Por Marcia Koryna Hernández Hernández

Sin lugar a dudas, la inauguración del Auditorio Salvador Díaz Mirón, hace pocos días en Xalapa, ha sido un significativo homenaje al poeta más internacional que ha dado Veracruz. Se trata de una edificación que puede albergar a mil 885 espectadores y que forma parte de un enorme complejo cultural y deportivo construido en reconocimiento al periodista, político y poeta, que vio la luz en la ciudad de Veracruz el 14 de diciembre de 1853, hace exactamente 164 años.

Pero esta iniciativa social para reconocer al bardo, se originó a principios de este siglo, cuando la organización Antorcha Campesina empezó los proyectos para edificar el albergue Salvador Díaz Mirón, que con el paso de los años se convirtiera en este conjunto de instalaciones dedicadas a la cultura y al deporte, que se ubican en la Reserva Territorial de la capital del estado.

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También cabe recordar que en el año 2005, el grupo Los Tres de Coatepec presentaron un disco de poemas musicalizados por los compositores José T. Marte y Franco González. Ese disco compacto que incluyó textos de varios poetas veracruzanos, contiene dos de las poesías más representativas de Díaz Mirón: A Gloria y La cita.

En relación a la poesía mironiana, el público no debe olvidar el siglo XIX, pues trae consigo una nueva conciencia de la literatura nacional, y es a finales de este siglo cuando surgen dos figuras que identificarán a la tradición clásica mexicana: Manuel Othón y Salvador Díaz Mirón. Ambos reconocidos como parte del modernismo, de rasgos importantes en su obra, que les permite ser el punto de partida de la poesía mexicana del siglo XX.

Salvador Díaz Mirón es uno de los poetas más controvertidos de México. Un hombre de vida escandalosa y temperamento explosivo. La descripción que de él hace Luis G. Urbina es muy iluminadora:

“Vive aún expatriado, enfermo, triste este hombre cuya juventud arrogante tiene parecido y afinidad con la de los héroes antiguos, en el vuelo del ímpetu tanto como en la nobleza de la actitud […] en la tribuna parlamentaria y en la arenga política dio a conocer su elocuencia tormentosa y centelleante […] Todo en él era nervioso y apasionado: el cuerpo frágil y puesto, la cabeza altiva, de rostro moreno, ojos oscuros y enérgicos […] Ese Díaz Mirón, rotundo, brioso, audaz, de metáforas imprevistas y deslumbrantes, de pasión desbordada y de dicción expresiva y musical, es conocido de todos y parafraseado de muchos.”

Su vida literaria comienza en 1874, al fundar la Sociedad Literaria Manuel Acuña, junto a Enrique M. Reyes y Vicente Daniel Llorente. Además, es en ese año donde datan sus primeros poemas. De 1872 a 1884 comienza a consolidarse en las dos actividades más importantes en su vida: poesía y política.

En 1879 es diputado local por Jalacingo. En Orizaba tiene su primer duelo con Martín López Luchichí; recibe una herida en la clavícula que le inmoviliza. En 1883 es herido por Leandro Llada, Díaz Mirón le da muerte y es absuelto. Durante las elecciones de 1892 mata en legítima defensa a Federico Wolter. Tras cuatro años en la cárcel, queda libre por intervención presidencial; se establece en Xalapa con su familia, publica el periódico El orden y en 1901 da a conocer Lascas su único libro. Es el poeta oficial en las fiestas del Centenario en 1910. Riñe con el diputado Juan C. Chapital y lo encierran por unos meses en la prisión de Belén. Luego dirige el Colegio Preparatorio en Xalapa. Victoriano Huerta lo llama para dirigir El imparcial, órgano oficioso de la dictadura. Al caer Huerta, Díaz Mirón se refugia en Santander, España, y poco después se establece en la Habana, Cuba. Vuelve amnistiado al puerto de Veracruz y se niega a aceptar ayuda económica del gobierno. En 1927 rechaza un proyectado homenaje nacional y ocupa la dirección del Colegio Preparatorio en esa ciudad. Golpea a un alumno, por lo que los estudiantes se declaran en huelga y lo obligan a renunciar. Se encierra en su casa y no vuelve a salir vivo de ella, falleciendo el 12 de junio de 1928.

Su obra no es muy extensa, pero es innegable su fuerte presencia dentro de la literatura mexicana. Su figura es un poco la del poeta maldito (de la corriente de los poetas franceses) y refleja claramente su pasión y su temperamento. Díaz Mirón es el poeta de la vida urbana, un hombre que vive intensamente en el México de su época, involucrado en la sociedad y en la política, lo cual se adereza con su vida en la cárcel.

En Lascas es donde muestra su idea definitiva de la poesía; una buena parte escrita en prisión, es la obra de una fiera herida. La herencia poética de Díaz Mirón es producto de una vida tormentosa, lo que nos entrega un libro lleno de versos de fuerza vital.

Escribe el poeta Jorge Cuesta acerca de Díaz Mirón: “…encuentro que mi admiración permanece y aún se acrecienta. El romanticismo de Díaz Mirón, no tenía por objeto ciertamente, desembarazar a la concepción de sus promesas, de sus compromisos; libertar a la fantasía, soltar a los sueños, la consecuencia a este rigor es también de las que no pueden atribuirse al romanticismo; el poeta se hizo infecundo, estéril, árido como el paisaje que pintaba. Mi admiración encuentra en tan orgulloso destino al heroísmo trágico que la enciende. Díaz Mirón prefirió agotar su fantasía a sacrificar su razón. No soy de los que lo lamentan; para mí, su fecundidad está en su silencio; su silencio es sobre todo lo que se escucha; otros poetas fueron indignos de callar.”

Hasta quien no tiene noticias de la vida de Díaz Mirón, encuentra razones para ver su obra con poca simpatía. Choca en algunos, debido a sus acciones en el periodo huertista y por su carácter aguerrido y violento, aspectos que lo han llevado a estudios patológicos por algunos investigadores, como el ensayo de don Genaro Fernández Mac Gregor. Sin embargo, dejando atrás la discusión acerca de la moral del poeta, su obra es el escenario de una lucha sin cuartel; de una angustia atroz. Y en esto estriba su belleza, no es la belleza clásica, sino la belleza del mal, la ruptura de la tradición, el quiebre.

Salvador Díaz Mirón expresa en su obra el verdadero sentir del mexicano en tiempos de tribulación social y personal. Se excluye en un silencio que desde antes previó en Lascas. Su silencio, su voz enmudecida, es lo que engrandece su obra dentro de la literatura mexicana. Su valor estriba en dos periodos de vida: el antes y después de la prisión. Procesos generados por su carácter, que le indicaron el camino de expresión más sincero y fiel respecto al encuentro del interior de su ser, en una etapa dolorosa, de soberbia y colérica. Salvador Díaz Mirón lo expresa de la siguiente manera:

“Los metros arrancados de muy adentro, que con fidelidad traducen particulares latidos de fibras íntimas, suelen valer y durar. Si la soberbia parrilla de El Escorial ha desafiado el tiempo—a pesar del sol que reseca, de la lluvia que reblandece y del viento que cargado de polvos lija—, se debe a que el granito que sirvió para construirla, procede de profundas excavaciones y no de superficiales palmos.”

Díaz Mirón vive en el ánimo de los veracruzanos. Ojalá que en tiempos no lejanos, las paredes del moderno Auditorio que lleva su nombre en Xalapa, escuchen las voces de los nuevos poetas de Veracruz.

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