Es correcta la afirmación de que aún no es presidente en funciones. Pero en su calidad de presidente electo, a López Obrador le bastaron poco más de un millón de mexicanos en una consulta sui géneris para echar abajo un proyecto de infraestructura aeroportuaria que tenía o tiene un 20 o 30 por ciento de avance.

El impacto en los círculos del poder económico y en todos aquellos ciudadanos que no votaron por él, fue desmesurado. Se amplificó a niveles internacionales y se argumentó que se caía la economía nacional a causa de ese anuncio de cancelación del aeropuerto de Texcoco, el famosísimo Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).

A raíz de esa determinación pre-presidencial, arreciaron las críticas y juicios sobre AMLO y su futuro gobierno: que llegó el autoritarismo, que tendremos emperador, que se acabaron las libertades, y que, si nos descuidamos, América tendrá una segunda república bolivariana, pero eso sí, muy amorosa con aquellos que jalan a ciegas con él y con los nuevos intereses patrimonialistas.

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En paralelo, varios grupos resaltaron el socorrido tema fifí, tan a gusto del tabasqueño. Recordaron la célebre y fastuosa boda poblana de César Yáñez, su secretario de toda la vida. Pero además de ello, descubrieron a uno de los hijos del Peje, quien a hurtadillas se consentía unos días en uno de los hoteles más lujosos y caros de Madrid. El universo fifí cercó al entorno personal del próximo primer hombre del país.

La dichosa cuarta transformación se envolvió en delicados ropajes de seda y oro, evocación de valses vieneses, pipa y guante. El discurso de la medianía, del apoyo a los pobres y de la transformación radical quedó en una miserable memoria de internet, disponible para reproducirse sin descanso en actos masivos y en las “benditas redes sociales”.

El presidente López Obrador no podía arriesgarse a llegar el primero de diciembre, con la idea sembrada a millones de que será un remedo de dictador sudamericano, un novel emperador o un presidente autoritario.

Y quién más podía ayudar en un mes estratégico previo a la transición. Una mente lúcida como la de Diego Valadés y un medio de comunicación prestigioso y crítico ante el presidencialismo nacional. Con la portada de la revista Proceso del fin de semana, podemos percibir, ahora sí, como por arte de magia mediática, a un presidente que tolera la crítica y la recomendación pública, a un líder que escucha y no se ofende, en suma, a un gobernante democrático, a quien no asusta la voz de los que disienten o se oponen.

Un serio y viejo periodista veracruzano que llegó a tener acceso a Los Pinos, gustaba contar una anécdota que vivió en los jardines de la residencia oficial con el entonces presidente Carlos Salinas. Observando la reacción sorprendida del reportero, cuando este lo vio salir de una oficina, tras un apresurado Julio Scherer, Salinas deslizó al oído del circunstancial testigo: “No pude arreglarme con él, pero ante un periodismo interesado en hablar bien de mí todo el tiempo, su crítica periodística legitimará al presidente y a su gobierno. Prefiero que siga así”.

Recordando ese hecho, resulta una verdad insoslayable que el Proceso del sábado anterior servirá para serenar a todos, inclusive a Andrés Manuel y a los suyos.

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