José Antonio Flores Vargas
Una de las preocupaciones mayores que se vivieron en el equipo gobernante de Veracruz en los últimos años, fue atajar cualquier posibilidad de que un actor político distinto y distante a ese grupo, pudiera llegar a contender por la gubernatura para el periodo de dos años que está por iniciar el primero de diciembre próximo.
Por todos los medios y sin importar costos, trataron de imponer un candidato a modo. Para ello movieron todo tipo de influencias y a todos los sectores de la sociedad, que pudieron manipular, o comprar, en último caso. Así soltaron varios nombres de duartistas compenetrados, repitiéndolos por toda la geografía veracruzana y en algunos periódicos nacionales bien alimentados desde Palacio de Gobierno.
Pensando que podían conseguir el objetivo, mandaron a sus mejores gallos y hasta un ave de delgado cuello, cabeza pequeña y suaves maneras. Al tiempo que afinaban la estrategia, continuaron dilapidando el erario y el crédito existente, pensando que nunca les llegaría la hora de entregar cuentas claras.
Pero un día vino la Auditoría Superior de la Federación y encontró las claves y los faltantes. Presentaron las denuncias. Más tarde llegaron los candidatos, y ¡Oh, sorpresa!, no fueron los que deseaban. Los aspirantes, como un coro maldito para ellos, clamaron al unísono la petición de castigo. Uno de ellos, que al final ganó, incrementó las denuncias y ofreció cárcel. Vino la campaña y buscaron tronarla. No pudieron. Sólo descubrieron que bajaron de ánimo y de peso también. Los últimos recursos ya se los habían cargado.
El domingo pasado, conocieron el veredicto social de los votos en contra y trataron de dormir con el enemigo en casa. Ya no pudieron conciliar el sueño. A las dos de la mañana supieron que el ganador, su más acérrimo rival, daba la vuelta al mundo prometiendo voltearlos de cabeza y revisar debajo de las alfombras. Lavativas y vomitivos para todos los impuros, desde el más prominente hasta el más escurridizo.
¡Cárcel al culpable!, ofreció el virtual gobernador. Chillidos en las casas y quema de artículos narcisistas y de vanidad en las oficinas, sin reparo alguno y sin respeto a jerarquías de papel, porque las morales, hace mucho quedaron destrozadas, lodosas, o con los arañazos de las alambradas en los dorsos.
Los apestados buscaron a sus dioses, miraron el horizonte y sólo encontraron gritos de repudio y aviso. El más generoso les dijo: ¡Ahí vienen los federales!