Oscar Mora Velázquez

América Latina se encuentra en el centro de una paradoja energética que define su presente y su futuro. La región cuenta con una de las mayores reservas naturales para producir energía renovable en el mundo, pero sigue dependiendo de manera significativa de los combustibles fósiles para sostener sus economías. La transición verde es un imperativo global, y aunque los discursos oficiales suelen subrayar el compromiso ambiental, en la vida cotidiana de los países latinoamericanos todavía son el petróleo, el gas y el carbón los que impulsan el transporte, mantienen industrias enteras y financian los presupuestos nacionales.

La contradicción es evidente: mientras las cifras de consumo fósil siguen siendo altas, la inversión en proyectos renovables crece con fuerza. En este cruce de caminos, América Latina no enfrenta solo un dilema energético, sino la oportunidad de consolidarse como un polo estratégico capaz de atraer capital, generar empleos y ofrecer una ventaja competitiva en la reconfiguración global de las cadenas productivas.

De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía (AIE), en América Latina los combustibles fósiles representan alrededor de dos tercios del consumo energético. Si bien esta cifra es mejor que el promedio global —cercano al 80 %—, continúa siendo demasiado alta para una región que aspira a liderar la transición.

El transporte es el sector más ilustrativo de esta dependencia: la gasolina y el diésel siguen siendo la base del sistema de movilidad en la mayoría de los países. Incluso Brasil, considerado un líder en la producción de etanol y con un sistema eléctrico dominado por las hidroeléctricas, aún obtiene cerca de la mitad de su consumo total de petróleo. En Colombia, el panorama es más contundente: petróleo y carbón son al mismo tiempo energía y pilar económico. Venezuela mantiene su dependencia casi absoluta de las exportaciones de crudo, mientras que México, pese a los avances en energía solar y eólica, continúa destinando miles de millones de dólares al sostén de Pemex.

Recursos del presente amenazan el futuro

Estos ejemplos muestran la magnitud del reto. Los recursos que financian el presente son los mismos que amenazan con poner en riesgo el futuro, atrapando a la región en un híbrido que parece difícil de superar.

En contraste, la electricidad presenta un panorama alentador. Según datos de Ember (2024), el 65 % de la electricidad en América Latina proviene de fuentes renovables, un porcentaje muy superior al 41 % del promedio global. La región no parte de cero: cuenta ya con una base sólida que puede convertirse en plataforma de competitividad.

Uruguay se ha consolidado como un referente mundial, con un 98 % de electricidad renovable en 2023. Costa Rica y Paraguay se acercan al 100 % y Brasil ronda el 90 %. Esa fortaleza se traduce en un imán para grandes corporaciones: Amazon, Microsoft y Google han instalado centros de datos en territorio brasileño porque pueden garantizar operaciones con electricidad limpia.

El dinamismo también se refleja en Chile, convertido en laboratorio de hidrógeno verde con proyectos que buscan exportar energía limpia hacia Asia y Europa. Por su parte, México alberga el parque solar más grande de América Latina en Sonora, mientras Argentina desarrolla complejos eólicos en la Patagonia con capacidad de competir en los mercados internacionales.

La región ya posee una infraestructura verde que no es promesa, sino realidad. El desafío radica en aprovecharla estratégicamente para posicionarse como proveedor confiable de energía limpia en la economía global.

Nearshoring y la ventana verde

El fenómeno del nearshoring —la relocalización de cadenas productivas hacia territorios más cercanos a los mercados de consumo— se ha convertido en un catalizador adicional. América Latina tiene una ventaja única frente a este proceso: no solo la proximidad geográfica con Estados Unidos, sino también la posibilidad de ofrecer energía renovable, abundante y competitiva.

La combinación es poderosa. Una empresa que instale operaciones en México, Colombia o Brasil puede comunicar que produce con una de las matrices eléctricas más limpias del planeta. En Colombia, la capacidad renovable se proyecta con un crecimiento del 36 % hacia 2025, respaldada por inversiones que superan los 500 millones de dólares. En la Amazonía peruana, mujeres indígenas lideran proyectos solares que sustituyen al diésel y transforman comunidades enteras, mientras en Brasil se atraen centros de datos para inteligencia artificial que funcionan con electricidad renovable.

Este modelo de “nearshoring verde” no es solo una narrativa aspiracional, sino una propuesta concreta de desarrollo regional y un argumento geopolítico de gran peso. Estados Unidos, en su esfuerzo por diversificar cadenas frente a China, encuentra en América Latina tres ventajas decisivas: cercanía geográfica, disponibilidad de energía limpia y una población joven con potencial productivo.

A pesar del potencial, la transición energética en la región enfrenta obstáculos considerables. La dependencia de exportaciones fósiles sigue siendo un factor determinante en países como Colombia, Venezuela o México, donde el petróleo y el carbón representan no solo ingresos fiscales, sino también estabilidad política.

En esta línea, el marco regulatorio avanza a paso lento. En Colombia, los proyectos eólicos han enfrentado demoras significativas, mientras que en otras naciones la burocracia limita la velocidad de las inversiones. Además, el predominio de hidroeléctricas plantea un riesgo adicional: la creciente vulnerabilidad frente al cambio climático y las sequías prolongadas, que ponen en duda la seguridad del suministro.

La transición no depende únicamente de tecnología. Requiere acuerdos políticos duraderos, instituciones sólidas y, sobre todo, la participación activa de las comunidades. No basta con instalar paneles solares o turbinas eólicas; es indispensable construir confianza social y establecer marcos jurídicos que garanticen certeza a largo plazo.

El riesgo es claro: que la región permanezca atrapada en un híbrido disfuncional, con proyectos renovables que no despegan y una dependencia fósil que se prolonga más de lo necesario.

La coyuntura actual ofrece a América Latina la posibilidad de redefinir su papel en el mapa energético global. Pocas regiones combinan de manera tan favorable recursos naturales abundantes, demanda creciente y cercanía a grandes mercados.

La ecuación estratégica es evidente: simplificar regulaciones, diversificar la matriz energética, integrar a las comunidades y formar capital humano. Si logra consolidar estas condiciones, América Latina podrá dejar de ser vista como “productora de petróleo y carbón” y convertirse en “productora de futuro”.

Uruguay ya demostró que es posible. En apenas una década, pasó de depender de combustibles fósiles a consolidarse como un referente mundial en electricidad limpia. Ese salto no fue solo técnico, sino también político y cultural. Representa una lección para toda la región: la transición es viable si existe voluntad colectiva y visión estratégica.

La realidad es innegable: los fósiles aún dominan, pero las renovables ya dejaron de ser promesa. En este escenario, el nearshoring verde no debe entenderse como una opción más, sino como la gran oportunidad de esta generación. Bien gestionada, puede convertir a América Latina en protagonista del nuevo mapa energético mundial y en un ejemplo de cómo transformar una paradoja en una ventaja histórica.

Este artículo es parte de la edición impresa de Forbes México de octubre de 2025.

(*) El autor es Fundador y CEO de ENTI – Especialistas Nacionales en Tecnología e Innovación, firma mexicana enfocada en soluciones de transformación digital, ciberseguridad e inteligencia empresarial. Con mas de 20 años de experiencia liderando procesos estratégicos en sectores clave como aeroespacial, automotriz y financiero, Mora es un impulsor del nearshoring inteligente y un referente en la evolución del liderazgo corporativo hacia modelos mas humanos, sostenibles y visionarios. oscar@en-ti.com
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