Juana Elizabeth Castro López
Quién no quisiera poder decir a la montaña de problemas que tiene enfrente: quítate y échate en el mar. Y, esta obedeciera. Asombrosamente, esto es posible cuando la certeza es desatada al asimilar el conocimiento de la Verdad que nos hace libres. Las Sagradas Escrituras nos muestran dicha Verdad y la praxis de la misma la enseñó Jesús.
Mateo cuenta la anécdota que vivió a lado del Maestro: “Por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre. Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera. Viendo esto los discípulos, decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera? Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.”
Jesús tuvo hambre, esto denota que era hombre, cien por ciento. Y, por tanto, conocía las necesidades humanas. Pero, lo que sucede inmediatamente revela Su naturaleza cien por ciento divina, que conoce la íntima estructura de toda Su Creación. Además de esto, el pragmatismo de este pasaje nos enseña varias lecciones que se relacionan entre sí y que veremos a continuación.
Primera lección. La consagración. Jesús le pidió a la higuera un higo. Ese árbol junto al camino tenía una sola razón de ser: darle un higo al Hijo del Hombre en ese momento de la eternidad del Hijo de Dios. Al no cumplir su razón de ser, su vida dejó de tener propósito. La razón de ser de todo cuanto existe es Dios. Por esto, el consejo de Pablo a los colosenses es “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. De esta manera sencilla y práctica podemos vivir consagrados a Dios. Por tanto, nuestra existencia es el momento único de que disponemos para realizar nuestro propósito de vida. El despropósito conduce a la sequedad espiritual.
Segunda lección. El poder de la autoridad de Jesucristo. Su Palabra tiene autoridad porque proviene de Dios. Él lo dijo: “Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió”. Jesús nació y vino al mundo para dar a conocer la Verdad. Si hay una Verdad que exponer es porque existe una mentira que debe ser desenmascarada. La Verdad nos hace libres de las estructuras de pensamiento que hacen ver la montaña (problemas, enfermedades o dificultades de todo tipo) como un obstáculo inamovible. Y, al mismo tiempo, nos equipa para vivir en el ámbito espiritual o sobrenatural. La puerta a todo esto es Jesús. Por esto, creer en él y vivir bajo su Señorío es la llave.
Jesús dijo: “…si tuviereis fe, y no dudareis… será hecho… Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.” Esto nos lleva a la tercera lección, pues, se entiende que el poder de la autoridad de la Palabra de Jesucristo es delegado por fe. La Palabra es sonido. Por lo que, de la misma manera que podemos decir: Si canta una soprano, ¿qué copa de cristal no vibrará?, el profeta Amós dice: “Si el león ruge, ¿quién no temerá? Si habla Jehová el Señor, ¿quién no profetizará?” Pues bien, somos como una copa de cristal finísimo que vibra por resonancia en la presencia de Jesucristo, la Palabra de vida. De esta manera, como por resonancia, nos delega su poder.
Su Palabra nos moldea. Y, nos lleva más allá. Cuando esto sucede, la copa se quiebra (hace ¡Crac!). En ese momento en que nos quebramos, nacemos a la novedad de vida que es en Cristo Jesús. Tenemos que volver a nacer, se lo dijo Jesús a Nicodemo.
¿Qué quebranta en nosotros la Palabra de Verdad? Todo lo que nos limita y mantiene cautivos en la mentira o forma de pensar del mundo. Se quiebran nuestras estructuras de pensamiento. El orgullo que raya en soberbia se convierte en humildad. Al entender quiénes somos delante de Dios cambia nuestra forma de ser, nuestra personalidad, la manera habitual en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. Y, nuestro carácter madura.
En conclusión. La fe en la Verdad o Palabra de Dios nos sintoniza en la mismísima frecuencia de la presencia de Jesús. “Si tocare tan solamente su manto, seré salva”; esto dijo la mujer enferma de flujo de sangre. “Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió…que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?” “… ella…vino y se postró delante de él…. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.” La oración de ella fue breve, enfocada y plena de certidumbre. Exactamente igual que como Jesús habló a la higuera. Lo interesante aquí es que, de toda la multitud que apretujaba a Jesús, sólo esta mujer logró sintonizarse con Su poder, por fe.
“Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán”, esto lo dijo Jesús; porque, la Verdad que nos hace libres no es religiosa sino práctica. Cambia nuestra manera de vivir y hasta nuestra forma de orar. Por esto, Jesús, la puerta angosto, dijo: “…Si puedes creer, al que cree todo le es posible”.



