La imagen era única, pero se repetía casi cada semana. Raúl Jiménez corría jubiloso al encuentro con los aficionados en El Molineux, casa del Wolverhampton. Lo hacía después de marcar un gol de la misma índole: estético, con su atletismo como fortaleza en la liga más física del mundo, pero siempre acompañado por un sentido del juego que le permitía regalar florituras. La afición lo adoró desde la primera campaña en una comunión que, en principio, parecía destinada a fracasar.

Jiménez llegó a la Premier League en el verano de 2018, luego de tres años en el Benfica de Portugal, en donde había marcado un total de 31 goles en todas las competencias y 18 en Liga. Esos 31 se sumaban al único gol que había marcado con el Atlético de Madrid en la campaña 2014-2015, la de su estreno en Europa. Es decir, el mexicano promediaba hasta entonces ocho goles por año. Una cifra bajísima para ser considerado un referente.

Los Wolves, recién ascendidos, confiaron en él como referencia en ataque. Un delantero poco efectivo de cara al arco iba a ser el delantero estelar de un equipo que, en teoría, tendría que pelear por mantener la categoría. La apuesta era a todo o nada, y les salió a la perfección. Fue una jugada maestra. En su primer año en Inglaterra, el canterano del América hizo 17 goles (Liga y Copa), que por sí mismos ya eran valiosos: fue el mejor anotador del equipo y les ayudó ya no a conservar la categoría, sino a calificarse a la Europa League tras quedar entre los siete primeros puestos del campeonato. En su segundo año marcó 27 goles (cifra que se vuelve nostálgica al contrastar que después de su fractura de cráneo apenas ha convertido en 9 ocasiones).

Pero sus anotaciones escondían un factor emotivo imposible de medir: había conectado con la afición de manera única. Sus goles eran en partidos importantes, contra los rivales más poderosos, y estaban revestidos de una categoría asombrosa. Se rompía la lógica: el delantero que no pudo ser titular en una liga menor, como la de Portugal, destrozaba los arcos de la poderosa Premier League. Su sociedad con Adama Traoré, primero, y con Diego Jota, después, demostró que el mexicano no era un delantero quieto, de esos que nada más esperan un balón para empujarlo: le gustaba crear juego y lo hacía muy bien, porque en esos años se rebeló su faceta más asistidora (dio catorce en sus dos primeras campañas 2018-2020).

Los Wolves no dudaron en hacerlo su delantero insignia: le pagaron, tras validar la opción de compra, 35 millones de euros al Benfica, cifra que convirtió a Jiménez en la transferencia mexicana más cara de la historia hasta entonces (abril de 2019, luego superado por los 42 millones de euros que el Napoli pagó al PSV Eindhoven por Hirving Lozano). Sus festejos con la máscara del luchador Sin Cara eran el clímax del romance. Un equipo necesitado de ídolos había encontrado a uno en un jugador que requería un entorno específico para brillar.

Pero todo cambió para siempre el 29 de noviembre de 2020, cuando Jiménez sufrió aquel tétrico choque de cabezas con David Luiz, que le fracturó el cráneo y lo dejó fuera de actividad durante nueve meses. “Tengo la fisura del cráneo y es difícil que me vuelvan a pegar en ese lugar, pero es recomendación de los médicos (He logrado) entrar al campo, ir sin miedo e incluso sigo yendo a la misma zona de primer poste, la zona donde fue el accidente”, contó el mexicano en una entrevista del año pasado con Star Plus.

Jiménez no volvió a ser el mismo desde entonces. Y no sólo fue aquello, también tuvo problemas con una pubalgia que frenó su inicio de temporada y puso en riesgo su asistencia a Qatar 2022. Finalmente asistió, pero nada pudo hacer en el torneo por la Selección Mexicana. Ahora Jiménez cumple un año sin anotar en la Premier League: su último tanto fue el 10 de marzo de 2022 en un partido contra el Watford. Desde entonces ha anotado otras tres veces, pero en la FA Cup. Su sequía goleadora, sin embargo, no mina su estatus en el Wolverhampton, aunque proporcionalmente: el equipo que un día peleó la parte alta de la tabla ahora intenta evitar el infierno del descenso (puesto trece, a cinco puntos del Everton, lugar 18).

Y en esa disputa Raúl Jiménez sigue siendo valioso. Cuando juega, su presencia marca diferencia, porque todavía tiene los atributos para hacer que su equipo juegue mejor. No lo vendieron en su mejor momento y él no quiso irse. Ahora él los acompaña en el peor momento y ellos le han respetado su jerarquía en el club, porque acaba contrato en el 2024 y sigue siendo relevante pese a toda la batería de delanteros que en diversos momentos han llevado —y ninguno lo ha desplazado—. Jiménez encontró su lugar en el mundo en Wolverhampton, con todo lo bueno y lo malo. El Lobo de Tepejí vive el ocaso de una aventura improbable.

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