Juana Elizabeth Castro López

Sumida en sus pensamientos lavaba los platos. Pensaba: ¿Por qué existo? ¿Para qué habré nacido? De pronto, sintió sed. Quería agua fresca, recién sacada del pozo. O, tal vez, era la necesidad de alejarse de su odiosa rutina. Caminar sola hacia el pozo que estaba fuera de la ciudad;  la haría olvidar, por un momento, el enorme vacío de su existencia.

Tomó un cántaro y se encaminó hacia el pozo. Al principio caminó lento, pero el calor del medio día la hizo acelerar el paso. Era como si se dirigiera a una cita. Y,  eso era. Aunque ella no lo sabía, iba al único lugar del planeta donde había agua viva. Y, ella iba a ser llena, como “una fuente de agua que salta para vida eterna”.

“El deseado de todas las naciones”, “el alfa y la omega”, “el principio y fin”, “Aquel por el cual y para el cual, fueron hechas todas las cosas”, “El Verbo de Dios” se hallaba, en ese instante de su eternidad, sentado, precisamente, junto al pozo. Esperándola.

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“Y Jesús le dijo: Dame de beber”. Una breve petición, que detonó la respuesta de la mujer: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” (Porque judíos y samaritanos no se llevaban bien). El alma de ella aprisionada en tinieblas, no percibió la gloria del que le pedía agua. La boca de ella empezó a sacar todo de lo que estaba lleno su corazón: prejuicios raciales, creencias tradicionales, amargura, resentimientos y cerrazón.

“Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.” Al principio, ella se burló: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?”  “Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” 

El agua no podía saciar la agonía de su sed. De pronto, ella entendió que su realidad espiritual era un sequedal. Necesitaba de esa agua viva que Jesús le ofrecía. Entonces, le dijo: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed…” 

Había reconocido su necesidad, pero también precisaba detectar y confesar su vida promiscua. Porque, vivía con un hombre, pero antes tuvo cinco maridos. Buscó su razón de vida en ellos y no era feliz.

Jesús la fue guiando hacia fuera de sus prisiones mentales y espirituales;  para que pudiera ver, que su insatisfacción ante la vida no podía ser saciada ni por el agua ni por una pareja sentimental.

En este breve pasaje ella exhibe: sed natural, sed del alma y sed espiritual. La primera, la hizo ir al pozo y encontrar al único que podía cambiar su historia. La segunda era la causa de todas sus amarguras y sin sabores,  que en su sediento anhelo de ser feliz, la llevó a equivocarse y terminar en una vida promiscua. Y, la sed espiritual, provocada por el desconocimiento de su propósito de vida.

Sintió vergüenza de su realidad y se arrepintió, eso bastó para que fueran rotas sus ataduras. Su espíritu, libre al fin, confesó su alejamiento de Dios, evidente en su expresión en tiempo pasado, al decir: “Nuestros antepasados adoraron en este monte…”. Y, externó su frustración  e inconformidad, al añadir: “pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén”.

Jesús sabiendo que muy pronto consumaría la obra redentora en la cruz del Calvario, le dijo: “… Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre…. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” 

“Le dijo la mujer: Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas.” Entonces, Jesús, que no había manifestado ante nadie más quién era él, le dijo: “Yo soy, el que habla contigo”.

Jesús le impartió sanidad a su alma enferma, le devolvió su dignidad de mujer, le reveló la razón de su existencia, le dio un “nombre nuevo”. Ella se sentía llena y no había probado ni una gota de agua del pozo. Había sido renovada desde su interior por Aquél que dice: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.

La mujer dejó su cántaro y fue a la ciudad. Convidó de su llenura a todo el que la oyó. Les habló de su encuentro maravilloso. Entonces salieron de la ciudad y vinieron a él.  “Y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4).

Todos estamos en el libro de citas del Señor. Al principio, tal vez, como la samaritana, nos burlemos. Pero, él tendrá la suficiente paciencia para rescatarnos; convirtiendo el sequedal, de nuestra realidad espiritual, en  ríos de agua viva. 

juanaeli.castrol2@gmail.com

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