Ciudad de México. Hacer comunidad es una forma de superar la pandemia, de encontrar una luz para el futuro ante la compleja situación que atraviesa el mundo, plantea el escritor y activista uruguayo Raúl Zibechi (Montevideo, 1952).

En entrevista con La Jornada, el también periodista explica que cuando comenzó la emergencia sanitaria por el Covid-19, para combatir la sensación de angustia por el mundo que va a quedar, se lanzó a conversar con diferentes organizaciones sociales de varios países de América Latina que ya estaban armando sus formas de seguir existiendo.

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Esos testimonios integran el libro Tiempos de colapso: los pueblos en movimiento, publicado en México por Ediciones Bajo Tierra.

Fue así como el autor obtuvo un panorama de las acciones que llevan a cabo entre 30 y 40 

grupos de base, las cuales le sorprendieron, añade, pues “más allá de todos los dolores y miedo que ha traído la pandemia, hay acciones en común que las personas hacen tanto a escala rural como urbana, que nos ayudan a sacar algunas conclusiones.

Una de ellas es que hacer comunidad da una fuerza extraordinaria, es una medida político sanitaria para salir de la pandemia. Saldremos más humanos si lo hacemos en colectivo, grupalmente. De lo contrario, terminaremos atomizados y seremos objeto de un control mayor de los poderosos.

En su país, Zibechi fue militante del Frente Estudiantil Revolucionario, agrupación vinculada con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, y durante la dictadura uruguaya fue activista de la resistencia al régimen hasta que se exilió en Buenos Aires, Argentina (1975), y Madrid, España (1976).

El escritor opina que en América Latina “el poder no ha sabido cómo reaccionar ante la pandemia de Covid-19. Vemos estados débiles, frágiles, con sistemas de salud, educación y cobertura de Internet muy limitados; entonces, han reaccionado con miedo.

“En algunos lugares se han militarizado completamente y en otros han priorizado la economía y dejado que la vida continúe. Es curioso lo que ocurre en Brasil y México. En el primer país hay un gobierno de ultraderecha y en México uno que se dice progresista, pero las medidas no han sido muy distintas.

“O lo que se ve en Argentina y Chile: uno con un gobierno conservador y el otro progresista, pero ambos se han militarizado. Más allá del color de los gobiernos, los poderosos del mundo han privilegiado la economía, el modelo sigue adelante y priorizado a la policía, el control de la población.

Entonces, estamos bajo un estado de excepción permanente. Si combates un virus con esa medida, confinando a los sanos, lo que nunca se hizo en la historia de la humanidad (siempre se confinó a los enfermos), lo que tenemos es una fragilidad muy grande, la cual viene de la mano del empoderamiento de las mujeres, de los pueblos originarios, de los campesinos y la sociedad civil, que ya era muy fuerte antes de la pandemia.

Me maravilla la impronta de la juventud

Zibechi destaca que le ha sorprendido positivamente la respuesta de los jóvenes ante estos tiempos difíciles.

Las nuevas generaciones, detalla, “ya venían de un activismo fuerte, lo vi en México durante los sismos de 2017. El papel de las mujeres jóvenes es alucinante, la fuerza que tienen, decir a la cara lo que piensan, sin comillas.

La idea de que los jóvenes tienen apatía es una mirada desde arriba, desde la institución, una mirada patriarcal, porque los chicos no hacen lo que los viejos quieren, pero en el momento en el que se necesita, ahí están. Me maravilla la impronta de la juventud, sobre todo en esta su primera experiencia catastrófica, porque ellos no han vivido dictaduras o guerras.

En particular, el investigador señala que al movimiento feminista se le quiere tachar de violento. “Eso es sintomático, pues cuando los de abajo reclaman o se ponen de pie, los poderosos, ya sean patriarcas o gobernantes, siempre los catalogan de violentos.

“Las mujeres llevan décadas, siglos, sufriendo violencia y feminicidios, y cuando se ponen de pie y pintan una pared les dicen que eso es violencia, se busca discriminar, incriminarlas y atacarlas porque no se dejan.

“Dicen que echar a un varón de una manifestación es tan violento como una violación. ¡No, por favor! Decir eso es un abuso de quienes se niegan a perder poder, de los machos, los caudillos que se agarran de pequeñas cosas para incriminarlas. No. Ningún sujeto oprimido se pone de pie con guantes de seda o alfombras de terciopelo.

“La dignidad es un sujeto brusco y a veces se rompe algún cristal, pero la vocación de las mujeres y de los pueblos oprimidos es la justicia, no la violencia.

“No hay un intento de aniquilar al otro, no hay una guerra de por medio. Hay un decir: ‘hasta aquí llegaste, no me toques más, no me agredas más’.

Estos son nuestros tiempos de colapso, también provocado por los poderosos que se sienten arrinconados por la pérdida de sus privilegios. Por eso es necesaria la presión colectiva, aunque moleste. El colapso nos enseñará que sólo comunitariamente se puede salir de él, con una sociedad mejor que como la conocimos, concluye el escritor. 

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