Franco González Aguilar

La aventura poética y musical que emprendimos un día, la mirada hacia atrás en el mundo de la poesía, se convirtió en un entrañable viaje con poetas, aunque algunos amigos dijeran que más bien había sido un viaje de locos. Lo que haya sido, resultó bueno para mí, porque me permitió sentirme vivo.

Cuando terminó el trayecto con Los Tres de Coatepec, decidí dedicarme de lleno a la música y a la composición de canciones. Junto con dos amigos formamos un grupo que se llamó Acorde Tres, que actuaba en hoteles y restaurantes de zonas turísticas del país. Realmente eran empleos alimenticios, ya que sólo daban para comer y para beber. A veces cantábamos mis canciones y una que otra poesía cantada. Diez años más tarde, seguía realizando esa actividad pero sólo con mi guitarra, en restaurantes cuyos dueños me contrataban por actuación y me daban la comida o la cena de manera gratuita.

Ahora me dedico a dar clases de guitarra en algunas escuelas secundarias y también enseño música a domicilio, a niños y jóvenes pudientes que deben ser entretenidos en sus horas de ocio. Estas clases me permiten subsistir y tener una que otra alegría musical. A los jóvenes no les interesan las poesías cantadas y creo que les aburren. He llegado a pensar que sus padres no saben nada de literatura ni de poesía.

He visto poco interés gubernamental en la promoción de la actividad literaria y de la poesía en particular. El gobierno patrocinó unos años el Premio Jorge Cuesta y en Papantla iniciaron jornadas culturales en honor a Lázara Meldiú. No ha habido más, ni creo que lo haya. En el caso de Rubén Bonifaz Nuño, él es un autor mimado por la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde ha ocupado varias responsabilidades académicas. Supe que tiene problemas de salud y que está perdiendo la vista. Dicen que nunca se casó y que no tiene a nadie que vea por él. También he oído que proponen darle un reconocimiento aquí en nuestro estado. Ojalá Veracruz lo recuerde y no permita que la gente lo olvide, como olvidó a Díaz Mirón, a María Enriqueta y a otros poetas que le dieron lustre. Es cierto que su poesía persiste en las antologías, en páginas viejas y en hemerotecas. Sin embargo, pocos tienen acceso a ellos. Pareciera que también enterramos sus obras y que están en el olvido. ¿O será ese, el mejor destino de los poetas?

Por fortuna, la inspiración sigue. La poesía es un viaje al universo y un diálogo con nosotros mismos. Cuando cumple esa función, la poesía vive y es propiedad de quien la lee y se adentra en ella. En ese momento no importa quién la escribió. Vale por el efecto que cause en el lector.

Durante siglos, la poesía fue un medio para transmitir hechos y emociones. En esta época, los que leemos poesía, constituimos menos del cinco por ciento de la población. Ahora existen otras formas de comunicarse y otros lenguajes creados por la tecnología. Las personas se tratan mediante las telecomunicaciones; a través de ellas pueden estar permanentemente cerca, aunque estén físicamente distantes. Ojalá que el avance de la tecnología permita que las manifestaciones artísticas lleguen sin costo a todos lados en cualquier instante. Eso sería formidable para la difusión cultural.

En este caminar con poetas, aprendí que la cultura es responsabilidad de las instituciones y también de las personas. Los ciudadanos estamos obligados a preservarla y procurarla en todos los ámbitos y en todas las clases sociales. En el interior de la propia familia, tenemos que sembrar los granos necesarios para cultivarla e incrementarla.

Han pasado los años y sigo fiel a mis sueños y a mi forma de ver la vida. Para mi desgracia, casi no tengo fuerzas para iniciar empresas ni para mover molinos. Conforme transcurren los días, mis pies dejan menos huella en el camino. Aun así, miro al horizonte con ideas claras y emoción renovada.

De vez en vez, me visitan mis amigos, jugamos póquer y compartimos una botella de vino. No tuve hijos ni suerte con las mujeres. La que amé se fue un día y jamás volvió. Dos o tres más llegaron a conocerme; al poco tiempo, prefirieron seguir su camino.

En las tardes sin lluvia, llega un gato a la rama del árbol de mi casa y desde ahí me observa unos minutos. A veces siento que quiere hipnotizarme y hacemos retos de miradas.

Mi contacto con el mundo es la ventana que me brinda el calor del oriente. El paisaje celeste generalmente es hermoso. No necesito nada más. Vivo la poesía de la soledad y la nostalgia. Con eso tengo bastante.

FIN

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