Tercera entrega

Claves para oír poemas

Habían transcurrido tres semanas desde aquella comida en un pequeño restaurante de la ciudad de México. En esa reunión, un tanto improvisada, se platicó sobre el proyecto de convertir en canciones, algunas poesías de autores veracruzanos como Salvador Díaz Mirón, María Enriqueta Camarillo y Manuel Carpio.  Con la euforia por lo novedoso -para nosotros- de la idea, pronto concluimos que era más que necesario, rescatar musicalmente de las páginas del olvido a poetas mexicanos de la talla de Amado Nervo, Manuel Acuña, Luis G. Urbina y Ramón López Velarde. En particular, ese día me encontraba emocionado. Por la mañana, en las oficinas de la editora de música que promovía mis canciones, me informaron que una de ellas, Quiero cantarle a mi tierra, sería grabada por un grupo de Oaxaca, que formaba parte del elenco de una de las principales disqueras.

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Musicalizar poesía en nuestro país no es algo que se haga todos los días; si logramos hacer unos buenos arreglos, esto puede resultar agradable para la gente; además, será una buena oportunidad para popularizar un poco la obra de nuestros poetas —dije cuando terminamos de comer, ante la mirada atenta de Julio y Ramón, dos promotores artísticos, y de José, un talentoso compositor tamaulipeco, a quien ya le habían grabado varias canciones.

Así, alrededor de la mesa, esa tarde llegamos al acuerdo de utilizar la música tradicional, con arreglos simples en base a guitarras, bajo y percusiones. De esta manera, las poesías, ya transformadas en canciones, podrían ser grabadas y difundidas por la radio con la finalidad de que fueran más conocidas. Así mismo, al ser canciones sencillas, serían interpretadas fácilmente por grupos de jóvenes, aunque sólo tuvieran formación musical básica. Con esta estrategia, la poesía podría ser escuchada en todos los estratos sociales. José Marte y yo, como compositores que éramos, hicimos el compromiso de hacer las canciones con líneas melódicas alegres, respetando la letra y estructura de las poesías. De igual forma, quedé como responsable de la búsqueda y selección de los textos escritos por autores veracruzanos.

 

Nuestro país tiene una rica y abundante tradición artística en la que, por supuesto, destaca la poesía, y Veracruz no es la excepción; la tradición cultural del estado es centenaria y las manifestaciones artísticas se dan en todo el territorio. Existen tantas evidencias del arte veracruzano que he llegado a pensar que en cada uno de sus habitantes hay un poeta en potencia.

Conocía a Julio, a Ramón y a José desde varios años antes, gracias a la actividad musical. Con ellos había coincidido en eventos artísticos, reuniones sociales, en trámites ante oficinas de registro de canciones o en editoras de música.

En mi caso, mis inquietudes musicales se manifestaban a través de la composición de canciones de corte popular: rancheras, boleros, baladas, etc. Algunas, habían sido contratadas por editoras de música del Distrito Federal y grabadas por artistas de mi región, con poco éxito, debo decir. Antes, había formado un trío, que en corto tiempo dio lugar a un grupo musical que se llamó Sonido Trece.

De esa etapa tengo gratos recuerdos. En los cinco años que mantuvimos el grupo en Jalapa, además de ser nuestra fuente de ingresos, pudimos adentrarnos en el mundo artístico, interpretando todos los géneros musicales de la época. En unas quinientas veces que nos presentamos en varios pueblos y ciudades de la región, la pregunta obligada era el porqué del nombre. A quienes parecían interesados, les explicaba lo siguiente: “toda la música que existe hoy en día, se basa en doce sonidos: do, re bemol, re, mi bemol, mi, fa, sol bemol, sol, la bemol, la, si bemol y si. Estas notas, en ese mismo orden, corresponden a las teclas del piano, considerando las blancas y negras, de manera consecutiva, tocándolas de izquierda a derecha, entre octava y octava, empezando por la tecla correspondiente a la nota do”.

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