando durante toda su vida, explica, una historia “que se quede en los huesos de lo que es la vida, que sea la radiografía más precisa de lo que es vivir y para eso hay que ir desnudándose de muchas cosas”. Y en este libro es en el que más lo ha sentido.

En abril de 2017 Rosa Montero viajaba en tren hacia la ciudad andaluza de Málaga y en una parada del trayecto vio un “sitio horroroso” y “paupérrimo”, una edificación encima de las vías, en donde, en un balcón corroído con una bombona oxidada, había un cartelito de “Se vende”.

“¿Quién va a comprar esto, que parece la consagración total del fracaso, esas expectativas rotas y sin futuro?”, recuerda Montero que se preguntó, para imaginar a continuación qué es lo que pasaría si alguien se bajara en la siguiente parada, se comprara la casa y se quedara perdido allí.

Es lo que hace su protagonista, un hombre de unos 50 años, con ropa elegante y cara, que huye de alguien, de algo o incluso de sí mismo, y “que quiere castigarse también”.

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“Por esa necesidad que tenemos todos de ser otros, de escapar de nuestras propias vidas, por esa imagen, supe que iba a ser el comienzo de una novela”, rememora.

Un “thriller existencial”, una novela que ha escrito en forma de “mecanismo de relojería, de misterio tras misterio”, explica la autora, a la que le encanta construir “estructuras arquitectónicas” en sus libros y que se siente ahora en la “cúspide” de sus facultades como “artesana” en este sentido.

Como asegura uno de los personajes de su novela, esos que habitan en ese pueblo “de mala muerte”, Montero cree que las personas, al final, se dividen “en buena y mala gente”, aunque haya diversos grados, desde la bondad a la maldad absoluta.

Pero, explica Montero, “hay una línea de no retorno de la maldad. Todos hemos hecho algo malo en la vida, pero hay gente que realmente articula toda su existencia ignorando al otro o depredando al otro”.

Y cree que “aunque la inmensa mayoría de la gente tiende a lo bueno, hay un montón de cobardes que se acomodan a los que mandan, los que obedecen en el deseo de quitarse la responsabilidad de encima”.

En la novela va introduciendo casos policiales reales con los que demuestra ese “horror ante el mal sin sentido”, especialmente el que se produce en el seno de las familias contra menores, indica la autora, que considera que “las religiones se han inventado en gran medida para darle al mal un sentido, para poder soportar el horror”.

Pero hay otro personaje de la novela, Raluca, que es la que encarna la “buena suerte” de la novela y la que, en definitiva, explica, le puso el título a su historia: “con su luz que conquista a todos y una capacidad para poner el mundo en marcha una y otra vez después de cada catástrofe y cada apocalipsis”.

Para Rosa Montero, la buena suerte hay que buscársela: “la conquistas si tú quieres porque no controlamos absolutamente nada de nuestras vidas, pero sí controlamos la manera en la que respondemos a lo que nos sucede”.  

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