Franco González Aguilar

Séptima entrega

Lo primero que observé, es que al carnaval, la gente va a divertirse. Es un interminable vaivén de personas de todas las edades y clases sociales, provenientes de muchos lugares; seres ajenos a tristezas, carencias y preocupaciones. Una mezcla ensordecedora de gritos, tambores y música sirve de preámbulo a la fiesta. Encabeza el desfile la Banda de Marina y cientos de marinos hacen valla para resguardar el orden.

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En un circuito de un kilómetro y medio, constituido por Independencia y otras avenidas, desfilan bastoneras y comparsas de bailarinas de rumba cubana y de encapuchados. Con una gran habilidad y condición física para la danza callejera, compiten para obtener el premio del comité organizador. Entre las comparsas, avanzan también carros alegóricos, decorados con figuras de animales, de personajes populares o de la política, o con motivos o estampas de actualidad. Sobre varios de ellos, hermosas modelos ataviadas con minúsculas ropas, exhiben su belleza al compás de la estruendosa música tropical, para el beneplácito de miles de mirones. Los carros alegóricos son patrocinados por el Ayuntamiento o por importantes empresas estatales y nacionales.

De todos ellos, ganó mi atención el carro de los pescadores de Mandinga, adornado con figuras de tiburones, delfines, peces de colores, una enorme ostra con una perla de buen tamaño y una sirena; arriba, en la parte posterior lleva una embarcación con sus redes y artes de pesca. Desde luego, sobre el vehículo bailaban hombres y mujeres, portando atuendos alusivos a la costa y al mar.

Entre las comparsas, ocupan un lugar preponderante las bastoneras del catorce, un nutrido grupo de señoras que tuvieron su primera participación en 1925 y desde entonces no han faltado a la celebración de la carne.

El carro más engalanado es el de la reina del carnaval, que este año es Memina Herrerías, una atractiva trigueña de rostro juvenil. Junto con las princesas que la acompañan, desde arriba saluda a la gente a ambos lados de la calle. Todas ellas arrojan confeti y serpentinas con la consiguiente algarabía de la multitud.

Por las avenidas donde se hacen los desfiles, caminan entre el gentío, hermosas damas de la sociedad, luciendo sus mejores ropas, desplegando sonrisas a diestra y siniestra con la coquetería natural de la mujer costeña. También, es común ver en las calles y cafés, portando su uniforme blanco de gala, a los gallardos cadetes de la Heroica Escuela Naval de Antón Lizardo.

En los restaurantes ubicados en los portales del zócalo, grupos de jaraneros, arpistas, tríos y mariachis, se disputan el espacio para interpretar lo mejor de la música regional veracruzana –La bamba, por ejemplo- y del folclor nacional. Bailarines de danzón, muestran sus habilidades al ritmo de las marimbas. El bullicio imperante dificulta el descanso a los huéspedes de los hoteles de la zona. En este sitio, pareciera que la fiesta dura las veinticuatro horas del día.

Me habían hablado del buen ambiente que se vive en la avenida Cinco de Mayo, en donde toca un grupo musical -o danzonera- en cada esquina y hay bailes populares por las noches. Para las personas de mayores posibilidades económicas, está un centro nocturno en el balneario de Villa del Mar, en el cual se presentan las mejores orquestas de México, amenizando fiestas en las que hombres y mujeres presumen los pasos aprendidos de los modernos ritmos que se practican en las grandes capitales del mundo. Tomé un taxi, que en veinte minutos me dejó a las puertas de ese lugar.

https://youtu.be/_IHR-vR_kk0

 

Entré al Salón de Cristales de Villa del Mar y no me costó trabajo incorporarme a un grupo de hombres y mujeres que, como yo, iba a convivir y a distraer la monotonía con todos los estímulos posibles. En mi caso: música, mujeres y una buena bebida. Salí de ahí tres horas después, llevando en mi cabeza las pegajosas notas de Bonita, la popular canción de la Orquesta de Luis Alcaraz, que causó gran revuelo. Lo bueno es que sólo había tomado tres cubas de Ron Potrero, un licor que compite con los mejores del Caribe. Guardaba en la memoria a la hermosa mujer de piel blanca y porte distinguido que cruzó enfrente de mí.

Continuará…

 

 

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