Sus publicistas y aplaudidores dicen que fue formado por uno de los más destacados panistas de los tiempos heroicos. En esos días de hambre y aprendizaje, su discurso ágil y fresco no se alejaba mucho de sus acciones. Sin embargo, quienes lo conocieron en esa etapa, ahora dicen que el joven político traicionó a su ideólogo y mentor.

Mientras los años transcurrían, el ambicioso muchacho fue ganando posiciones en el escalafón panista. A muchos sorprendió su facilidad para el debate y para envolver con la palabra. Aparecía y desaparecía a conveniencia en los escenarios. Así, Ricardo Anaya se convirtió en un poderoso prestidigitador. Llegó a parlamentario y después a presidente nacional del PAN. En pocos años amasó una interesante fortuna.

Pero las acciones dicen más que cien mil palabras. El mundo que dibujó y vendió a los mexicanos, se fue cayendo poco a poco. “Por razones de seguridad”, el nuevo rico se fue a vivir a Estados Unidos. Cuando lo descubrieron los medios, armó toda una telenovela, con drama, comedia y farsa, que incluía el manual para describir cómo obtuvo el dinero para esa cómoda vida, y para acudir cada fin de semana a los “yunaites” a visitar a su familia, después de su periplo semanal por la república mexicana.

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Cuando las evidencias hablan de manera contundente, los discursos se convierten en palabrería corriente y vacía. Y día con día, donde él encuentre micrófonos, nos dará unas magistrales clases de honestidad y congruencia, con ojos de borrego sincero, fijos a la cámara, muy a su estilo.

Hace unas semanas sacó de su chistera bucal un mazacote político al que se le unieron los perredistas. Incluso su hipnótico serpenteo y lengua viperina convencieron a Dante Delgado, que en ese tiempo sufría el infierno del desdén morenista. Así surgió un frente político, al que Ricardo Anaya, la Barrales y el propio Dante se han aferrado como si se tratara de la cuerda salvadora del que se siente en el fondo de un pozo.

Ese frente “político” fue la única respuesta que recibieron Margarita Zavala y Moreno Valle a sus tibios ruegos de que Anaya se definiera, dejara la dirigencia del PAN, y dijera si jugaría por la candidatura presidencial.

Pero las ambiciones de esos frentistas azules, amarillos y naranjas, trabajan en sentidos opuestos y multidireccionales. Si ese frente y su candidato llegaran a ganar, sólo demostrarían que México continúa en la infancia y aún no sabe para dónde va.

Esa opción parece caer, si consideramos que el nuevo México, el posterior a los sismos de septiembre de este año, ha manifestado que no piensa retroceder en la búsqueda de la transparencia y de un destino mejor. Y en este objetivo, los millones de millennials, que votarán mayoritariamente en 2018, traen los ojos muy abiertos y un estilo difícil de manipular.

Los tiempos cambian y los mexicanos también. Ayer, Raymundo Riva Palacio y Carlos Loret de Mola desmenuzaron en sus columnas políticas al verdadero Ricardo Anaya. Lo que dicen no es novedoso; mucha gente lo conoce bien y no lo tolera. Esas revelaciones son las que viven ya en el imaginario colectivo sobre el audaz líder “azulpardista”. Un verdadero pillo, como otros, que también están mostrando su corazoncito.

En Veracruz, iremos viendo la influencia de Ricardo y su frente en la designación del candidato a la gubernatura para ese año.

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