Franco González Aguilar

Habíamos visitado a varias autoridades e instituciones, buscando respaldo económico para  costear los gastos de producción, promoción y distribución del disco. Lo hicimos cuando las empresas disqueras nos negaron el apoyo, aduciendo que la poesía musicalizada era un despropósito y que no tendría el interés del público. Argumentaron que ellos trabajaban con artistas de música popular, indicando no estar interesados en arriesgar su dinero en cuestiones culturales que luego nadie recordaría. Las autoridades prometieron darnos respuesta, en cuanto analizaran la petición. Las instituciones de cultura nos ofrecieron ayuda, pero señalaron que antes que a nosotros, debían respaldar otros trabajos similares y en ese momento no contaban con presupuesto adicional. Aun así, tomé la decisión personal de seguir con la aventura y apostar por la idea. Finalmente –sopesaba-, yo no tenía familia que mantener. Podía regalar el  poco dinero de que disponía.

Mientras se llegaba el tiempo para volver a reunirme con José, me aboqué a la búsqueda de mis intérpretes. Para este proceso, fue de gran ayuda la labor de Ramón, ya que como promotor, tenía suficiente experiencia en el medio. Debo decir que nunca nos desanimó la falta de apoyo gubernamental a nuestro proyecto. Ramón y yo, juntos o cada uno por su lado, empezamos a visitar grupos y artistas que pudieran interesarse, con el requisito de que fueran  músicos calificados.

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Calculaba que en el estado habría unos veinte candidatos con las condiciones establecidas. Pero además, resultaba necesario que tuvieran la sensibilidad y el gusto por la poesía, dado que eso era lo que iban a interpretar. Sabíamos también que ellos solicitarían cobrar por su participación, y nosotros no contábamos con un presupuesto especial para ello. Era un trabajo a realizarse disponiendo de pequeños ahorros y mucho sacrificio, y eso constituía una dificultad para encontrar buenos músicos. Al final, ellos tendrían que participar con nosotros como productores, a cambio de publicidad. Creíamos que esa alternativa les representaba un estímulo suficiente, ya que tendrían más contratos para actuar. Como no había otra opción, decidimos utilizar ese argumento  en  las entrevistas con los candidatos.

Me habían platicado de un cuarteto de músicos con arpa y guitarras cuyo cantante principal tenía una buena voz. El grupo vivía en Cerro Gordo, una pequeña localidad situada sobre la carretera a Veracruz, a cincuenta minutos de Jalapa. Hacia allá me dirigí en un autobús. El camión se detenía en todas las pequeñas poblaciones del trayecto, para que subieran los pasajeros. La primera parada fue en la escuela Luis J. Jiménez; después en La Piedad; enseguida en Palo Verde. La cuarta fue en Las Ánimas, una gran hacienda propiedad de Justo Félix Fernández, próspero empresario cafetalero, cuyo producto competía internacionalmente y había ganado un premio en Hamburgo. Desde el camión se divisaba la hermosa capilla a un lado del casco de la hacienda y el chacuaco del beneficio de café. Las fincas de la propiedad, a orilla de la carretera, mostraban una abundante variedad de flores de diversos colores, a veces  descansando sobre el bien logrado cerco de piedra que circundaba los terrenos. Pensé en que Humboldt tuvo toda la razón al bautizar a Jalapa como la villa de las flores cuando visitó esta región en 1804.

Después de una pronunciada pendiente, llegamos a la parada de la Hacienda de El Lencero, fundada en 1525 por Juan Lencero, soldado que acompañó a Hernán Cortés durante la conquista. Más tarde, en alguna época, pasaría a ser propiedad del dictador Antonio López de Santa Anna. Mientras hacía estas reflexiones, finalmente, arribamos a Cerro Gordo y procedí a localizar a los músicos. No fue posible porque a decir de un lugareño, ellos cambiaron de residencia, ignorando el nuevo domicilio. Ante eso, no tuve más remedio que abordar el autobús de regreso a Jalapa.

Durante el trayecto, aproveché para leer un ejemplar del Diario de Jalapa, en el que ganó mi atención una noticia del día anterior: “El gobernador Marco Antonio Muñoz en la pintoresca hacienda de La Orduña, ofreció un banquete a ciento cincuenta delegados de catorce países del continente, que integran la Federación de Cafetaleros de América. En su discurso, además de darles la bienvenida, subrayó que la entidad ocupaba un lugar destacado en importantes renglones de la industria nacional: produce la tercera parte del café de todo el país; el 98% de la producción petrolera; el 96% de la azucarera y el 100% de la azufrera, por hablar de los más significativos”. Esas estadísticas me llenaron de orgullo y confianza en el porvenir.

Continuará…

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