Autor: Juan Carlos Talavera

Más allá del Mictlán y del Xibalbá, los investigadores Eduardo Matos Moctezuma y Arturo Gómez Martínez exploran las regiones del inframundo mexica y maya para revelar la construcción del imaginario prehispánico en torno al más allá.

Me gustaría comenzar con el aspecto de la dualidad y de la muerte, ya que estos pueblos observaban cómo a lo largo del año había una temporada de secas, en que los árboles perdían su verdor y no daban frutos, y otra de lluvias, la cual fertilizaba la tierra y daba frutos. Así observaban una temporada de muerte y otra de vida”, dice a Excélsior el arqueólogo y antropólogo Eduardo Matos Moctezuma.

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Esta dualidad es fundamental en el México prehispánico, explica, porque llevó a los mexicas a establecer los diferentes lugares a los que se irían después de la muerte, mientras que el catolicismo planteó una idea de gloria, purgatorio y de infierno para quienes cometieron una serie de malos actos o pecados.

Pero entre los mexicas el destino de los muertos se deparaba según la manera en que se moría. Por ejemplo, si alguien perdía la vida en combate o era capturado en la guerra para ser sacrificado, su destino era acompañar al Sol, desde que nace por el oriente hasta el mediodía”.

Y a partir del mediodía, el Sol estaba destinado a las mujeres muertas en su primer parto, porque se consideraba el parto como un combate o una guerra. “Es así como guerreros y mujeres que perdían la vida eran destinadas a esa región del inframundo llamada Tonátiuh Ilhuícac o Tonatiuhixco.

Según las crónicas antiguas, estos guerreros eran los únicos que tenían garantizada su transformación en aves de bello plumaje, como colibríes o mariposas, es decir, tenían garantizada su continuidad de esa manera”, explica.

Pero había otras regiones o zonas del inframundo. Por ejemplo, el Tlalocan o Paraíso del dios Tláloc, a donde iban hombres y mujeres que morían por causas asociadas al agua, es decir, inundaciones, ahogamientos y rayos. “Sahagún menciona que este era un lugar de verdor y de constante verano en el que las plantas florecían”.

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Un tercer lugar era el Chichihuacuauhco, “destinado a los niños que habían muerto a temprana edad y los cuales sus esencias irían a ese lugar donde había un árbol nodriza, con hojas que manaban leche, los seguía alimentando hasta que los dioses decidían que volvieran a otro vientre materno para ser paridos”.

Y un cuarto lugar era el Mictlán, al que deparaba los que morían de cualquier otra manera, como enfermedades o accidentes. Y para alcanzarlo había que superar ocho peligros o acechanzas (el chignahuapan, la montaña de obsidiana, el viento helado, las montañas que chocan, donde se flecha, sitio de fieras que devoran corazones, lugar de piedras y sitio de banderas), en un viaje de cuatro años para llegar al Mictlán, donde yacían los señores del inframundo, es decir, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl.

Hay algo que se ha prestado a confusión y es que, cuando un tlatoani moría, el gobernante máximo también iba al Mictlán. Pero recordemos que el tlatoani era el gran capitán del ejército mexica y, por tanto, le deparaba ir con el Sol como gran guerrero”.

¿No existía un Mictlán? “Los cronistas dejaron claro en sus escritos que, hasta donde se sabía, no existió un Mictlán generalizado”.

Por último, habla sobre el destino de los cuerpos: “El guerrero era cremado y en caso de que hubiera muerto en una batalla lejos de Tenochtitlan, los familiares hacían efigies de madera y las quemaban.

En cambio los que iban al Mictlán se hacía un bulto mortuorio, se les ponía en cuclillas, eran envueltos en tela y se les echaba agua para representar el líquido amniótico del alumbramiento”, agrega Matos Moctezuma.

Y faltaría hablar de los 13 niveles celestes, pero sería motivo de otro texto.

INFRAMUNDO MAYA

En la cultura maya Xibalbá era el inframundo, pero tampoco era entendido bajo la conocida idea judeocristiana, asevera Arturo Gómez Martínez, titular de Etnografía del Museo Nacional de Antropología, “sino que era un estrato del universo y del cosmos integrado por cielo, tierra e inframundo.

Xibalbá estaba interconectado por una ceiba sagrada y sus raíces iban hacia el inframundo, mientras que el tronco estaba entre el cielo y la tierra, y su copa iba orientada al lado celeste, donde habitaban las deidades”.

De forma semejante al mundo mexica, el destino de las almas dependía de los oficios y del tipo de muerte de cada una de las personas.

Los guerreros también iban con el Sol, es decir, a la casa de Kinich Ahau, mientras que los muertos por causas del agua, ahogados, fulminados por rayos o enfermedades asociadas con el agua, como la gripe o epidemias de granos, viajaban con el dios Chac.

También estaba la región de Ah Puch, el dios de la muerte que estaba presente como tutelar de los difuntos, quien era guía del inframundo. En tanto que los artistas eran recibidos por Ixchel, la diosa del tejido, quien vivía en un estrato del cielo muy cerca del Sol.

Y para los demás había una muerte general que los conducía a Xibalbá, “un lugar fresco, oscuro en principio, donde estaban las raíces de la ceiba y había mucha agua, un espacio asociado a cenotes, grutas y donde las estalactitas cumplen la función de gotear”, agrega Gómez Martínez.

En ese lugar, también llamado Metnal, los viajeros transitaban durante cuatro años en la ceiba y recorrían algunas casas (la oscura, la del frío, de los jaguares, de los murciélagos, de los cuchillos y del calor), para luego subir a una especie de cielo donde eran convertidos en otros animales, vegetales o libélulas.

En este territorio, el venado era el que abría el camino a los muertos y el guajolote, que informaba sobre las rutas por tomar, tenía una capacidad intelectual importante sobre los caminos, hasta que llegan a la base de la ceiba o paraíso lleno de verdor, donde hay frutas y plantas con las cuales se podían alimentar.

Finalmente, habla sobre el destino de los cuerpos.

En el área maya casi todos eran enterrados, a excepción de los sacrificados. Pero, en general, cualquier muerto era envuelto en petates o mantas, atados, nunca acostados, casi siempre en decúbito o en posición fetal.

Aunado a esto, no había cementerios, por lo que dichos cuerpos eran depositados en milpas o en las casas, dependiendo sus oficios y de su edad”, concluye.

CULTURA MEXICA

El destino de las almas siempre dependía de la forma en que se moría.

Mictlán:

Lugar para quienes morían a causa de enfermedades, accidentes u otras no especificadas.

Tlalocan

Zona donde iban hombres y mujeres que perdían la vida por causas asociadas al agua.

Chichihuacuauhco

Espacio destinado para aquellos niños que habían muerto a una edad muy temprana.

Tonatiuhixco:

Región destinada a los guerreros y a mujeres que fallecieron durante su primer parto.

CULTURA MAYA

El oficio y el tipo de muerte eran la clave en el destino de las almas.

Xibalbá

Lugar fresco que recibe a quienes morían por causas indeterminadas o enfermedades.

Región de Chac:

Para ahogados, fulminados por rayos o enfermedades asociadas con el agua.

Ixchel:

Los artistas eran recibidos por esta diosa, que vivía en un estrato del cielo muy cerca del Sol.

Kinich Ahau:

Espacio destinado para los guerreros o aquellos que morían en alguna batalla. 

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