Franco González Aguilar
Tras el intento fallido en Cerro Gordo, conocimos más de quince grupos, y parecía que no tendríamos éxito, hasta que un día llegó Ramón con la nueva de que tenía a los artistas adecuados. Los Tres de Coatepec, me dijo. Llevan muchos años juntos y ya grabaron en México; se que te van a gustar. Tocan música romántica y boleros. Propongo que vayamos a Coatepec a que los conozcas y expliques el proyecto. Al otro día, en punto de las cinco, estábamos en el pequeño y provinciano pueblo de Coatepec, situado a media hora de Jalapa. Viejas casonas de teja y calles empedradas conformaban el paisaje. De las bardas de los patios colgaban infinidad de buganvilias. Pensé que en alguno de ellos habría jugado María Enriqueta cuando niña. Ya en el domicilio de los músicos les dije, después de presentarnos:
—Necesitamos un grupo estable, profesional y con experiencia.
—Buenos músicos y voces de primera. Y que quieran cantar poesías convertidas en canciones— agregué.
—¡Ésos, somos nosotros! —exclamó el de más edad.
— Déjenme presentar al grupo, mi nombre es Bernardo — nos dijo. El más joven, Porfirio, toca el bajo y las percusiones; su hermano, Arturo, el requinto; Manuel, la guitarra; yo las maracas y soy la primera voz.
—Arturo y Manuel me apoyan con la segunda y tercera voz— agregó. Arturo y Porfirio son de Mahuixtlán, situado a media hora de aquí. Manuel y yo somos de Coatepec. Llevamos juntos catorce años. Ya grabamos nuestro primer disco en México y hemos trabajado allá en centros nocturnos y también en los mejores lugares del estado. Tocamos en fiestas, presentaciones y serenatas. Nuestra especialidad son los boleros.
—Si nos permiten, vamos a tocarles una canción, para que nos oigan— propuso.
Tocaron dos melodías y al concluir los felicité por su interpretación y excelente ensamble de voces.
—Estamos encantados de haberlos conocido— les dije—. Haremos un gran equipo y sé que cuando escuchen las canciones, les van a gustar.
Ramón y yo les explicamos detenidamente el proyecto y lo que pretendíamos. Acordamos ensayar durante la semana siguiente. Los Tres de Coatepec aceptaron participar en el proyecto de manera gratuita, convencidos de que toda la publicidad que habría, les sería beneficiosa para tener actuaciones en más lugares, incluida la ciudad de México. Después de la reunión, regresamos a Jalapa, adonde llegamos media hora más tarde.
Nos despedimos y enfilé con rumbo a mi domicilio. Pasé a la panadería y compré dos camelias, un cuerno y unos bolillos recién salidos del horno, que despedían un delicioso olor. Liquidé los veinte centavos que costaban y continué mi marcha. Al cruzar por el Parque Lerdo observé a una multitud saliendo de la catedral.
Me informaron que había una misa en recuerdo de Rafael Guízar y Valencia, sacerdote michoacano que en el año de 1919 fue nombrado Obispo de Veracruz por el Papa Benedicto XV. A los doce años de su muerte, acontecida en 1938, sus restos fueron exhumados del panteón municipal, encontrándose su cuerpo incorrupto, por lo que fue trasladado a la capilla de Santa Teodora ahí en la catedral. Los milagros que le atribuyen han incrementado el número de devotos que le ruegan favores. Pero Jalapa también tiene otro templo religioso con significación histórica. En la parroquia de San José, reposaron los restos de Maximiliano en su paso hacia el viejo continente, después de su fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Dice el sacristán, que en ese templo fueron bautizados Antonio López de Santa Anna y Sebastián Lerdo de Tejada.
Las cavilaciones religiosas del trayecto a mi domicilio, me hicieron pensar si los autores contemporáneos seguirían escribiendo poemas con temas religiosos, como en su tiempo lo hicieron Manuel Carpio e Ignacio Miguel Luchichí. Por más que busqué en la memoria, no encontré ningún nombre que diera respuesta a esa interrogante.
Continuará…