Franco González Aguilar

Cuando dejé el grupo Sonido Trece, pensé en un empleo que permitiera tiempos libres para la creación musical. No quería una actividad que me esclavizara e impidiera dedicar algunas horas diarias a la composición de canciones y a promoverlas con los artistas.

Al poco tiempo, obtuve trabajo como agente de ventas de café. Empecé a laborar en la empresa Café Colón, fundada en el año de 1900 por la familia D’Arcángelis, productora de café en la región de Coatepec. El producto era sumamente demandado en cafeterías y restaurantes de varias ciudades del país. La actividad de las ventas me permitía viajar por todos lados y conocer a muchas personas. Por otro lado, el hecho de actuar bajo mi propio ritmo y sin supervisores me resultaba conveniente porque me dejaba tiempo suficiente para encontrarme con la inspiración que me regalaba las canciones.

Anuncios

Fue durante los últimos meses en el grupo, cuando sufrí la etapa más difícil que había vivido hasta entonces. En esa época descubrí que mi novia me engañaba. Era la encargada de una cafetería del centro histórico de Jalapa.

Llevábamos dos años de relación. Bella, morena y espigada, poseía otras cualidades que me agradaban. Pero un día, al regresar de una actuación en otra ciudad, la descubrí besándose con el dueño, cuando estaban a punto de cerrar el establecimiento a la media noche. Comprendí entonces que la infidelidad es una de las circunstancias que deben enfrentar los artistas. Por sus parejas, o por ellos mismos.

Ella siempre negó lo que para mí fue evidente. Decía que yo había confundido las cosas y que estaba cometiendo un error imperdonable. Sin embargo, una amiga común se encargó de desenmascarar su traición. El golpe a mi orgullo viril fue enorme, pero más el sufrimiento que experimenté porque realmente la quería y hasta había empezado a ahorrar para casarme con ella.

La terrible herida dejó muchas marcas y creo que me volvió inseguro con las mujeres, por lo que pensé en que debía ser menos confiado en ellas. A partir de ese noviazgo fallido, poco a poco fui perdiendo la confianza en el trato amoroso.

Varios meses estuve sumido en una oscura depresión. No tenía ánimos para ver a amigos y familiares; por las noches necesitaba llenarme de alcohol para poder dormir. Iba a trabajar pocas horas y hasta llegué a descuidar el empleo. En ese tiempo leí algunos libros de poemas y compuse decenas de canciones de amor y desencuentro. Al final, lo único positivo que me dejó aquella ingrata experiencia fue el haber fortalecido mi gusto por la lectura.

Siempre creí en la necesidad de que más gente conociera de la poesía y la literatura, y que las artes fueran más accesibles a las clases populares. Creo que la poesía es la mejor herramienta para preservar la riqueza del idioma entre los niños y jóvenes y también en los adultos.

Hice a un lado la filosofía y la literatura y me serví otro café, dispuesto a revisar los apuntes de los días que estuve en las ciudades de Veracruz y México. Recordé las conversaciones con las personas que conocí en el puerto y las experiencias que me proporcionó el carnaval, con toda su algarabía. Pensé en las horas que estuve en la biblioteca y que me permitieron descubrir la vida contrastante de Díaz Mirón: su enorme estatura literaria y su agresividad cotidiana que no midió consecuencias. Evoqué las entrevistas con los poetas en el tren: María Enriqueta y su nostalgia por la tierra; Bonifaz con su amor sin esperanza; Hernández Palacios y su melancolía; la feminista Lázara Meldiú y su lucha por los derechos de las mujeres. Y enseguida, la sorpresa mayúscula al leer los apuntes que hice de aquel sueño en ese tren en el que viaje a México.

¡Imposible! ¡Los personajes de aquella comparsa de mi sueño, existieron realmente! ¡Eulogio Carpio, Sebastián Segura, Delgado y aquel Luchichí, resultaron ser los poetas que encontré en los libros viejos de Manuel Sol! ¡Lo que ellos platicaron, es parte de lo que dicen sus biografías! ¡Es como para no creerlo!

Pero no había ninguna duda. Comparé la información obtenida en los libros y periódicos viejos revisados en esas semanas, con los apuntes que hice en el tren, después del sueño que tuve con los poetas. Los datos eran coincidentes. ¡Esto es inaudito!, concluí.

Tenía que aceptar que los hechos platicados por los personajes de mi sueño, coincidían con la información plasmada en las biografías de poetas veracruzanos, que había leído en esos libros y periódicos del maestro Sol.

 Toda esa situación resultaba una coincidencia muy extraña y divertida. En mí, se hacía realidad aquel dicho popular: músico, poeta y loco. Estaba consciente de que no podía platicar esa experiencia a mis amigos, porque me tacharían de poco serio.

Entonces, me surgió una interrogante: ¿podría pensar que alguna fuerza paranormal hizo que aquellos poetas que soñé, me dieran a conocer su obra a través de los libros y periódicos viejos que me proporcionó Manuel Sol? ¿Es ése el medio que utilizaron para hacerme llegar sus poemas? Como no encontré respuesta, opté por lo racional y por lo lógico y guardé en el rincón mas hondo de mi cerebro ese sueño con los poetas, que ningún caso tenía platicar. Cuando pase el tiempo –pensaba-, alguna razón encontraré para explicar porqué preferí a esos autores en mi antología.

Pero también había un aspecto que me preocupaba. El proceso de composición musical escondía una responsabilidad que no podíamos soslayar: la música que debíamos crear, tendría que estar a la altura de la calidad de los poemas. Esa circunstancia representaba un reto para José y para mí como compositores. Por lo tanto, teníamos que dedicarle el tiempo que fuera necesario, aún con la necesidad de allegarnos recursos para subsistir y continuar con el proyecto.

Continuará…

Publicidad