Una de las entrevistas más largas que han hecho al Papa Francisco fue la que el periódico español El País publicó el domingo pasado. Cuando le preguntaron sobre el nuevo presidente de Estados Unidos, el líder religioso dio una de sus respuestas más mesuradas: “No me gusta anticiparme a los acontecimientos. Veremos qué hace Trump”.

La suya fue una postura inteligente, si consideramos el caudal de despropósitos que ha externado hasta ahora el presidente norteamericano.

La relación Estados Unidos-México vive momentos álgidos. Aprovechando la debilidad que en los últimos tiempos ha mostrado nuestro país y la propia gestión del presidente Peña Nieto, Donald Trump ha tomado a México como su sparring personal, dándole golpes mediáticos, encareciendo su moneda y poniendo nerviosos a todos.

Sin embargo, como dijo el dirigente de la iglesia católica, será necesario observar con mayor detenimiento.

Porque una cosa es la agresividad como estrategia para avanzar, o como síntoma de fortaleza, y otra muy distinta, la que se muestra como signo de debilidad ante unos electores desconfiados y en una nación sumamente dividida, como es el caso del país de las barras y las estrellas en estos tiempos.

Por ejemplo, contra lo recién declarado por Trump el miércoles, en el sentido de reducir los recursos a los municipios santuario –aquellos que apoyan a los inmigrantes–, como es el caso de Nueva York, su alcalde declaró ayer, que seguirá respaldando a quienes llegan a radicarse allí, aún con la oposición presidencial, debido a que la historia comprueba que esa ciudad fue creada gracias al esfuerzo que siempre realizaron ellos.

Y no sólo en esas ciudades santuario hay inconformidad social. En varias más de ese país y del mundo entero, los ciudadanos se manifestaron contra la asunción presidencial de Trump, inmediatamente después de que éste juró el cargo ante La Biblia.

Quizá debido a esa circunstancia, Trump continúa mostrando una agresividad al estilo empresarial, buscando con ello desarmar al enemigo o disminuir sus defensas, como al parecer trata de hacerlo con México, en el caso del famoso muro divisorio y en su insistencia en renegociar el Tratado de Libre Comercio.

Falta ver cómo se defiende el presidente Peña Nieto y hasta dónde llegaremos los mexicanos, quienes a raíz del Tratado, y con todo y la balanza comercial que le resulta desfavorable a ese país, habremos de analizar si queremos seguir siendo los segundos compradores de su producción industrial.

Pero el tema de la agresividad y la intolerancia es un problema actual y de carácter global. En Veracruz también estamos observando peleas entre el gobernador Miguel Ángel Yunes y el ex gobernador Fidel Herrera, dos antiguos contendientes que ante la misteriosa desaparición de Javier Duarte, han llenado el circo veracruzano.

La insistencia de Yunes Linares de acusar a Fidel en el tema de los medicamentos oncológicos falsos, sólo le ha traído como consecuencia que el político de Nopaltepec renunciara al consulado de Barcelona y dijera que va a venir a Veracruz a defenderse y a hacer política interna. Por lo pronto, para este sábado ha convocado a una conferencia de prensa en cuanto baje del avión en Veracruz, lo que inmediatamente trajo una declaración yunista en el sentido de que Fidel “no representa nada para el estado”.

Y la pregunta que se hace es la siguiente. Si el ex gobernador no representa nada, entonces para qué insistir en él e incluirlo en una acusación que el Secretario de Salud nacional ve con desgano y desconfianza.

Acaso la aparente agresividad contra Fidel, en lugar de fortaleza, indica que efectivamente existe debilidad en Yunes Linares, debido a que no ha podido cumplir nada de lo que prometió en la campaña a la gubernatura. Para complicar más las cosas, la precaria situación financiera que vive Veracruz impide iniciar las obras y acciones que de manera normal reclama la sociedad.

Con miles de kilómetros de distancia entre ellos, y cada uno en su esfera, Trump y Yunes pudieran estar cayendo en inseguridades debido a las desfavorables circunstancias que les mueven el piso y las expectativas generadas en la población, cada vez más exigente e intolerante a la demagogia y al fracaso.

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