Franco González Aguilar
Décima séptima entrega
Con rapidez me dirigí hasta el sitio donde Lázara Meldiú me aguardaba. Ella seguía con su actitud de meditación. Sin dudarlo, la interrumpí en sus cavilaciones.
—¡Ahora sí, señora Meldiú, déjeme presentarme como debe ser!– exclamé—. Me llamo Víctor Roble, soy músico y compositor.
A continuación, le expuse el alcance del proyecto que estaba realizando, los nombres de los poetas que había seleccionado, así como la confianza que teníamos los productores en alcanzar el éxito en la radio con ese tipo de música. Le solicité que me contara un poco de su vida y trayectoria y que además me facilitara alguna poesía para el fin planteado.
—Mire Víctor, nací en Papantla y mi verdadero nombre es María de la Luz Lafarja Urrutia—señaló—. Estudié en esa ciudad y debo confesarle que los conocimientos con que cuento, los he adquirido más bien de manera autodidacta.
—He viajado mucho, ya que soy una persona que gusta de la política—explicó—. Tengo el orgullo de haber participado con valientes mujeres de todos los estados, hasta que logramos en octubre de 1953, el derecho al voto femenino. Imagínese usted, una lucha de más de veinte años, junto a gentes de la talla de Esther Chapa. Desde la década de los treinta, ella encabezó el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, cuyo objetivo principal era obtener su derecho a votar. Era un conglomerado de ochocientas organizaciones femeniles que reunía a más de cincuenta mil mujeres de todo el país. Además de la doctora Chapa y de una servidora, el grupo lo encabezaban las señoras Refugio García, Aurora Fernández y Guadalupe Martínez. Una de las primeras conquistas fue cuando Lázaro Cárdenas promovió en 1937, la reforma al Artículo treinta y cuatro constitucional, a efecto de que fuera reconocida la capacidad cívica de la mujer para ejercer plenamente sus derechos políticos, dijo, casi sin respirar.
—¡Caramba! — exclamé—. Me queda claro que le gusta la política. Su discurso refleja una profunda convicción y entiendo que hayan tenido tal poder de convocatoria. Créame que la felicito por su participación en tan significativo logro. Ojalá y las mujeres veracruzanas un día la recuerden con gratitud, como una de las grandes feministas de Veracruz.
—Esa es la historia mía que prefiero contar— dijo emocionada—. Pero fíjese usted que desde niña me gusta mucho la literatura; escribir sonetos, décimas, verso libre y prosa. He publicado algunos libros. Mañana voy a una reunión de escritores y llevo varios ejemplares. Le voy a regalar éste. Se llama Columpio, y en él hay una poesía que me agrada mucho: El niño lucero, se la voy a leer.
El niño lucero
La luna está acariciando
en su regazo de plata
al lucero de la tarde
como en luminosa hamaca…
-Dame un beso mi lucero-
le dice la luna clara
y el lucero, que es su niño
le besa manos y cara.
Madre del lucero, ella
todas las tardes lo manda
que cuando el sol se retire
se asome por la ventana.
Madre luna, que bonito
es este collar de ágatas
que te pones por las noches
sobre tu cuello de garza…!
-Este collar que me dices
lo recogí una mañana
cuando bajaba a la mar
para bañarme en la playa-.
La luna lleva un vestido
todo de camelias blancas,
sus zapatitos tejidos
con hilos de mil arañas.
Una cofia de crespones
con chaquiras de esmeralda,
son luciérnagas dormidas
en su cabellera larga…
¡Ay, la luna que acaricia
en su regazo de plata
a su lucerito niño
en el amor de su hamaca…!
¡Ay, el lucerito claro
que tiene madre tan blanca
y le permite asomarse
a veces por la ventana…!
Lucero y luna han llegado
arriba de la montaña,
allí, en alcoba de sombras
tiende la luna su cama.
Y ya se cierran las puertas
de la noche sosegada
los párpados del lucero
cierran su carne de nácar.
-Madre, yo quiero dormir
en el amor de tu hamaca-.
La luna alarga los brazos,
llenos de camelias blancas…
y…allá en el oriente empiezan
las alondras su cantata.
El poema refleja la dulzura maternal, pensé. La metáfora de la luna y el lucero, describe el tierno amor entre una madre y su hijo. Habrá que hacerle una selección de estrofas para convertirlo en canción.
—Me encantó su poema. Y muchas gracias por apoyarme—le dije a la poeta—. Me voy muy complacido por su charla y por su poesía tan sentida. Ah, y la felicito por poner en alto la voz de las mujeres de Veracruz y de México.
Me preocupaba que Rubén Bonifaz estuviera molesto por mi tardanza. Me despedí de Lázara Meldiú y corrí al vagón donde él me aguardaba. Lo encontré concentrado leyendo un libro, a pesar de que eran cerca de la una de la mañana. Aceptó mis disculpas y me invitó a sentarme a su lado.
Continuará…