El deseo de un gran actor siempre será el de tener un teatro importante para mostrar su mejor papel. Y quizá su sueño o anhelo más íntimo sea el de poder tener un escenario nacional para que en todo el territorio se conozca su magistral arte. Y esta reflexión pudiera ser aplicable al presidente de México. No tanto por el papel que ofreció y prometió representar, sino por el tamaño y reflectores del escenario que ahora requiere.

AMLO no se conforma con el palacio nacional y su conferencia mañanera para actuar o componer historias reales o imaginarias. El hombre fuerte de la patria morena necesita un escenario nacional, un lugar extenso donde pueda representar o mostrar todos los papeles que pueda, o necesite para distraer y entretener a un público cada vez más exigente, o el que día a día deserta del auditorio o huye de papeles que no convencen mucho. Y existen razones variadas para afirmar lo anterior. Aquí van algunos ejemplos.

El problema que Carlos Loret ha descubierto por la residencia o las aventuras empresariales del hijo de López Obrador en Texas, fue como un poderoso torpedo que se incrustó bajo la línea de flotación del barco obradorista. Redujo sustancialmente la aceptación popular y la imagen del mandatario mexicano, y éste ya no sabe cómo controlar los daños que parecen irreversibles. Por más que expliquen, él o los suyos, nadie parece creer las argumentaciones o justificaciones de lo que es notorio, por lo tanto, no necesita más evidencia.

La cúpula gobernante ha intentado de todo sin éxito. Lo último es el audio donde el Fiscal Gertz Manero habla de más y comprometedoramente respecto a un asunto legal donde tuvo que ver uno de sus hermanos fallecidos, cuya viuda fue encarcelada por diversas razones que muchos han cuestionado por parecer injustas. Ese audio apenas revelado, debe llevar a la defenestración del Fiscal General, dicen en voz alta varios sectores. Pero ni así se salvará la imagen de honestidad que quiere conservar AMLO en su entorno familiar, donde ha recibido algunas abolladuras previas (el caso Pío López Obrador, entre otras). 

Pero hay otros asuntos que se arman y desarman en varias partes del país, uno tras otro, donde algunos huelen a intento de distraer a la opinión pública, que ya cree menos en sus gobernantes. Problemas en Tamaulipas y Michoacán con las bandas del narcotráfico, hacen ruido ensordecedor. 

Y ahora, la bronca monumental en un partido de futbol el sábado por la noche, en donde los “simpatizantes” de ambos equipos, armaron una enorme gresca que puso en peligro la vida de decenas de personas que veían con su familia un juego de futbol. El presidente del equipo Querétaro acaba de decir que siente que eso fue organizado externamente. Y llama la atención que, casi concluyendo los enfrentamientos en las gradas, una mano filtrara a los medios que había, primero, 15 muertos, o 17, o 22, y hasta 27 a los pocos minutos. Decesos que afortunadamente no ocurrieron, aunque sí está ocurriendo el sospechosismo destructor de confianzas, tanto, que casi al unísono, los gobernadores de Querétaro y Jalisco (por el equipo Atlas que esa noche jugó ante los queretanos) tuvieron que salir a informar que no hubo ninguna defunción.

Todo esto hace pensar que mucho de lo que ocurre en la provincia y hasta en la Ciudad de México, está sucediendo, inducido, o no, y que están funcionando con fines políticos o como distractores variados al servicio del grupo en el poder. Hasta la guerra en Ucrania sirve maravillosamente de destructor y recuerda aquello de “como anillo al dedo”.

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De muchos puntos del interior del país el fin de semana anterior, fueron acarreados a la Ciudad de México, contingentes obradoristas para “celebrar a las mujeres por la conmemoración del mes de marzo”, pero las redes sociales y los grupos que viajaron hablan y narran el gran respaldo a Claudia Sheinbaum y su “¡Presidenta, Presidenta!” que retumbaba en la manifestación, mientras los paseantes compartían el “es un honor estar con Obrador”.

Es una realidad que el pequeño teatro del palacio nacional ya no parece suficiente. AMLO necesita todo un escenario nacional para controlar multitudes y esconder insuficiencias y corruptelas. Nos recuerda al famoso dicho del ladrón que va corriendo por las calles, gritando: “Sigan al ladrón, al ladrón; por allá va, ¡Que no escape!”

Mientras tanto, el periódico británico Financial Times, en un editorial reciente, habla de que López Obrador debe revisar su gestión y corregir, a fin de que no se acuse a la 4T de estar regresando a México a la década de los sesenta del siglo pasado.

Este lunes Andrés Manuel volvió con el discurso del neoliberalismo cuando habló de los desmanes en Querétaro. Con eso mantiene su retórica y sigue teniendo tela de dónde cortar.

No necesitamos más iluminados saciados de exageraciones como las del propio Presidente, sino ciudadanos y periodistas críticos serenos que, basándose en la pura contextualización y análisis puntuales de los hechos, nos revelen las infinitas contradicciones, tropelías, delitos y conflictos de interés tanto de la 4T como de los anti-4T.

El rollo lopezobradorista es putrefacto y corrosivo. 

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