Franco González Aguilar
Decima primera entrega
Con renovados bríos y aprovechando el frescor de la mañana, desde muy temprano inicié la revisión de los datos que había acumulado acerca del bardo más famoso nacido en suelo veracruzano.
Si bien es cierto que mi estancia en el puerto coincidió con las fiestas carnestolendas, eso no fue un obstáculo para conocer un poco más de la tierra donde nació Salvador Díaz Mirón en el año de 1853. Hasta diría que esa circunstancia hizo el trabajo más llevadero. Revisé la trayectoria del poeta, su incursión en la política, y sobre todo, la fecunda obra literaria que realizó hasta el año de 1928 en que murió.
Si queremos que los poemas se conviertan en canciones, debemos interiorizarnos en la vida de sus autores; conocer sus antecedentes, historia, familia, motivaciones, costumbres, formas de pensar, etc. También es importante escudriñar lo que hay en las poesías, analizar cada uno de sus versos, captar su esencia. Consideraba que estos eran los principios que regían el proceso de transposición musical de poemas, que estaba sobre mis espaldas.
Y tenía pocas dudas para concretarlo. Me sentía satisfecho por haber encontrado al personaje principal de nuestro proyecto poético-musical.
Salvador Díaz Mirón era el poeta veracruzano con mayor reconocimiento internacional, catalogado como un innovador de la poesía. Sobresalió en la política, en la que fue diputado local y diputado federal. Por sus ideas y participación en la oposición, vivió el exilio en España y Cuba. Dicen sus biógrafos que su oratoria reflejaba una gran elocuencia e ironía. Estuvo a cargo de los periódicos El Veracruzano, El Orden y El Imparcial. Se desempeñó en la docencia, dirigiendo el Colegio Preparatorio de Jalapa en 1912 y 1913 y el Colegio Preparatorio de Veracruz, en 1927.
A los 25 años de edad, se enfrascó en un tiroteo en Orizaba que le inutilizó el brazo izquierdo. Cinco años después se defendió del español Leandro Llada en Veracruz y le dio muerte. En 1892 mató en defensa propia a Federico Wolter y lo encarcelaron durante cuatro años. Cuando era diputado federal, arremetió contra otro legislador, por lo que fue desaforado. El historiador José Manuel Benítez lo llamó “el lisiado trágico” y lo describe como “hombre violento e iracundo que estallaba al menor motivo”.
Justo en ese momento recordé el comentario de uno de los clientes de La Parroquia, en el sentido de que el poeta apoyaba a Porfirio Díaz y a Victoriano Huerta.
Creo que esa opinión puede tener varias aristas. Por un lado, consideremos la influencia que sobre él pudo haber ejercido su padre, Manuel Díaz Mirón, quien fue militar del ejército, poeta, periodista, político y gobernador de Veracruz.
Tampoco olvidemos que durante tres años, Salvador Díaz Mirón retó a duelo a Luis Mier y Terán, el tristemente célebre gobernador, que en 1879, bajo la indicación telegráfica de “Mátalos en Caliente” recibida del presidente Díaz, ordenó el fusilamiento de un grupo de supuestos conspiradores. En respuesta a este hecho, Díaz Mirón, escribió un artículo explosivo, condenando el crimen y retando públicamente a Mier y Terán.
Pero yo no estaba en Veracruz con el objeto de analizar la trayectoria política del poeta. Carecía de conocimiento político y no tenía elementos suficientes para hacer juicios más profundos en relación al tema.
Debía centrarme en la obra poética de Díaz Mirón. Contaba con material suficiente para dedicar algunas horas a la lectura de poesías llenas de romanticismo, fuerza y perfección.
Con lo que había leído y escuchado hasta el momento, tenía una idea de la forma de ser del poeta. Poseía una personalidad contrastante: en un extremo, un intelectual que tiene una gran sensibilidad y que ejerce la docencia; en el otro, un hombre rebelde, atormentado, mesiánico, irascible y agresivo. En él no existían medias tintas; defendía a ultranza sus puntos de vista.
En las visitas a la biblioteca encontré algunas biografías y antologías que incluían poesía diazmironiana. Después de leer más de cien poemas del bardo, entiendo por qué es una de las grandes figuras de la literatura mexicana. La lírica mironiana nos dejó poemas como estos: A Hidalgo, Víctor Hugo, El fantasma, Duelo, Claudia, Deseos, Idilio, Nox, A Gloria, Cintas de sol, Los peregrinos, Al buen cura, La cita, Excélsior y Respuesta. De todos ellos, me quedé con dos: La cita, que escribió en 1880, cuando había cumplido los 27 años de edad, y A Gloria, que le dedicó a su esposa Genoveva Acea y Remond en diciembre de 1884, cuando él tenía 31, y que es uno de sus poemas más famosos.
¡Adiós, amigo adiós! ¡El sol se esconde,
la luna sale de la nube rota,
y Eva me aguarda en el estanque, donde
el cisne nada y el nelumbo flota!
Voy a estrechar a la mujer que adoro.
¡Cual me fascina mi delirio extraño!
¡Es el minuto del ensueño de oro
de la cita del ósculo en el baño!
¡Es la hora en que los juncos oscilantes
de la verde ribera perfumada
se inclinan a besar los palpitantes
pechos desnudos de mi dulce amada!
¡Es el momento azul en que la linfa
tornasolada, transparente y pura,
sube hasta el blanco seno de la ninfa
como una luminosa vestidura.
Es el instante en que la hermosa estrella
crepuscular se asoma con anhelo
para ver a otra venus que descuella
sobre el húmedo esmalte de otro cielo.
¡Es ya cuando las tórtolas se paran
y se acarician en los mirtos rojos,
y los ángeles castos se preparan
a ponerse las manos en los ojos!
En este poema Díaz Mirón hace una exaltación del hermoso paisaje tropical que existía en los alrededores del puerto y le canta a la belleza y castidad de la mujer amada, logrando una armoniosa conjunción. Describe el encuentro amoroso y destaca la pureza del agua (linfa) de los esteros, ríos y lagunas en esa época.
Continuará…
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