Héctor González Aguilar

Atendiendo a inquietudes de su época, los escritores hispanoamericanos del último tercio del siglo XIX se dieron a la tarea de buscar nuevas formas de expresión literaria; por su espíritu innovador se les llamó modernistas y el más grande de ellos, Rubén Darío, le dio al idioma español una exótica belleza y una nueva armonía.

Rubén Darío inició su camino a la inmortalidad con la publicación de Azul…, en Chile, en el año de 1888. Por mediación del cónsul de España en Valparaíso, primo de don Juan Valera, Darío envió a éste un ejemplar del libro. El reconocido escritor remitió, ese mismo año, unas cartas en donde daba cuenta de los aciertos alcanzados por el poeta. La inclusión de éstas en la segunda edición de Azul… se reflejó de inmediato, fue el espaldarazo que impulsó la aceptación de la obra.

Aclarando que el título no es de su agrado, don Juan Valera elogia que Darío haya asimilado el espíritu francés conservando el fondo español y que con esa combinación haya encontrado una forma propia y novedosa. “Usted lo ha revuelto todo, lo ha puesto a cocer en el alambique de su cerebro y ha sacado de ello una rara quintaesencia”, apuntó Valera. Con el tiempo se comprobaría que el poeta nicaragüense había acertado, que había encontrado la veta más rica del modernismo.

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Darío era un genio, en su autobiografía acepta que desde niño tenía la innata facilidad para hacer versos, dice no recordar cuándo comenzó a crearlos, pero que siendo muy pequeño las personas iban a buscarlo para pedirle algunas estrofas cuando alguien fallecía, pues era costumbre repartir éstas en el sepelio.

Su nacimiento ocurrió en una casa de huéspedes del pueblo de Metapa, en Nicaragua, durante un viaje que efectuaba su mamá. Debido al fracaso matrimonial de sus padres, se crió en la ciudad de León con sus tíos, el coronel Félix Ramírez y su esposa Bernarda Sarmiento.

Antes de cumplir los trece años un periódico comenzó a publicar sus versos, con lo que su fama se extendió no solo en Nicaragua sino en el resto de los países centroamericanos. La verdadera instrucción del novel poeta comienza a partir de 1884, año en el que ingresa a laborar a la Biblioteca Nacional de Nicaragua. De manera autodidacta, inicia su relación con la literatura española, con la lengua y la literatura francesas.

Como a todo adolescente, le era difícil controlar sus inquietudes naturales, resultó ser un enamorado empedernido –su relación con las mujeres está plenamente documentada por sus biógrafos-, a los catorce años ya le urgía casarse, para evitarlo debieron enviarlo a El Salvador temporalmente. Cinco años después, debido a una decepción amorosa decide abandonar su patria. Toma camino hacia el sur del continente, llegando con dos cartas de recomendación a Chile, en donde pronto se abre paso en el ámbito cultural de Santiago y publica, como ya dijimos, Azul…

Una de sus etapas más fructíferas ocurre en Argentina, país al que arriba en 1893 con el título de Cónsul General del gobierno colombiano. Erigido como el centro de atención de los cultos bonaerenses, Darío publica dos obras en 1896, Los raros y Prosas profanas; en la primera de ellas nos describe a sus influencias francesas, en la segunda se confirma el nivel de perfección formal y el preciosismo en el lenguaje, cualidades que serán habituales en su producción.

Cuando pensamos en Rubén Darío vienen a nuestra mente poemas inolvidables como el de Yo soy aquel que ayer nomás decía…, “La canción de otoño en primavera”, que no es otra sino Juventud, divino tesoro…, o el cuento en verso titulado “A Margarita Debayle”, de inigualable musicalidad, que ha sido tan difundido y tan admirado. Pero Darío escribió muchos textos en prosa -él mismo decía que el verdadero poeta debe ser un excelente prosista-, se conocen más de ochenta cuentos de su autoría; los publicados en Azul… fueron gratamente recibidos por Valera.

En Prosas profanas afirma que cada palabra tiene un alma y que en cada verso además de la armonía verbal hay una melodía ideal. Por otro lado, se deslinda del propósito de crear una estética modernista, dice que su literatura no es para marcar el rumbo de los demás, aconseja que cada poeta debe de seguir su camino para poder encontrar sus propios tesoros; en esto último no encontró eco, pues el estilo de Darío se expandió por todo el mundo hispanohablante.

A fines de siglo XIX acepta viajar a España como corresponsal del periódico “La Nación”, de Buenos Aires. Para entonces ya se ha convertido en una celebridad internacional. Siendo casado en su país, en España se relaciona con otra mujer, Francisca Sánchez, con la que tiene un hijo; Francisca era humilde e iletrada, lo cual no impidió ser la mujer más importante en la vida del poeta. En Europa publica varias obras, entre ellas una de gran relevancia, Cantos de vida y esperanza, en 1905. 

La personalidad de Darío era apacible y tímida –un hombre entredormido, en palabras de Ángel Rama-, no era un buen orador, pero su elocuencia se refleja en su escritura; sin atisbo de duda es uno de los poetas más influyentes de habla hispana. La riqueza del lenguaje, el colorido, la expresividad de sus poemas y de sus cuentos le otorgaron una gran popularidad, a pesar de que no quería ser “un poeta para muchedumbres”. 

Hasta la belleza cansa, según una canción; así sucedió con el estilo preciosista de Rubén Darío, pero esto no fue culpa de él, sino de los excesos en los que cayeron quienes siguieron su escuela. No obstante, las características imbuidas por él al lenguaje, su aportación al modernismo, permanecen ahí, en sus escritos. 

El pueblo de Metapa, en el que por azar nació el poeta un 18 de enero de 1867, creció y se convirtió en ciudad. El 25 de febrero de 1920, en memoria de aquel acontecimiento, la población tomó el nombre de Ciudad Darío, el poeta había muerto cuatro años antes. Tres décadas después, Francisca Sánchez donó al gobierno español un archivo con más cinco mil documentos de Rubén Darío –poemas manuscritos, recados, boletos, facturas, etcétera-, un auténtico tesoro que permite un acercamiento a la vida íntima del genio del modernismo.

En tiempos en que la poesía ha tomado unos rumbos algo distantes del tradicional concepto de belleza, no está por demás recordar que la obra de Darío está ahí, siempre dispuesta a revelarse a los ojos ávidos de los nuevos lectores.

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