Ante la mirada de propios y extraños, cinco voladores de Papantla se encaminan hacia el llamado “palo volador”, ahí con la cabeza inclinada giran entorno a este y uno a uno suben al bastidor, el último en subir es Gustavo Valencia Santiago, caporal de 17 años de edad que lleva consigo una flauta y un pequeño tambor.

Son alrededor de las 16:00 horas, es el quinto ritual que hace en el día, pero su cansancio no lo desconcentra. No mira a nadie en particular, su mente, dijo, está en blanco porque cualquier error puede provocar que algunos de los voladores sufra un accidente.

Y aunque no teme caer de los 30 metros de altura que mide el “palo volador”, pues “ya ha pasado. Hace unos dos años se cayó un volador pero no le tenemos miedo a eso, pues era el llamado de la Madre Naturaleza”, compartió Valencia Santiago.

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En entrevista, el joven volador señaló que aunque va a una escuela para aprender cuestiones técnicas como amarrase correctamente, tocar la flauta y el tambor, su destreza es fruto de un don que le heredo su tío, hoy fallecido.

“Empecé a los ocho años y para ser volador se necesita tener valor y fe. Yo traigo un don porque mis tíos también fueron voladores y esto proviene de la sangre”, dijo el estudiante de primer semestre de bachillerato.

Originario del municipio de Ojital Viejo, Gustavo Valencia Santiago toma clases los sábados en la Escuela Totonaku, ahí recibe práctica de vuelo, aprende cómo amarrase las agujetas, pero el don lo trae en la sangre.

Y los fines de semana exhibe su arte de las 9:00 horas a las 18:00 horas, realizando de cinco a cuatro vuelos diarios con el objetivo de que este ritual ancestral no quede en el olvido y también para obtener algunas monedas que lo ayudan a continuar con sus estudios formales. Él al igual que otros jóvenes desea viajar a la Ciudad de México para estudiar la universidad.

“Sí hay un desgaste físico pero eso no importa porque lo que buscamos es que nuestra tradición no se pierda porque ya los abuelos se están muriendo y los jóvenes se interesan por otras actividades”, mencionó Gustavo, orgulloso de representar a la cultura Totonaca.

Respecto a su atuendo, dijo que el blanco de sus pantalones los representa como totonacas, mientras que la franja roja con motivos en chaquira representa la naturaleza a través de sus diseños de flores, mientras que el colorido penacho tiene espejos que representan la luz y el brillo, y el abanico el arcoíris.

“Papantla es rico pero por tradiciones, dialecto y comida, por eso me gusta ser volador. Yo no elegí serlo, a mí me eligieron”, expuso el joven, mientras sujetaba su flauta, cuya sonoridad representa el canto de las aves, y su tambor, que es la voz de los dioses del viento, el agua, el fuego y la tierra.

Sereno, Gustavo Valencia Santiago comienza a prepararse para su siguiente vuelo, se ajusta la cuerda de su cintura y se coloca el penacho. De pronto, se pone de pie, toma su flauta y su tambor, y camina hacia un costado de la explanada de la iglesia de Papantla, este será su último vuelo del día, así que se concentra y comienza a tocar para convocar a los otros voladores, también conocidos como “hombres pájaro”.

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