Franco González Aguilar.
(Segunda entrega)
Con el polvo del camino
La presentación en mi pueblo se hizo luego de cinco días. Llegamos en una vieja camioneta, cubiertos con el polvo que nos dejó el camino de terracería después de dos horas de viaje. Habíamos salido de Jalapa a las tres de la tarde. Tomamos la carretera nacional, hasta Banderilla; de ahí, bajamos por entre los verdes cerros de Jilotepec a la cañada del Río Actopan; cruzamos por los cañaverales del Ingenio de La Concepción hasta llegar a la zona semidesértica, cubierta de malpaís, donde sólo crecen cactus, órganos y nopales, que precede al conjunto de casas de teja, que constituyen Trapiche del Rosario. El pequeño asentamiento, rodeado de árboles de mango, se encuentra entre la loma de la Cruz y el Río Sedeño. Lo preside la Iglesia de la Virgen del Rosario, patrona del lugar, a quien se le festeja cada siete de octubre. De ese lugar, continúa el camino hasta la cabecera municipal de Actopan, pero antes pasa por el Descabezadero, en donde se estrecha la cañada y nace el río a través de potentes chorros de agua fría que brotan de una serie de cuevas y forman un hemiciclo de cascadas. Cuando hizo erupción el Cofre de Perote hace miles de años, la lava cubrió el río hasta este hermoso sitio.
La escuela primaria se llenó con buen número de paisanos y familiares emocionados con la presentación del grupo. Algunos sabían que yo era músico y compositor y deseaban manifestarme su apoyo. Cinco meses antes, había estado diez días en el pueblo para componer la música de uno de los poemas incluidos en el disco, después de diez años de no visitarlos. Me complacía observar que los presentes escuchaban con atención cada una de las interpretaciones y al final, igual que en las presentaciones anteriores, demostraron con sus aplausos que las canciones habían sido de su agrado. El tema que más les gustó fue Amor y Desdén del cordobés José Sebastián Segura. Desde luego, también los paisanos pidieron la repetición de algunas canciones. Mientras oía la música y observaba las expresiones de la gente, llegaron a mi mente inolvidables momentos vividos en mi pueblo; recordé tiempos de mi infancia y periodos de vacaciones con los primos, paseando por los campos y riendo por cualquier cosa.
Un nutrido y largo aplauso me regresó a la realidad. Los Tres de Coatepec se despedían del auditorio que abarrotaba el salón de actos de la escuela. Algunos parientes se acercaron a felicitarme y yo, por mi parte, creí haber cumplido con las expectativas que existían en torno a mi persona. Una tía me pidió que visitara el pueblo con mayor frecuencia, como lo hacía antes, a lo que contesté afirmativamente.
Durante el regreso, pletóricos de alegría, comentamos las incidencias del evento. Fatigados y polvorientos nos despedimos al llegar a Jalapa y cada uno se retiró a su domicilio. Los músicos se fueron juntos hasta Coatepec. Quedamos en reunirnos para preparar la siguiente presentación que pretendíamos fuera en el Teatro del Estado. Estaban muy avanzados los trámites para llevarla a cabo.
Al abrir la puerta de la casa, tirado en el suelo, había un escueto telegrama que decía lo siguiente: “Domingo ocho enero doce horas presentación Tres de Coatepec Teatro del Estado”. Lo firmaba el administrador del Teatro. Decidí que al otro día por la mañana les avisaría a todos mediante recado telefónico.
Desde luego que esta noticia me alegró y me hizo olvidarme del cansancio. Después de esa jornada, excitado por lo conseguido hasta el momento y ante la ausencia de sueño, hice una recapitulación de las circunstancias que permitieron esa vivificante experiencia musical y poética, de la mano de reconocidos exponentes de la literatura de nuestro estado y del país mismo.
Lejos quedaron las dificultades y problemas que se atravesaron en el camino, que parecían impedir la conclusión de este proyecto de rescate de nuestros grandes poetas a través de la música popular.
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