El futbol mexicano vive anclado a un debate eterno que da pie a un mar de discusiones más: si las generaciones de antes fueron mejores que la actual o que las más recientes. Todos los jugadores suelen caer en esa polémica con relativa facilidad y es que la provocación está a la mano siempre: quieren demostrar que ellos sí hicieron algo por la Selección Mexicana. Y a esa reyerta generacional se ha sumado Ricardo Peláez, delantero que jugó en el futbol nacional de los 80 y 90, y alcanzó su cenit en la Copa del Mundo de Francia 1998, cuando le marcó goles a Corea del Sur y Países Bajos.

Reconvertido en directivo y en analista de televisión en diversos momentos de su carrera, Peláez es un personaje recurrente en los medios deportivos y, en cada caso, se ha caracterizado por ser transparente en sus puntos de vista, por más polémicos que estos puedan ser. Delantero de América, Necaxa y Chivas, Peláez Linares conoce muy bien el futbol de ayer y también el de hoy.

“Los viejos jugadores, lo que estaban desde antes que yo, decían: “es que cuando yo jugaba”. Me decían eso, y yo decía: “qué estupideces”. No quiero caer en eso, pero hoy el futbol evolucionó en lo físico, en lo técnico, en lo táctico. El futbolista está más preparado, tiene menos tiempo para reaccionar en el campo. El árbitro tiene que andar mucho más vivo. Lo único en lo que yo veo que no evolucionó nada, y que en mi época era infinitamente superior, es la personalidad, carácter. No veo esa sangre, un líder en la Selección, alguien que grite. En mis entrenamientos con el Necaxa había dos o tres madrizas diarias. Exigencia: te lo exigían tus compañeros. Hoy no veo eso”, expresó Peláez en el programa Línea de 4 de TUDN.

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Todas las camadas de jugadores mexicanos (y de cualquier parte del mundo) son proclives a alabar sus tiempos y decir que por motivos más o menos válidos aquellos fueron mejores que los actuales. Es cierto que la generación de Peláez (que puede agrupar a todos esos jugadores que disputaron los Mundiales de 1994 y 1998) no logró nada diferente a la actual o a las más recientes: todas llegaron al mismo lugar —eso sí, no quedaron fuera en fase de grupos—- Pero gozan de dos créditos indudables.

El primero de ellos lo deja claro Peláez: eran jugadores con menos preparación, recursos y capacidades generales que los jugadores actuales. Y aun así, consiguieron competir con dignidad en Copas del Mundo y Copas América —además alzaron la Copa Confederaciones en 1999, aunque ese torneo tiene el asterisco de que la final fue ganada a una versión alternativa y juvenil de Brasil—. Como Peláez lo dijo: el futbolista mexicano ha crecido en casi todos los aspectos, por lo que asume que las generaciones más recientes superan en talento a la suya; tampoco es casual que, más allá de la dificultad que existía en los 90 para jugar en Europa, en los últimos años México haya tenido muchos jugadores en el futbol de élite, algo impensable hace veinte y treinta años.

Sin embargo, y en eso es claro, la personalidad sigue siendo el facto diferencial y fue lo que llevó a sus contemporáneos a cambiar, en alguna medida, la realidad del futbol mexicano. Y tiene sentido: como no podían hacerlo desde lo futbolístico, apelaban al pundonor para obtener resultados. Y ahí viene el segundo mérito del crédito, y lo que explica por qué esa generación es tan valorada por la afición: no, no lograron nada distinto a lo que se tiene ahora, pero sí lograron cosas diferentes a lo que se tenía hasta entonces. En ese momento, los 90, México se convirtió en una selección constante en Mundiales y en un competidor de cuidado: ya no iban nada más para ser goleados.

En el 86 ya se había logrado un quinto partido, pero esa generación arrastraba fantasmas de 1982, cuando no calificaron al Mundial de España, y vieron su proceso interrumpido por la suspensión en Italia 90 producto de ‘Los Cachirules’. La generación de la que Peláez formó parte cambió todo lo conocido hasta ese punto. Ahí el futbol mexicano conoció la regularidad y entendió que se podía competir contra países superiores. Han pasado más de dos décadas y, sin embargo, el escenario invita a la desilusión: hoy casi todo es mejor, pero no hay alegrías nuevas ni desenlaces diferentes. Esa es la tragedia del futbol mexicano.

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