Divulgación histórica.Clío vs Negra Crestina
Por Omar Piña
Los novohispanos tuvieron una preocupación singular con respecto a sus muertos: creían que todos iban a dar al purgatorio. Aquella extensión del infierno sólo era librada por difuntitos, niños bautizados que no habían conocido el pecado. La Iglesia se había encargado de fomentar una devoción a las “ánimas” que estaban allí porque debían purgar, incluso el pecado más leve. Pero tenían la solución: conseguir indulgencias. Aritmética de la salvación. “Pedro Romero de Terreros, el hombre más rico de Nueva España, mandó decir más de 57 000 misas para su esposa María Antonia Trebusto, fallecida en 1776” (Wobeser, 2012:1336).
También creyeron que durante los últimos momentos de vida, a cada persona la visitaba un ángel y un demonio. El que provenía del cielo llevaba un libro donde estaban escritas las buenas acciones y el infernal, llegaba con el recuento de los pecados. En pinturas, narraciones orales, libros y testamentos, los novohispanos consignaron el miedo que tenían a la muerte. Ellos creían en cortes celestiales que esperaban a los bien portados, que siempre eran mínimos; en purgatorios donde se ajustaban las cuentas en lo que llegaba la remisión y no dudaron en trazar un infierno donde todo era fuego, castigos, tormentos y eternidad.
Para ellos fue verdad pensar y creer que con un solo pecado no absuelto era suficiente para merecer una condenación al infierno. La vida terrena estaba llena de tentaciones y descuidarse de lo más insulso podía ser catastrófico cuando llegara el momento del más allá. Por supuesto que los pecados eran inevitables y entonces el requisito era conseguir absolución, que sólo otorgaba la Iglesia. Pero como ni las almas de los que tuvieron vidas ejemplares libraron la barrera de la condena al purgatorio, allá iban a dar clérigos, papas, obispos, reyes, reinas, monjas y hasta niños. La pintura de la época funge como evidencia.
El purgatorio era inevitable y se trataba de una antesala para subir al cielo. El otro problema era que se temía por el tiempo en que un alma permanecería en la purga, podían ser meses o miles de años. Pero había una forma de acelerar los trámites. Misas, indulgencias y sufragar obras pías que significaba gastar dinero para sacar un alma. La ganancia consistía en las intervenciones realizadas por el alma liberada, que rogaba en los cielos a favor de los vivos que la habían ayudado.
Los sectores en quienes más se ejercía la presión psicológica de mantener la creencia en las almas del purgatorio eran los comerciantes, funcionarios, empresarios, mineros, hacendados y a sus respectivas mujeres. Se aplicaba una lógica: por tener dinero estaban más expuestos a las tentaciones y los placeres mundanos. Aunque al momento de la aritmética de la salvación nadie quedaba exento.
Sí. Los novohispanos lo creían y así solucionaron el mundo que los rodeaba y el final de una vida. Ahora podemos contemplar el conocimiento sobre las prácticas de la época por trabajos como el de Gisela von Wobeser, quien es una de las historiadoras mexicanas contemporáneas que ha desplegado su inteligencia profesional en temas novohispanos.
Esfuerzos intelectuales y rigor académico como el de Wobeser permiten que los lectores de historia tengamos acceso a los sistemas de conformación de imaginarios, que son esferas del pasado tan frágiles como deslumbrantes. Los imaginarios abarcan símbolos, representaciones, mitos; son las narrativas sociales que apuntalan y construyen el pasado-presente-futuro. A partir de una investigación suya, en esta ocasión correremos el telón de los que vivieron en Nueva España para atisbar lo que sabían, pensaban y practicaban sobre el “más allá”.
Para mascar a fondo:
Wobeser, Gisela (2012), “Certezas, incertidumbres y expectativas en torno a la salvación del alma, creencias escatológicas en Nueva España, siglos XVI-XVIII”, Historia Mexicana, LXI: 4, pp. 1311-1348.
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