A casi dos años de que finalice constitucionalmente el periodo del presidente Andrés Manuel López Obrador, la lucha en la sucesión presidencial aumenta día con día. En los cuatro años de ‘transformación lopezobradorista’ México sigue abatido por los problemas más apremiantes de este siglo XXI: pobreza, desempleo, deuda, inseguridad, narcotráfico, desabasto de medicamentos, salud, educación, nepotismo, corrupción, entre otros.

En el tiempo de la 4T sólo se pueden resaltar las conferencias mañaneras de López Obrador -en las que agrede, lincha y difama- y que de acuerdo con el libro ‘El imperio de los otros datos”, escrito por Luis Estrada, en tres años AMLO acumula 67 mil afirmaciones falsas (90 diarias en promedio) con las que controla la agenda nacional y esquiva los graves problemas que aún resiste la sociedad mexicana. Contrario al ejercicio de la comunicación, la objetividad y la transparencia no es lo fuerte en este gobierno, porque poco importa que la ciudadanía resulte un buen juez.

Lo que si es que, en este ciclo gubernamental, hay una intensa campaña proselitista para perpetuarse en el poder, pero la sociedad observa y evalúa que no hay una administración con un programa real de gobierno. Hay un esquema ideológico del ‘cacique tropical’. Las antojadizas megaobras (AIFA, Tren Maya y Dos Bocas) son el mejor ejemplo de lo que no se debe hacer, cuando de planeación gubernamental se trata. Todas han elevado el presupuesto por falta de visión, de proyectos, de cumplimiento de reglas o de corrupción en gabinete y en campo.

No obstante que gran parte de los medios de comunicación, de analistas y de análisis muestran esa realidad, en todos los sectores, López Obrador presume mantener un 60% de popularidad entre los mexicanos, como lo han difundido varias empresas demoscópicas. 

Y esa supuesta popularidad muchas personas la atribuyen a la extensa promoción y entrega de dinero, a través de los programas sociales. Aunque pudiera ser también que gran parte de la sociedad se aleja de lo político, o quizá, la falta de interés -o miedo- de que, si participan, puedan perder las grandes, medianas o mínimas raciones que reciben del gobierno.

Pero hay otro factor. La fama de López Obrador y su ‘cuatroté’ aún no se debilitan porque los opositores aguardan los tiempos para evidenciar abiertamente la ineficacia, la ilegalidad y la corrupción que bulle en la mayor parte de los gobiernos morenistas. Revelar desde ya esos actos sería quemar cartuchos a destiempo, la gente es proclive a olvidar cierto datos o noticias que de aquí al 2024 dejarían de ser factor para influir en la grandeza del electorado.

A pesar de ello, los señalamientos comprobados contra López Obrador, el gobierno federal y las administraciones morenistas no preocupan a los funcionarios de la transformación. El poder les da seguridad (aunque sea efímera), los envilece, los deslumbra. Servirse del poder y adular a su mentor es su máxima.

Y bien vale recordar lo que se consignó en enero de 2020 en este portal, “los personajes de la 4T no provocarán una explosión del gobierno, porque las instituciones mexicanas son más fuertes y sólidas que ellos, sino que harán implosión por el desmedido grado de ambición de los neopolíticos transformadores de México”.

El autoritarismo vive, se oculta con la bandera de la democracia y la sociedad mexicana tendrá que ser diferente. La masa no puede arrollar aquello que ofende todo lo egregio, individual, calificado y selecto. Y si se cree que “todo el mundo” es “todo el mundo”, “todo el mundo” sólo es la masa. La próxima consulta en México es para conocer hacia dónde se quiere llevar a la nación o el infierno seguirá llenándose de lamentaciones.

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