Franco González Aguilar

Décima cuarta entrega

—Empecé a escribir muy joven con el seudónimo de Iván Moszkowski, ya que en ese tiempo la mujer no tenía posibilidades de manifestarse en ámbitos políticos, científicos o literarios. Era difícil que te publicaran en los periódicos.

—Muchos años de mi vida estuve en el extranjero—añadió—. Mi esposo fue el historiador Carlos Pereyra, quien falleció hace varios años. Su trabajo en el servicio diplomático por más de treinta años, nos obligó a residir en Cuba, Bélgica, Holanda, Suiza y España. He escrito algunos libros de poesía. Imagino que usted conocerá Rosas de la Infancia, libro en el que narro algunas memorias de mi niñez y que se ha utilizado mucho en las escuelas primarias.

—¡Así es—-exclamé—. Es un libro de texto para infantes de primaria, y gracias a él, muchas generaciones nos acercamos a la literatura.

—En realidad —comentó—, escribir me ha dado muchas satisfacciones. Tuve la fortuna de que en Francia, mi novela El Secreto ganara el premio a la mejor novela extranjera. La crítica ha sido tan generosa conmigo, que varios de mis libros se han traducido al francés, portugués e italiano. También he sido miembro de la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes. Admiro la obra de Juana de Ibarborou y Gabriela Mistral. Puedo decirle que tengo más de ciento cincuenta poemas, alrededor de cien cuentos y algunos libros, como los que mencioné.

—Pues yo me siento muy afortunado de platicar con usted—le dije—. Y permítame ser indiscreto, ¿Por qué viaja sin compañía a su edad? Platíqueme un poco más de sus gustos, si no le molesta.

—De ninguna manera me molesta y por el contrario, le agradezco su preocupación—confió—. Desde que murió mi esposo estoy sola. Con los años, vienen las enfermedades y ya hasta con anteojos me cuesta trabajo leer. Vivo en la ciudad de México, en la Colonia Santa María de la Ribera. En cuanto a mis gustos, disfruto la música española y las mazurcas; me fascinan los postres, entre ellos el arroz con leche, sobre todo cuando lo comparto con mis sobrinos, que suelen visitarme. Acabo de pasar unas semanas lindas en el puerto gracias a que el señor presidente municipal me invitó. El clima cálido me hace olvidar mis achaques, y por otro lado, me hace recordar el recibimiento que esta entrañable tierra me dio en 1948, cuando regresé al país.

—Sí, es cierto, lo recuerdo— le dije—. Toda la prensa informó sobre la multitud que la esperó en el puerto, calificando el hecho como uno de los grandes acontecimientos de ese año.

—Hemos hablado un poco de su vida—corté—. Pero, ¿cuáles de sus poesías le agradaría que las volviéramos canciones? —le pregunté intempestivamente, pensando en que no disponía de mucho tiempo para localizar a los otros poetas en el tren.

 

 

—Precisamente aquí traigo una colección de poesía, que le voy a regalar, se llama Rumores de mi huerto —-me dijo mientras hojeaba el libro hasta que encontró lo que buscaba—. Le voy a leer una que a mi juicio tiene un gran sentido musical. La  escribí en 1908 y se llama El afilador.

 

El afilador

 

Ya viene el afilador

tocando su caramillo…

¡Ay, decidle por favor,

cuánto su dulce estribillo

viene a aumentar mi dolor.

 

En esta triste calleja

obscura, sola y torcida,

con sus aleros de teja,

¿quién puede ganar la vida?

 

¡Que cierren pronto la reja

no vaya por ella a entrar

buscando a la Rosalía

para ver y preguntar,

como lo hizo el otro día,

si hay tijeras que afilar.

 

No quiero en el corredor

de mi triste patiecillo

volver a oír el rumor

de su alegre caramillo;

¡ved, que no entre, por favor!

 

Este artista callejero

que usa flotantes corbatas,

un exótico sombrero,

blusa de dril y alpargatas,

es un pálido extranjero.

 

Que mientras toca y camina

su afilador arrastrando,

nunca al pasar, adivina

que ese son que va tocando

es un son que me asesina…

 

En otras calles hermosas

más suerte pudiera hallar…

en el mercado de rosas

las tijeras de podar

preciso es que estén filosas…

 

Y allá en las callejas bajas,

en tiendas y prenderías

llenas de curros y majas

que riñen todos los días

siempre hay que afilar navajas…

 

Mas aquí, en esta escondida

callejuela silenciosa,

donde la yerba crecida

se mece triste y polvosa…

¿quién puede ganar la vida?

 

¡Ya es demasiado su empeño

en pasar junto a mi reja!

Hasta en medio de mi sueño

oigo la burlona queja

de su airecillo risueño…

 

Ya viene el afilador

tocando su caramillo…

¡Ay!, decidle, por favor,

que afile pronto un cuchillo

con que matar mi dolor.

 

Once estrofas son muchas para una canción, pensé para mis adentros.

—Es una poesía que describe costumbres tradicionales, me agradó mucho—le dije—.

Viaje con poetas. Primera entrega

Viaje con poetas. Segunda entrega

Viaje con poetas. Tercera entrega

Viaje con poetas. Cuarta entrega

Viaje con poetas. Quinta entrega

Viaje con poetas. Sexta entrega

Viaje con poetas. Séptima entrega

Viaje con poetas. Octava entrega

Viaje con poetas. Novena entrega

Viaje con poetas. Décima entrega

Viaje con poetas. Décima primera entrega

Viaje con poetas. Décima Segunda entrega

Viaje con poetas. Décima Tercer entrega

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