Franco González Aguilar

—¿Poesía que se vuelve canción? ¿De dónde sacó esa idea? —me soltó a manera de bienvenida el poeta.

Hace algún tiempo, un amigo me recomendó leer poemas de Rubén Bonifaz Nuño. Además del consejo, aseguró que era uno de los poetas con mayor futuro en México. Me explicó que su poesía reunía lo clásico con lo contemporáneo, que su obra estaba orientada a los jóvenes, y que en sus escritos no existía monotonía. Ahora que estaba frente a él, temía que me mandara al diablo con todo y mi proyecto, por lo que estaba obligado a darle una respuesta muy bien razonada.

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—Mire Rubén—le dije, dándome valor—. Como usted sabe, se ha ido perdiendo el gusto por la poesía y por la literatura en general. Ante esto, me parece que debemos conservar a cualquier precio, la palabra de nuestros grandes pensadores y la voz de nuestros poetas, ya que ellos son los voceros del sentir mexicano. Tenemos que llevar la poesía al pueblo, a los niños, a los jóvenes y a toda la población. Sacarla de las capillas literarias y hacer un esfuerzo para popularizarla. ¿Y cómo lo podemos hacer? Una de las maneras, en el caso de la poesía, es transformando poemas en canciones, utilizando la música popular: cantar poemas en forma de boleros, valses, huapangos, sones, y en todos aquellos géneros musicales que aparezcan en el futuro.

—Usted sabe mejor que yo —proseguí—, que el común denominador de la gente cuando compra un libro, una novela o una antología de poemas, es dejarlos en el librero y tenerlos ahí por años, eso sí, pero los lee muy de vez en cuando. En México no existe el hábito de la lectura. Entonces, si ésta es nuestra realidad, aprovechemos la industria del disco y de la radio, que crece día a día y a todos llega, y hagamos grabaciones de canciones-poemas. El poema puede escucharse, convertido en canción, mientras se estudia, trabaja o se descansa. En conclusión, necesitamos aplicar estrategias novedosas para difundir lo mismo de otro modo.

—Espere—atajó—. Las últimas palabras que acaba de pronunciar, son exactamente las que forman el título que he pensado para un libro de poesía, que tendría ese nombre: De otro modo lo mismo. Es extraño, debo decirle, pero me parece una coincidencia afortunada, casi una señal, y por ello, cuente usted con todo mi apoyo.

—Su respuesta me agrada y me motiva —le dije—. Pero antes que otra cosa, si me lo permite, me gustaría conocer un poco de usted y de su trayectoria como escritor y poeta.

—Nací en Córdoba, la que por cierto acabamos de pasar hace unos minutos— contestó—. Pero desde niño vivo en la ciudad de México. Estudié Química, filosofía y Letras, así como la maestría en letras clásicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la que, desde hace dos años, soy el Director General de Publicaciones; también estudié Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia.

—He traducido algunos clásicos grecolatinos y por el momento estoy trabajando con La Iliada —agregó con énfasis—. Siempre me ha atraído el estudio de las culturas prehispánicas. Yo creo que en el lenguaje de la escultura está escrita la verdadera historia y dibujado el verdadero rostro prehispánico mexicano; muchas de las piezas de escultura de esa época las considero más bien textos, que como obras de arte. Parto de la hipótesis de que la intención del escultor, más que una pieza artística, fue dejarnos una evidencia escrita en piedra. He preferido ver en las piedras de nuestros antepasados, porque son verdaderas, no en los textos que nos dejaron los misioneros españoles para evangelizarnos. Después de diversos estudios, he llegado a conclusiones tan sorprendentes como la siguiente, que difiere de la historia que nos han impuesto: Cuando la caída de México-Tenochtitlan, canal de por medio entre indios y españoles, Hernán Cortés grita a los indios: “Quiero hablar con uno de sus grandes señores” Y uno de los nuestros responde: “Puedes hablar con quien quieras. Todos somos grandes señores”.

—¿Estoy en lo correcto? –se preguntó en voz alta—. Tengo el firme propósito de que estos trabajos se introduzcan en la escuela, para que los niños, antes de oír sobre la grandeza española o la inglesa, aprendan a conocer nuestra grandeza antigua y la vuelvan presente. Me parece que coincidimos en lo fundamental, por eso aprecio la intención de su proyecto de rescate y difusión de la poesía veracruzana.

—Sobre mi obra, puede encontrar cosas de su interés en los libros que he publicado —dijo—. Tienen los siguientes títulos: Firmamento, La muerte del ángel, Poética, Los presentes, Ofrecimiento romántico, Los epígrafes, y acabo de escribir Los demonios y los días. Para mí, escribir poesía es como jugar: cuando jugamos, nadie nos obliga, estamos realizando una actividad que nos hace libres. En cuanto a la temática, le he cantado al amor, a la esperanza, a la melancolía, y también a la soledad sin remedio.

De una carpeta de su portafolio, extrajo algunas hojas manuscritas y me las puso en la mano. Lea usted, me indicó.

Observé cada una de ellas, revisando los títulos de las poesías: Amiga a la que amo, Y nuevamente abril a flor de cielo, Haz que yo pueda ser, amor, la escala. Revisando los papeles del poeta, llegué a un soneto que atrajo mi atención: Alguna vez te alcanzará el sonido, el cual leí con avidez.

 

                     Alguna vez te alcanzará el sonido

Alguna vez te alcanzará el sonido

de mi apagado nombre, y nuevamente

algo en tu ser me sentirá presente:

mas no tu corazón; sólo tu oído.

Una pausa en la música sin ruido

de tu luz ignorada, inútilmente

ha de querer salvar mi afán doliente

de la amorosa cárcel de tu olvido.

Ningún recuerdo quedará en tu vida

de lo que fuera breve semejanza

de tu sueño y mi nombre y la belleza.

Porque en tu amor no alentará la herida

sino la cicatriz, y tu esperanza

no querrá saber más de mi tristeza.

De todos los conocidos hasta el momento, este poema era el que más me había gustado. Quizá su mensaje me trasladó a circunstancias muy personales, regresándome a tiempos felices y a la vez de absoluta desesperanza, de soledad sin remedio, como acababa de decir el poeta. Dejé de leer y todavía impactado por la poesía, lo miré y le dije:

—En este soneto, usted está descubriendo, o mejor dicho, describiendo sentimientos muy íntimos que a veces llevamos.

Leí con detenimiento los demás poemas y desde ese instante, me pareció que Bonifaz Nuño estaba a la altura de los mejores de su época y de tiempos por venir. Por razones que no me explico, el poeta me recordaba a Pablo Neruda.

Le hice saber mi opinión, que agradeció apretándome el brazo con la mano.

—Quédese con la hoja— me dijo.

Me despedí de él, pensando en su grandeza como escritor y poeta. Caminé a mi lugar, mientras mi mente repetía un verso:

“alguna vez te alcanzará el sonido….”

 

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