El subtítulo de este ensayo ya debería ser un reclamo para todos los lectores que, simplemente, quieran mejorar como personas o, mejor todavía, que quieran asegurar la pervivencia de la democracia en nuestro entorno inmediato: “Pensar como Hannah Arendt”.

He aqui las primeras páginas de Somos libres de cambiar el mundo (Ariel), de Lyndsey Stonebridge.

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En los meses siguientes a la elección de Donald Trump en 2016, Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, se coló en la lista de los libros más vendidos en Amazon en Estados Unidos. En el primer año de su presidencia, las ventas totales del libro aumentaron más de un mil por ciento. Circularon por internet citas lapidarias de sus escritos y en la prensa empezaron a salir de forma regular artículos de opinión sobre Arendt. Una política de lo absurdo y lo grotesco, lo soez, lo engañoso y lo francamente inverosímil había regresado y Arendt parecía tener algo que decir al respecto.

Publicado por primera vez en 1951, Los orígenes del totalitarismo describía cómo las condiciones históricas en Europa en el siglo XX se conjuraron para dotar al mal de una forma política asombrosamente moderna. Las mentiras políticas habían triunfado sobre los hechos. Solo quedaban el poder, la violencia y la ideología. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo pudo ocurrir? (OT), preguntaba Arendt. Los viejos relatos políticos e históricos ya no daban respuestas plausibles.

Hannah Arendt también advirtió que, aunque la caída de los regímenes totalitarios de su época era inevitable, los contextos y el pensamiento que los hicieron posibles podrían perdurar en el futuro, al adoptar, en efecto, nuevas formas en función de las nuevas circunstancias, pero basándose en una corrupción cultural y política que se había extendido tiempo atrás.

Cuando Trump asumió la presidencia, había poca presencia militar en las calles de Estados Unidos. La disidencia política no empezó a desaparecer en celdas de tortura a las tres de la mañana. Sin embargo, en Alepo, Siria, en las protestas del Euromaidán en Ucrania y otros lugares, ya había militares y terror. Los regímenes totalitarios al estilo del siglo XX no habían regresado. Pero como los comentaristas vienen señalando desde entonces, hay muchos elementos que Arendt identificó por primera vez con el pensamiento totalitario que han vuelto a nuestra cultura política.

Un cínico desencanto con la política adorna nuestra época como lo hizo con la de Arendt, al igual que un odio larvario, dispuesto a dirigirse contra todo y contra todos. Florecen las teorías de la conspiración. Vuelve la autocensura. Triunfa la soledad. A la amenaza del apocalipsis nuclear hemos añadido la realidad de la hecatombe climática. La aceptación tácita de que hay ciertas categorías de personas — refugiadas, migrantes, desarraigadas, desposeídas, encarceladas, permanentemente pobres— cuyas vidas, al fin y al cabo, son superfluas, no ha cambiado mucho desde la Segunda Guerra Mundial. Campos de concentración y guetos tienen nuevas ubicaciones, nombres y aspectos, pero la miseria permanece, al igual que la cruel y desconsiderada administración de seres humanos como poco más que mercancía.

Hannah Arendt es una pensadora creativa y compleja; escribe sobre el poder y el terror, la guerra y la revolución, el exilio y el amor y, sobre todo, escribe acerca de la libertad. Leerla nunca es un mero ejercicio intelectual, es una experiencia. Llevo más de treinta años leyendo a Arendt, a la que descubrí como estudiante de posgrado a finales de la década de 1980, cuando la Guerra Fría tocaba a su fin. Me cautivaron su estilo, su contundencia y desparpajo, su ironía segura y su ingenio mundano. Venía de un pasado tan cercano que podía tocarlo (murió en 1975, tenía yo diez años), a la vez que hablaba con una voz tan propia y una prosa tan lúcida que parecía surgida de la nada.

Fue cuando me senté a pensar por qué deberíamos leerla hoy, en la era de Donald Trump y Vladímir Putin, que me di cuenta de que era del carácter obstinadamente humano de su febril y compleja creatividad de lo que más tenía que aprender.

Se conoce a Arendt sobre todo por su análisis de un tiempo políticamente oscuro, pero la pregunta que ella hizo sin cesar es la que vuelve a plantearse en una serie de respuestas audaces, creativas y muy valientes al terror, a la ocupación y a la ideología contemporáneas: 

¿Qué es la libertad?

Para Hannah Arendt, no se trataba de una pregunta abstracta ni puramente teórica. Ella amaba la condición humana por lo que era: terrible, bella, sorprendente, apasionante y, sobre todo, exquisitamente valiosa. Y nunca dejó de creer en una política que pudiera hacer justicia a esa condición. Su obra tiene mucho que decirnos sobre cómo hemos llegado a este punto de nuestra historia, sobre la locura de la política moderna y sobre la espantosa, hueca e irreflexiva violencia política contemporánea. También nos enseña que cuando la experiencia de despoder es más aguda, cuando la historia parece más sombría, es cuando más importa la determinación de pensar como un humano, de forma creativa, audaz y sofisticada.

Al haber vivido en una época de la posverdad, Arendt vio lo que implicaba que las personas ya no compartan el mismo sentido básico del mundo en el que cohabitan. Hoy necesitamos a Arendt porque comprendió, como pocos pensadores políticos lo han hecho, lo que podemos perder cuando permitimos que nuestra política se vuelva inhumana. En los últimos años hemos vuelto a constatar cuán destructiva y vulnerable es la condición humana. Arendt enseña que si de veras amamos al mundo (y ella lo amaba) hay que tener el valor de protegerlo — y eso implica desobedecer.

La filósofa considera que solo podemos ser libres mientras nuestras mentes también lo sean. Lo que sigue es una historia sobre cómo Hannah Arendt llegó a pensar sobre su propia época, una historia contada para que podamos pensar la nuestra de forma más desafiante y creativa. Es también una conversación, a veces combativa, entre el presente y su pasado. Arendt nunca dijo a quienes la leyeran qué deberían pensar. En su obra no encontraremos soluciones rápidas para derrotar a la autocracia, combatir el populismo o poner en marcha la socialdemocracia. De hecho, su pensamiento falló a veces, sobre todo cuando escribió sobre la raza. Lo que ofrece, en cambio, es un modelo de cómo pensar cuando la política y la historia destrozan todos los raíles de seguridad que solemos tener, como hicieron en su época y como han vuelto a hacer a principios del siglo XXI.

Para Arendt, una mente libre es la que se aleja de dogmas, de certezas políticas, de zonas de confort teóricas y de ideologías satisfactorias. Una mente libre es la que aprende a cultivar la capacidad de permanecer fiel a lo arriesgado, lo vulnerable, lo misterioso y lo desconcertante de la realidad, porque eso nos brinda, en última instancia, la mejor oportunidad de seguir siendo humanos.

Autora: Lyndsey Stonebridge. Título: Somos libres de cambiar el mundo. Traducción: Sion Serra Lopes. Editorial: Ariel.

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